Tema para un tapiz
EDUARDO MADINA
Era la mañana del 6 de enero y el general jefe de la Fuerza Terrestre y teniente general se levantó de su cama con un acceso de melancolía, una especie de nostalgia de tiempo pasado que, sin darse cuenta, le escondía las estrellas sobre ese fondo verde de olivo y sobre ese principio de miedo que le hacía trampas en los galones. Tiene sólo ochenta hombres y el enemigo cinco mil. Entonces escribe una proclama inspirada que palomas mensajeras derraman sobre el campamento enemigo. "Si la reforma del Estatuto de Autonomía de Cataluña sobrepasa los límites infranqueables de la Constitución Española, el Ejército se verá en la obligación de intervenir para defender los principios constitucionales a partir de la aplicación del artículo ocho".
Es en Sevilla, en plena celebración de la Pascua militar donde el teniente general blasfema y llora. Los portavoces del desconcierto y el enfado dicen que la proclama del teniente general es el reflejo de la situación que estamos viviendo y no se ve en sus palabras ni la más mínima crítica a la actitud del general jefe de la Fuerza Terrestre. Son los doscientos infantes que se pasan al general.
El artículo ocho de la Constitución Española atribuye a las Fuerzas Armadas la misión de "garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional" desde el principio de supremacía del poder civil sobre el poder militar que está en la base misma de ese artículo que desconoce y grita el general.
No van de verde los que activan intervenciones militares, eso era antes. Ahora son el Gobierno y el Congreso de los Diputados los que deciden que existiendo un principio de excepcionalidad constitucional, una situación de peligro o una amenaza a la integridad territorial de España, se debe acudir al recurso de las Fuerzas Armadas.
El general y sus infantes tristes desconocen que el propio ordenamiento constitucional es el que otorga a las partes que conforman el Estado el derecho a la autonomía, incluyendo la modificación de los estatutos desde el respeto a los procedimientos de reforma de los mismos.
Aún así sigue una escaramuza y otros dos regimientos se pasan al bando del general. Es la Asociación de Militares Españoles.
El enemigo ya sólo tiene ochenta hombres y el general cinco mil. Los hombres del general, aparentan desconocer que la Constitución Española atribuye al Gobierno la tarea de dirigir la política militar y que, por lo tanto, los militares no tienen capacidad de decidir por sí mismos las razones, la forma y el momento de salir en aplicación del artículo ocho en defensa de los principios constitucionales.
El general olvida que estas cosas se enseñan ahora en la Academia Militar a diferencia de aquel otro tiempo en el que él estudiaba siendo joven, aquellos maravillosos años que ahora añora el general y en los que todo era tan distinto. Hoy, algún tiempo después, será por el peso de los galones, por las estrellas o las condecoraciones, quizá alguna razón oculta pero el caso es que una nostalgia de pasado ha terminado jugando una mala pasada al teniente general.
Es inmediatamente cesado por el Gobierno a petición de la Junta de Jefes de Estado Mayor. Los regimientos de la Asociación de Militares Españoles escriben otra proclama en la que describen como inaudito e inaceptable el cese del general. Setenta y nueve hombres se pasan a su bando. Desconcertados, los infantes tristes piden que el Ministro de Defensa comparezca y dé explicaciones en el Congreso de los Diputados, ese lugar que ya no comprenden y cuyas competencias constitucionales parecen haber olvidado.
Sólo queda un enemigo, rodeado por el ejército del general, que espera en silencio. Trascurre la noche y el enemigo no se ha pasado a su bando. Los infantes tristes aparecen de nuevo y piden al Gobierno enemigo que asuma sus responsabilidades políticas.
El general blasfema y llora en su casa mientras sus ya populares infantes tristes, aparentando una especie de contagiosa nostalgia, no se dan cuenta de que a quien le correspondería dar las explicaciones es al teniente general que, con sus amenazas, ha sobrepasado su espacio y su tiempo y ha hecho que una especie de sudor frío recorra esa espalda de memoria colectiva de miles y miles de españoles.
Al alba el enemigo desenvaina lentamente la espada y avanza hacia la tienda del general. Entra y lo mira. El enviado a la reserva es condenado a ocho días de arresto domiciliario y los infantes se reafirman en sus dudas constitucionales cuando vuelven a pedir públicamente la comparecencia del Gobierno.
El enemigo promete acudir un día al Congreso de los Diputados y explicar las dudas que, treinta años después puedan quedar todavía sobre derecho constitucional. El ejército del general se desbanda. Sale el sol.
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