miércoles, 12 de abril de 2017

ON "THE SINISTER PATH AND THE RIGHT ONE"

More essays, these times about the Habsburg-era fiction of Spain, on how the coming of age metaphor of the fork in the road was handled there.
En la fábula de Er de R. 10, 614c añade un importante detalle, el camino de los justos es el de la derecha y el de los malvados el de la izquierda. Virgilio (Aen. 6, 540-543) plasmó esta misma imagen durante el descenso de Eneas ad inferos:
hic locus est, partis ubi se uia findit in ambas: 
dextera quae Ditis magni sub moenia tendit, 
hac iter Elysium nobis; at laeua malorum 
exercet poenas et ad impia Tartara mittit. 
Biuium autem adolescentia incipit: cuius dextra pars ardua est, sed ad beatam uitam tendens: sinistra facilior, sed ad labem interitumque deducens.
Bivium autem, quod superest, ab adolescentia incipit: cuius dextra pars ardua est, sed ad beatam vitam tendens: sinistra facilior, sed ad labem interitumque deducens. (El bivio se corresponde con la adolescencia: La parte derecha es ancha, pero conduce a la vida feliz; la izquierda es más fácil, pero conduce a la caída) Si tenemos en cuenta la explicación, Pitágoras fue el primero en simbolizar esa bifurcación de caminos o bivium. El camino diestro es recto, y en ese sentido, es natural —es decir, acorde con la Naturaleza—, pero es estrecho y asciende de forma muy empinada. El camino de la mano izquierda, por el contrario, es una desviación del «recto y estrecho», y por consiguiente, contra Natura. Sin embargo, es más ancho y la cuesta es más suave y fácil de subir, y por lo tanto se presenta como una opción más atractiva para los flojos e inconstantes; hace falta valor para emprender el camino diestro y constancia para perseverar en el ascenso. Comienza a entrar en el camino de la Sabiduría quien se culpa a sí mismo, y no a otros, de su infortunio, quien elige el camino de la virtud, que desde el principio se advierte que no es fácil.

En términos religiosos, el motivo se carga de significados escatológicos, pues el camino del sacrificio, la vía derecha conduce a la luz y lleva a la salvación eterna, mientras que la vía que se abre a la izquierda es la de las tinieblas y lleva al infierno. Además, otros detalles del relato van a encontrar fácil acomodo en la moral cristiana, como es el caso de los dos personajes femeninos que interpelan al héroe en el relato clásico. Son una noble, encarnación de la virtud, y una prostituta, representación del vicio, quienes, a través de sucesivos diálogos con el joven, le ofrecerán el camino hacia la felicidad, ya sea auténtica o engañosa: el camino del vicio, de acceso fácil para acoger al mayor número, es corto y llano, mientras que el de la virtud es largo, escarpado y estrecho
Del relato de Hércules en la encrucijada derivaría la consideración de la letra griega épsilon en tanto formulación simbólica del camino que se bifurca. Atribuido a Pitágoras, este símbolo encierra en sí mismo toda la moralidad: formado por dos astas unidas que divergen en un punto, inclinándose una hacia la derecha y otra hacia la izquierda, simboliza el modo en que la voluntad de padres/tutores y maestros pueden bastar para dirigir la infancia, pero en el umbral de la juventud, el libre arbitrio plantea la inevitable elección entre bien y del mal. Es decir que si el tronco significa la indiferencia moral de la edad más tierna, las dos ramas desiguales quieren simbolizar la disyuntiva propia de la juventud, cuando dos caminos posibles se abren ante uno: el de la izquierda, la rama más espesa de la letra, es largo y de acceso directo, pero desemboca en los abismos de la vergüenza; el de la derecha, en cambio, la rama más delgada, es apenas un sendero estrecho y sinuoso, anunciador de grandes fatigas a quien transite, pero al final del mismo se halla el reposo en el honor y la gloria.
El conjunto de ambas nociones, por su carácter didáctico y gran poder evocador, va a tener fortuna en las artes plásticas, pero también en la literatura, puesto al servicio de aquellos autores que conciben sus relatos con la intención de suscitar una cierta disyuntiva en el público receptor, que habrá de salvarse del vicio al conducirse de manera virtuosa o viceversa, según tomen las hazañas del protagonista como espejo de conducta o como exemplum ex-contrariis. La fuerte carga simbólica que emana del motivo del bivium también será aprovechada en aras de intereses propagandísticos en tiempos de Felipe II (Bermejo Vera, 1996).
Hacia el final de la Nave de los Locos, un grabado retoma el tema del camino que se bifurca y del ser humano ante la disyuntiva: mientras a la derecha, en lo alto de una colina y rodeado de cardos y espinas, espera la virtud al final de un camino pedregoso, simbolizada por el trabajo, en el lado opuesto, y al final de un camino más recto y despejado, espera el vicio, simbolizado por una joven desnuda rodeada de rosas, detrás de la cual asoma la misma muerte (Figura 1).
Para 1490, se imprimían en castellano las desventuras de este curioso peregrino picardo, en las prensas tolosanas de Enrico Meyer, bajo el título: El pelegrinage de la vida humana. La obra habría de dejar una impronta indeleble en la literatura castellana que estaba por venir, especialmente en el desarrollo de un particular género alegórico del siglo XVI: las narraciones caballerescas espirituales. La obra ideada por el monje cisterciense incluía en un tono escolástico la ejemplificación de cómo la salvación sólo puede alcanzarse mediante la estricta exigencia espiritual, la capacidad de sacrificio y el dominio de las pasiones. El protagonista, poco lego en doctrina al comenzar el periplo, olvida o malinterpreta las consignas más elementales que un personaje, llamado Gracia de Dios, le irá dando a fin de guiarle en su viaje. Armado de bordón (vara de avellano) y zurrón, atributos del peregrino, se pone en camino, encontrándose pronto ante la disyuntiva, pues de repente el camino se bifurca en dos vías:
Bien creía que muchos aferes me vendrían a causa del miserable cuerpo que me mucho fatigaba y, como así fuese siempre pensando, vi un camino que en dos se partía e no muy lexos el uno del otro. E entre ellos dos una gran haya espesa, e muy anchas las ramas a maravilla, e era a mi parescer espinosa e las espinas se extendían sobre el camino. E de los dos caminos el uno era a la diestra e el otro a la siniestra (Capítulo IV, Libro II, f. 51r).
En el inicio del camino que iba hacia la izquierda descansaba bajo la sombra de un peral una linda doncella, quien mientras reposaba una mano en su pecho, llevaba en la otra un guante con el que jugueteaba, como quien tiene pocas cosas que hacer. Al mismo tiempo en el camino derecho, un artesano hacía piezas de esparto que, una vez terminadas, deshacía para tornar a hacer. El Peregrino se dirige a este primero para preguntarle hacia dónde discurre el camino en cuya vereda él trabaja. El artesano le dice que está en el camino correcto y responde a la curiosidad de Pelegrino sobre su nombre y oficio:
Yo soy aquel que a todo el mundo da de comer después que salió vuestro padre del Paraíso. Yo hago pasar el tiempo presto y con alegría, y por buen derecho a mí me llaman Ocupación, o Trabajo, si más te place nombrarme. Tú harás lo que querrás y, si te place, vendrás por aquí. Toma este camino, no lo dexes, ca es sin duda derecho y te guardará de grandes inconveniente (Capítulo IV, Libro II, f. 51r).
En el diálogo que entablan el Pelegrino y Ocupación se deja ver, a continuación, que Peregrino prefiere el reposo al continuo trabajo y que no alcanza a comprender las recomendaciones de este. Cuando el Pelegrino se determina a seguir por este camino, el Cuerpo le habla y le convence de que escuche también a la doncella que descansa bajo el peral, al pie del otro camino. Le convence, además, de que pruebe el otro camino y si no le gusta será él (el cuerpo) quien sufra las consecuencias de pasar a través del haya espinosa que separa a ambos, a fin de cambiarse de camino sin necesidad de desandar lo andado. Así, ya casi totalmente persuadido, Peregrino se dirige a la dueña del peral, que se presenta como la portera de un deleitosa senda, por el que los peregrinos pueden discurrir apaciblemente:
Si por aquí quieres venir, no puedes errar el camino, ca yo so la portera de este gracioso camino, y llevo mis pelegrinos por lindas florestas do pueden coger frutas y flores diversas. Yo los paso por lugares llenos de toda alegría y complidos de todo placer caminado, de oír canciones y sones muy delectables; así los hago órganos como de laúd y arpa y de otros maravillosos instrumentos los que les contar, por agora, sería muy luengo. Y después desto los deleito con juegos placientes de cartas y tablas, de bolas y birlos (bolos), y otros muchos que ende verás si por aquí vienes (Capítulo IV, Libro II, ff. 52v-53r). 
La curiosidad sin límites de Peregrino permite que los personajes se presenten (explicando el origen de sus nombres, la naturaleza de los atributos que portan en sus manos, o el porqué del color de sus vestidos) en un desfile interminable de entidades alegóricas que, con las presentaciones de Ocupación y de Ociosidad no hace sino comenzar. Así se presenta ella:
Sabe que yo so una de las principales que en este paso puso la dueña Pereza, que tú hallarás y verás aquí cerca, ca ella es mi madre, y yo su propia hija llamada Ociosa, delicadamente della criada cuando fui más pequeña. Yo so la que más amo holgar, engordar, hermosear y peinar mi cuerpo sin comparación que trabajar. Mi estudio es contemplar mi persona en un lindo espejo y tornar mi guante, como ves, al torno del dedo. En las fiestas, que cesan las gentes de la labor, reino yo mayormente; y cuando después de cansados se ajuntan en uno, yo le hago cantar, contar hablas y, a las veces, grandes mentiras e injurias, de que se sigue después discordia y ruido. Yo so la que más ama tu cuerpo dormiendo y velando; yo le guardo de trabajo y, por ende, has tú las manos tan delicadas. ¿Los lindos sombreros y bonetes (tocados) de finos colores con agujetas de seda, quién los halló sino yo, cuando no tenía al en qué me ocupar? Los lindos vestidos y trajes diversos yo los doy al cuerpo. ¿Y piensas tú que con esto yo no me ocupo? (Capítulo IV, Libro II, f. 53v). 
Ante la sugerente presentación de Ociosidad, el protagonista que ya estaba casi decidido, termina por convencerse y opta por el camino equivocado que le ofrece esta lisonjera joven, y como consecuencia de esta errónea elección su peregrinación se convierte en una peligrosa penitencia llena de padecimiento y dificultades al sufrir el fiero y constante acoso por parte de una serie de terroríficas compañías de vicios como los siete pecados capitales (siempre representados por mujeres viejas y monstruosas). En el libro IV su penoso itinerario le conduce a la espantable visión del demonio que, a modo de pescador, atrapa en sus redes cuerpos y almas de aquellos que a merced de la corriente flotan en el mar de la incertidumbre. Sufre en este momento los ataques de Herejía, el flaco favor de una alocada Juventud y se somete al juicio de Tribulación, la que, percatándose del bienintencionado corazón del Pelegrino le permite alcanzar, mediante un atajo que se va a revelar de extrema dureza, el camino de la virtud, asistido por la doncella Gracia de Dios. Y es que el paso del ancho camino del Pecado a la tortuosa senda de la Virtud, sin que sea necesario desandar el primero arriesgándose a repetir los infelices encuentros, sólo será posible atravesando el haya de la Penitencia que crece entre los dos. Esta barrera vegetal, como ha señalado Maupeu (2008, 21-22, n.3), hace que el bivium que transita el protagonista, más que encrucijada sea una vía doble y paralela, un camino dividido en dos por la haya de la Penitencia, con lo que es posible pasar de una vía a otra, no sin sacrificio por la consiguiente mortificación de las punzantes espinas. Esta reconfiguración del motivo sitúa la Penitencia en el corazón de la cuestión central de la salvación y la Iglesia como mediadora ineludible entre la humanidad y el Cielo, en línea con los postulados del IV Concilio de Letrán (1215). Añade Maupeu, además, que la presencia del personaje de Gracia de Dios y su asistencia constante, pero discontinua, para con el protagonista libera el espacio necesario a la consideración, si bien limitada, de cierto libre arbitrio en el proceder del hombre. El tema del libre albedrío relacionado con el motivo del bivium volverá a aparecer con fuerza en otras narraciones alegóricas peninsulares a las que nos referiremos más adelante. Continuando la aventura, y ya en el Buen Camino, Gracia de Dios ayuda a Peregrino a subir al barco-casa de la religión que le conducirá por el mar de la dificultad e indecisión y le dejará seguro en su destino. Para acceder a este barco-casa de la Religión ha de soportar con acatamiento cristiano los rigores de la prueba del portero Temor de Dios y, una vez dentro, conoce la identidad y ocupación de las seráficas damas que asisten en él: Pobredad Voluntaria, Hermosa Castidad, Obediencia, Estudio, Disciplina, Abstinencia, Plegaria, Adoración de Dios. Obediencia ata al Pelegrino de pies, manos y lengua y es en este momento cuando con cristiana abnegación se deja vencer de las ancianas Vejez y Enfermedad para entregarse, de manos de Misericordia, a la Muerte. Justo el instante en que se prepara Peregrino para sufrir el afilado filo de la guadaña de la Muerte, el autor despierta de su sueño con el sonido de la llamada a maitines, terminando aquí la narración. La obra de Digulleville encontró, a través de la traducción castellana impresa en 1490, un nuevo ámbito de recepción lejos de la escolástica medieval: el de una Castilla finisecular que hervía de ideas reformistas, herederas de la devotio moderna. Cada ser plenamente consciente de su naturaleza pecadora, debía vivir su compromiso cristiano a través de la experiencia personal y de la imitación de Cristo, admitiendo la responsabilidad de sus actos y dotando de un contenido privado al ideal de vida cristiana, por lo que era constantemente solicitado para elegir el bien en detrimento del mal. En estas nuevas coordenadas ideológicas y espirituales, la aventura del Peregrino adquiría una nueva significación.
Significación similar, por otra parte, a la vehiculada, a comienzos del siglo siguiente en una curiosa novelita catalana que con el título Espill de la vida religiosa veía la luz en la imprenta barcelonesa de Joan Rosenbach. Esta obra iba a tener una extraordinaria difusión a lo largo de toda la centuria, en la Península y fuera de ella, ya que recreaba también el discurso de los dos caminos, atajos incluidos, que conducía  a salvarse o a condenarse. En ella, el motivo del bivium, aunque central, no está explícitado y la disyuntiva se muestra a través del camino opuesto que toman dos personajes movidos por intereses contrarios. El impreso catalán de 1515, el testimonio conservado más antiguo que ha llegado hasta nuestros días, refiere un periplo: el emprendido por un religioso llamado Deseoso movido por la voluntad de encontrar al caballero Amor de Dios. El camino a seguir para emprender la búsqueda le es indicado por un pastor, que le ofrece también la compañía de un perro de nombre Buena Voluntad que lo hará junto a él. Las indicaciones del pastor conducen a Deseoso por el Camino de la Fe hacia la Casa de la Humildad y con las experiencias y enseñanzas aprendidas durante el tiempo que permanece en esta morada, emprende el Camino de la Paciencia que le llevará directo a la Casa de la Caridad. La trama de esta aventura del peregrinaje de Deseoso por el Buen Camino, que constituye la primera parte de la obra, se complementa con el relato del itinerario, emprendido por el monje Bien Me Quiero, también en busca del Amor de Dios, de su extravío tomando el Mal Camino y de su estancia en la Casa de la Soberbia, desde donde regresará a su monasterio dueño de una espiritualidad aparente e infructuosa. Alcanza este breve resumen de la trama argumental para descubrir que la narración de las aventura de Deseoso, en su viaje, son trasunto del peregrinaje espiritual del alma por el camino trabajoso, donde halla y visita el protagonista tres moradas: la Casa de la Humildad, Casa de la Caridad y Cámara de Dios. Este itinerario supone, en efecto, un camino bastante más abreviado que el del Peregrino de Digulleville.
Entre el relato medieval de Digulleville y este Camino abreviado que propone el anónimo catalán del Spill, el motivo ha cambiado sobre todo en cuanto a su estructura, al hallarse explícito en la primera e implícito en la segunda. Sin embargo, la esencia del mismo permanece: uno debe elegir entre un camino corto de placeres inmediatos a costa de algo o de alguien, y un camino largo de esfuerzo y sacrificio tras el que espera la verdadera felicidad.
Si el motivo del apólogo Hercules ad bivium nutrido de matices bíblicos había traspasado la Edad Media más o menos aletargado, los siglos áureos van a asistir a una llamativa reactivación del mismo, pues como recordaba Panofsky la fábula de Hércules proyecta la imagen de un héroe que pone a prueba su libertad para la elección autónoma de la virtud y, en este sentido, venía a conciliarse de manera armónica con las representaciones y las reflexiones humanistas sobre la autodeterminación ética del individuo. Así describe el motivo el franciscano Juan de Pineda en sus Diálogos familiares de agricultura cristiana (Salamanca, 1589), ejemplo máximo de diálogo misceláneo o enciclopédico de su tiempo:
[…] siendo Hércules mancebo, llegó por un camino adonde se repartía en dos, y el de la mano derecha era muy áspero y estrecho y se llamaba de la virtud, y el de la mano izquierda, muy ancho y llano y andadero, y era el de los vicios o pecados. Como él allí llegó, reparó un poco pensando lo que le cumpliría más, y vio venir para sí dos mujeres, la una de las cuales, adelantándose de la otra, llegó a él muy compuesta y pintada, y con melindres de ramera le convidó al camino de los deleites, que le prometía con poco trabajo; mas llegando poco después la otra, vestida de blanco y con muy honesto y grave semblante, le avisó que se guardase de aquella engañadora que le prometía vivienda enemiga de bondad, por la cual se perdería. […] Con los consejos de la blanca virtud determinó Hércules de se meter por el camino de la virtud, significado por el brazo diestro, que al principio sube agro y angosto y en el fin para en anchura llana y holgada con perpetuidad. El texto de la Tabla de Cebes se basa en la idea del engaño que aturde al individuo al entrar en el recinto de la vida para mostrar cómo, habiendo bebido de la copa del Error, éste no sabe qué camino seguir y se deja llevar por Opiniones, Deseos y Placeres.

«Los dos caminos de la vida»: el caballero espiritual en la encrucijada
Avanzada la centuria, también el relato del viaje alegórico se reinventa en la Península, a la luz del motivo del camino que se bifurca, dando lugar a un género nuevo que va a explorar todas las posibilidades del bivium, no solo en tanto motivo estructurador de la narración, sino que, además, sus autores van a servirse del mismo como soporte de ideas espirituales, morales, doctrinales y teológicas. El tema del homo viator (ser humano viajero) va a adquirir, en las narraciones caballerescas espirituales, además, un nuevo disfraz más acorde con los heroicos tiempos imperiales y el motivo de los dos caminos situará a un nuevo protagonista, ahora héroe caballeresco, ante la encrucijada.
Destacado representante de la modalidad genérica de las narraciones caballerescas espirituales, la obra que designaremos el Caballero del Sol (como es llamada más adelante en el relato) transmite las aventuras de un valiente caballero que abandona la corte imperial española movido por la llamada de la aventura, a través de una extraña voz que le insta a ponerse en camino. Así, tras una larga aventura del conocimiento que ha transcurrido en los treinta y dos capítulos anteriores y que ha traído al joven a una extraña y áspera tierra, el protagonista se halla ante el camino que se bifurca:
[…] el Caballero del Sol comenzó de caminar por la senda y, a poco rato, vio que la senda se partía en dos caminos. El uno se enderechaba a la diestra mano y el otro llevaba la siniestra o izquierda mano. El de la siniestra mano era muy ancho y espacioso y muy trillado, lleno de muy frescos y frutíferos árboles, y puestos por tanto concierto que ellos hacían sombra de la una parte y de la otra del ancho camino y daban mantenimiento a los caminantes con sus dulces y preciadas frutas. El camino de la derecha mano era tan estrecho y angosto que mejor se podía llamar senda que no real camino. Estaba muy herboso en manera que parecía que pocos por él caminaban. Los árboles que en él nacían eran robles y encinas con su dura y silvestre fruta, espinos y zarzas, con otros espinosos y silvestres árboles. Entre la estrecha senda y ancho camino estaba una gruesa y pequeña columna. Sobre ella estaba otra piedra, tallada a manera de escudo, mitad pardo y mitad colorado, con un letrero en torno que así decía: «En la choza y gran morada / te darán muy por entero/ la razón de tu jornada, / de la parda y colorada / colores y mi letrero» (Cap. XXXIV, f. 36r). 
Dirige sus pasos el protagonista, en primer lugar, hacia la rica mansión construida al inicio del camino espacioso cuando le sale al paso una hermosa doncella en compañía de su séquito. Tras describirse detalladamente las figuras y atavíos de toda la comitiva, ante las preguntas del Caballero del Sol, los personajes van desvelando sus identidades. La hermosa doncella es Ociosidad Mundana y entre sus sirvientes destaca su escudero Regocijo. Ella le explica al Caballero de Sol las ventajas del camino que en su morada comienza (sombra, abundancia de frutas, compañía), bien alejadas de las penurias que la otra dirección ofrece al caminante; le informa también de la existencia de las moradas de siete poderosas dueñas (Soberbia, Avaricia, Lujuria, Ira, Gula, Envidia, Acidia/Pereza), que mientras en esta dirección tienen castillos en los que hospedan y regalan a los que han elegido su camino, tienen en la otra senda herbosa, otras siete fortalezas en las que defienden el paso dando tormentos sin fin a los que porfían en tomarlo. Habiendo escuchado a la bella doncella y recordando lo aprendido en sus aventuras anteriores, el Caballero del Sol resuelve inmediatamente dirigir sus pasos por la senda estrecha sin albergar duda alguna. Parece, incluso, que la acogida de Ociosidad Mundana le hubiera confortado en su elección. Nada más entrar en la estrecha senda avista una mísera cabaña de la que le salen al paso una discreta doncella humildemente vestida y dos escuderos muy sobriamente ataviados. Se identifican como la doncella Vida Trabajosa y sus acompañantes, Afán no Cansado y Cuidadoso del Trabajo. Ella le da cuenta de la dureza del camino que allí comienza y del ineluctable peligro que acecha en cada uno de los siete pasos defendidos; pero también le habla del descanso y de las maravillas que esperan a los pocos que llegan al fin de esta Trabajosa Vía, premios estos muy contrarios al desastroso fin que aguarda a los muchos que van por el Camino de la Ociosidad. Vida Trabajosa, no obstante, le recuerda la total libertad que el caballero tiene para elegir cualquiera de los dos caminos. Y así comienza la aventura del Caballero del Sol en defensa de Noble Razón y sus hermanas las Virtudes, a través de los Siete Pasos defendidos por horrorosas mujeres (representaciones de los Vicios Capitales) y sus gentes de armas a los que vencerá no sin esfuerzo.
Las deudas que este relato contrae con la aventura medieval del Peregrino resultan evidentes y son de orden diverso: argumentales, temáticas, estructurales y, en cierta medida, doctrinales. Y si bien las ingenuas hazañas, incluso torpes a veces, del peregrino protagonista de la obra medieval se transfiguran en la pluma de Villaumbrales en lances en los que celebrar el heroísmo caballeresco, los resortes de la narración continúan siendo idénticos: el esquema del sueño-visión que empuja al protagonista a emprender el azaroso viaje, y, sobre todo, la disyuntiva de la elección del camino que llevará al protagonista al enfrentamiento con la representación personificada de los vicios. Supone, sin embargo, el Caballero del Sol, en muchos sentidos, una superación del antiguo modelo por lo que tiene de evolución al estar determinadamente vinculado con la época que lo ve nacer y con las particulares problemáticas de esta: la política exterior de Carlos V, en lo sociopolítico, las tesis de la paz dinámica en los ideológico y la reivindicación de la capacidad a elegir elegir plenamente renacentista, en lo moral (Herrán Alonso, 2014). Es el protagonista de la obra, el Caballero del Sol, en tanto personaje llamado a cooperar con la gracia por medio de las obras y guiado por la razón, la encarnación del ser humano libre promulgado por diversas corrientes humanistas, dotado del poder de su voluntad y de la capacidad de decisión para ejercer su libre albedrío.
Con poderse establecer fácilmente paralelismo entre el relato de Digulleville y este Caballero del Sol, numerosas son, también, las diferencias que los separan y que radican, fundamentalmente, en la distancia que va de una concepción escolástica a la humanista. Allá donde Peregrino duda y yerra, salvándose de los peligros únicamente gracias a la asistencia del personaje alegórico llamado Gracia de Dios, el Caballero del Sol decide voluntariamente, dejándose llevar por su corazón que le insta a entrar al servicio de Razón Natural, a la que, en tanto caballero, asiste en la querella que esta, junto con las demás virtudes, mantiene contra el Falso Mundo, que las ha desterrado de la tierra. Hace así suya Villaumbrales la nueva forma de entender al ser humano y su lugar en el mundo, heredera de la interpretación humanista del concepto clásico de virtus (energía suprema, en su sentido etimológico) que sentaba decisivamente las bases de la nueva relación que uno establecía con su destino. El Caballero del Sol es prototipo de ese nuevo ideal renacentista que quiere poner a prueba sus propios poderes en tanto que cristiano, entendiendo la creatividad divina como modelo para la suya propia. El mensaje promulgado por las distintas versiones de la historia de Peregrino ha cambiado: los seres humanos pueden configurar su propio destino y hacer evolucionar su cultura y civilización, al tener la capacidad de afrontar y resolver muchos de los problemas que los asaltan, aplicando la razón. Más aún, nos enseña Villaumbrales en el ejemplo de su Caballero del Sol: uno no solo puede, sino debe configurar su propio destino. En la línea de la espiritualidad agustiniana, Villaumbrales concibe el crecimiento del individuo en equilibrio con la certeza de la ayuda puntual, que no asistencia, de la gracia de Dios, proponiendo para ello una distinción clara entre libertad humana y la humana dependencia de la gracia de Dios, o, desde otro punto de vista, entre la historia hecha por los hombre a través de sus actos y la providencia divina; entre, en definitiva, el conocimiento adquirido a través de la experiencia humana y el revelado por Dios. El Caballero del Sol crea su propia historia, generada a través de los hechos que sus elecciones propician, configurada a través de sus experiencias. Esta narración de las hazañas del Caballero del Sol supone, además, una suerte de espejo en el que ha de mirarse el lector, al ser dignas de ser imitadas y alabadas. El espacio de recepción primero donde la relación de las aventuras del del Sol, puestas por escrito por Prudencia tal como se declara en la obra (en tanto que integrante de la compañía de virtudes a las que el protagonista asiste y que ha sido, en consecuencia, testigo privilegiado de todas las aventuras) es la corte española del emperador Carlos V, donde las enseñanzas que de la obra se desprenden deben calar en las nuevas generaciones de caballeros, comenzando por el joven príncipe. En la línea de la espiritualidad agustiniana, al protagonista y sus hazañas se le vincula así directamente a sus semejantes, en su compromiso en una vida política en el ámbito de la corte imperial, pero también en cuanto implicado en las luchas interiores de su compleja personalidad (la aventura interior). En este sentido, allí donde Peregrino de Digulleville padece sumisamente, el Caballero del Sol actúa, pues, de nuevo en concordancia con los postulados agustinos: no bastaba conocer dónde se hallaba el bien, debía actuarse para alcanzarlo, con el intelecto, pero sobre todo con el corazón, centro de la vida humana en tanto que de él emana la voluntad. Radicaba así la modernidad de la obra en la audacia de plantear, a través del periplo del protagonista, que es en esencia la fábula de Hercules ad bivio nuevamente revisitada, no ya un camino hacia la salvación del alma, en la línea de obras anteriores, sino todo un viaje hacia el conocimiento del hombre y su mundo y hacia la felicidad que este confiere. Aunque el Caballero del Sol no volvería a imprimirse en la Península, sí tuvo una particular secuela a cargo de un desconocido Andrés de la Losa, quien da a la imprenta sevillana de Bartolomé González en 1580 su Caballero de la Clara Estrella,  La obra no es otra cosa que una versión piadosa del Caballero del Sol, aunque su autor se cuide mucho de reconocerla como tal. A través de dieciséis cantos en verso heroico, cada uno acompañado de su «moralización» la obra recorre algunos episodios del Caballero del Sol, al que se bautiza ahora con el nombre de Caballero de la Clara Estrella. Los argumentos que anteceden a cada uno de los cantos no dejan lugar a dudas sobre la no confesada utilización de la creación de Hernández de Villaumbrales como texto base. Sirvan como ejemplo los argumentos de los cantos quinto y sexto, que se refieren a la elección del protagonista ante el camino que se bifurca, y el comienzo del periplo por el camino estrecho, respectivamente:
Argumento del quinto canto: En este quinto canto se declara, cómo el Caballero de la Estrella, halló una cerrada puerta en la escura cueva, después de haber visto en ella maravillosas cosas, y de la forma que tuvo para abrirla, y cómo por ella salió a unos muy floridos y agradables campos, y de lo que en ellos le sucedió, con dos doncellas, la una llamada Ociosidad Mundana, y la otra Trabajosa Vida (f. 76v) 
Argumento del sexto canto: En este canto sexto se declara cómo el caballero de la Estrella, prosiguiendo su camino por la estrecha senda, vido armada una rica tienda en un valle, en el cual halló una hermosa doncella, Natural Razón llamada, y la causa de su venida allí; la cual le pidió la acompañase hasta el Campo de la Verdad, franqueándole los siete pasos que eran defendidos por los defensores de las Siete Dueñas, cuyos eran. Y el caballero se lo prometió, y le franqueó el primero paso de los siete, quitando la vida al gigante Siroco, defensor de una vieja, cuyo era el primero paso, llamada Soberbia (f. 97v). 
El motivo del bivium, en consecuencia, volverá a constituir en el Caballero de la Clara Estrella, el momento clave en torno al que gira la narración entera, pero las extensas moralidades que glosan el tenue esbozo de cada una de las aventuras en clave cristiana, vienen a sepultar la ficción bajo un denso manto de espiritualidad contrarreformista, que impide percibir la moderna y libre concepción del libre arbitrio que destilaban las aventuras originales del Caballero del Sol de Villaumbrales.

Et in bivio ego
Puesto un pie en el umbral del siglo XVII y de la mano del fraile agustino Alonso de Soria, el motivo del a veces peregrino, en ocasiones caballero, pero siempre esencia del camino por la vida, continúa su andadura en las letras hispanas a través de otra narración caballeresca espiritual titulada La historia del Caballero Peregrino (Cuenca, Cornelio Bodán, 1601). Sus páginas narran la historia del protagonista desde su nacimiento en el seno de una noble familia gentil de Armenia, pasando por el desgraciado fallecimiento de sus padres y su crianza a cargo de una cierva (lo que explicaría el motivo elegido para la portada). Sin explicar apenas el proceso que lleva al protagonista a este estado, el lector, antes del fin del primer capítulo ya conoce al personaje en una edad de discreción, sabiendo hablar y lo que es más importante, albergando el deseo innato e irrefrenable de conocer «la causa de todas las causas» o el «principio primero de todos los principios». Desde este momento comienza una búsqueda errante (no exenta en estos primeros pasos de una tentación demoníaca) que, tras la indicación del Ángel de la Guarda que se aparece a Peregrino, tendrá como etapa primera del camino una larga estancia en la Casa del Desengaño. Tras franquear Peregrino tres muros con sus fosos y ríos y conocer el lector la prodigiosa arquitectura de los edificios, torres, puertas, patios y alcázares que Peregrino halla en su camino (y de paso el significado profundo que esta encierra), un personaje denominado Testamento Viejo guía al protagonista hasta una estancia en la que se le presenta al Doctor Evangélico quien en la «escuela de la verdad», que es esta primera Morada del Desengaño, informa a los presentes sobre la ley de Jesús. Así conoce Peregrino las Sagradas Escrituras y es recibido por las virtudes teologales y sus sirvientas las cardinales, que le instruyen en el aprendizaje de catecismo En el capítulo VIII de este primer libro Peregrino es armado caballero de Cristo a través del bautismo cuando las virtudes le van ciñendo una simbólica armadura espiritual, al tiempo que Testamento Viejo y el Doctor Evangélico le hacen entrega de una Biblia. Habiendo sido suficientemente informado de la fe y, sobre todo, tras ser simbólicamente armado caballero de ella, conoce a lo largo del segundo libro el resto de los misterios sagrados y las jerarquías eclesiásticas a través del retrato de la Jerusalén Celestial. En el libro III Peregrino, recupera la errancia emprendida tiempo atrás y, tras permanecer un tiempo indeterminado pero largo en la Casa del Desengaño, sale de nuevo al camino en dirección al primero de los diez alcázares que habrá de encontrar y visitar antes de llegar al de la Victoria, desde el cual se accede al Monte Santo. Inicia así un áspero camino en el que será asaltado y tentado por toda clase de demoníacas visiones de los vicios contrarios a las virtudes que hallará en cada alcázar.  Tras estas últimas y costosas batallas el Ángel de la Guarda le hace entrega del laurel de Gloria y le indica el camino a la Casa de la Victoria. Llega antes, en el capítulo X del libro III, a la Casa de la Providencia, donde sucumbe a manos de la Muerte, para resucitar a continuación y subir en compañía de su Ángel de la Guarda al Campo de la Verdad. De allí pasa a la Casa de la Victoria, donde es recibido festivamente por ella, ya en el Libro V, y de ahí es conducido a una alta torre en la que se encuentra un paso hacia el Monte Santo. Los restantes capítulos del Libro V suponen un relato de la jerarquía celestial a través del paso del protagonista por los ocho muros que protegen y cercan la entrada al Monte Santo. Una vez franqueados y guiado por la Reina del Cielo, el Caballero Peregrino llega al trono de Dios. Cuando al comienzo de este largo periplo nuestro protagonista llega ante el bivium ya ha sido abundantemente prevenido sobre la naturaleza de los caminos que ante él se bifurcan y la naturaleza trascendente de su elección y lo que esta implicará. Una figura alegórica llamada Doctor Evangélico (ut supra) le informa así de la significación que esconden los caminos opuestos:
Salgamos por esta puerta que mira al Oriente y ponerte he en el camino del monte santo, el cual aunque es angosto y áspero, pero muy cierto. Hay en el discurso de este camino que se apartan de él a mano izquierda, anchos llanos y delectables. No te apartes del que llevas por áspero y trabajoso que sea, porque el fin de los otros es el despeñadero eterno que priva de Dios; y el que llevares no para hasta poner en salvo lo que con sencillo corazón y fe viva lo andan llorando sus pecados y pidiendo a Dios favor para se librar de ellos (f.135r).
Sabrá que ha llegado al camino anunciado, le informa su padrino, cuando llegue a un monte de «encinas y zarzas, escabrones y otras muchas asperezas»: […] por medio del cual va una senda angosta y áspera llena de espinas y abrojos y muy pedregosa, que es figura de la penitencia de los que caminan al monte santo del reposo (f. 135v). Más adelante, insiste el Doctor Evangélico en el peligro que implica equivocarse de vía y tomar el camino de la perdición, por lo que le explica el modo de reconocerlo: El camino que lleva a la perdición es ancho, llano y delectable. Más el que guía a la vida es angosto, áspero y pocos andan por él. Salirte han al camino gentes, resplandeciendo con oro y piedras preciosas, que te convidarán mucho a los deleites y riquezas. No los creas (f. 135v). En perfecta concordancia con los postulados contrarreformistas, los atributos caballerescos del protagonista han ido desapareciendo para volver a su esencia original de peregrino de la vida, en tanto pecador. La distancia que separaba los relatos medievales del cristiano en la encrucijada de las nuevas propuestas que los actualizaban a la luz de un humanismo ha vuelto a acortarse y este nuevo Peregrino, cuyas peripecias nos narra ahora el fraile agustino, tiene mucho más de peregrino que de caballero, siendo su condición de portador del pecado original la que destaca por encima de todas. Tanto es así que Alonso de Soria ha despojado el relato de la mayoría de los elementos ficcionales que lo caracterizaban para sobrecargarlo de elementos doctrinales, pues la intención última reside en mostrar a los lectores que solo en la observancia de los sacramentos hallará el cristiano el perdón de los pecados y la redención en la vida eterna. La Historia y milicia del Caballero Peregrino presenta una compleja estructura alegórica.
Alonso de Soria pone la literatura y sus recursos al servicio de la religión, y se sirve de ella con el fin de hacer más clara, comprensible y en contadas ocasiones amena la exposición de un denso programa de contenidos doctrinales. Este programa religioso se articula en un complejo sistema intelectual anunciador de la estética barroca que a través del uso de imágenes arquitectónicas logrará plasmarse como coherente y posible, no solo de asimilar, sino también de recordar en sus líneas generales.
Conclusión
Hemos querido recorrer a lo largo de estas páginas el camino tan intricado como apasionante que en literatura media entre el estatismo propio de la escolástica de los siglos medievales, pasando por el poder evocador de la fuerza de la voluntad personal y del libre albedrío, hasta llegar a los recovecos que nos guían por las entrañas del edificio alegórico hacia la introspección barroca del yo, para rendirnos a la evidencia de la infalible eficacia del motivo del bivium. Una eficacia que se reposa en su flexibilidad y su facilidad de adaptación que explican su vigencia a través de diferentes movimientos culturales y su especial capacidad para dejar aflorar una reconfiguración no solamente ética y moral (cuando no doctrinal) de la fábula, sino también estética. Lejos de caer en el olvido, el motivo sigue su andadura en las letras castellanas de la centuria siguiente y es caro a los autores barrocos, rastreándose fácilmente su impronta en muchos de ellos27. Fue sin embargo durante el siglo XVI, y puesto al servicio del género de las narraciones caballerescas espirituales, cuando el motivo del bivium se reinventa con inusitado brío desvelando toda la ambivalencia de su esencia alegórica capaz de vehicular postulados dispares y hasta enfrentados.

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