viernes, 8 de marzo de 2024

LA HACEDORA DE ILLOPENAS

 

N.º 63

SEPTIEMBRE-OCTUBRE 2009

9

  

GIBRALFARO

  

LITERATURA DIDÁCTICA

  

  

  

  

  

LA HACEDORA DE VELAS

  

Por Elena Ortiz Muñiz

  

  

A

na siempre fue una persona feliz, que tuvo la suerte de contar con unos padres maravillosos que hicieron de su infancia un remanso de paz, una época llena de fantasía, sueños, ilusiones y juegos. Al ser hija única, vio volcados en su persona todos los afectos, atenciones y afanes. Su padre, empresario exitoso, se empeñó en llenar su existencia de luz. Y vaya si lo logró: la iluminó por completo.

  
     

 

Gracias a ello, Ana aprendió, desde edad muy temprana, a amar ese maravilloso mundo lleno de cera, parafinas, pabilos, aditivos, fragan-cias, láminas de sebo, colores y moldes.

  

Comenzó por permitirle la entrada sin restricciones a la fábrica de velas de la cual era propietario. Gracias a ello, Ana aprendió, desde edad muy temprana, a amar ese maravilloso mundo lleno de cera, parafinas, pabilos, aditivos, fragancias, láminas de sebo, colores y moldes. Simplemente, le parecía fascinante todo aquello. Participar en ese acto maravilloso que implicaba utilizar los materiales disponibles en el planeta para transformarlos en pequeñas obras de arte capaces de dar luz, era tanto como ser testigo de un milagro divino.

Desde muy pequeña, comenzó con sus primeros experimentos. Al principio, le explicaron cómo concebir velas de gel y parafina líquida, que no representaban ningún peligro para ella; luego, las que se hacían con placas de cera; después, las que se moldeaban como si se tratara de una escultura. Y, finalmente, pudo crear un cirio de verdad, con todas las fases de creación que implicaban y le fueron revelados los secretos del derretido de la cera, la pigmentación, el lograr encapsular el aroma para que se desprendiera delicadamente mientras el fuego abrazaba la vela, la elección del pabilo, el llenado del molde, el vaciado, el lograr un acabado perfecto y, finalmente, la presentación. Ana se sentía arrobada ante aquel mundo insólito y apasionante que se abría ante sus ojos aún candorosos. Le gustaba sentirse una diosa creadora de criaturas luminosas.

Cada vela que realizaba era empacada primorosamente para que pudiera llevársela a casa y encenderla con tranquilidad comprobando la combustión de la misma. Sin embargo, Ana no quería ver el producto de sus esfuerzos consumirse hasta quedar convertido en nada, y así, en cuanto llegaban, eran guardadas con sumo cuidado en un armario de su habitación destinado a ese fin: atesorar sus creaciones.

Don Clemente la reñía intentando hacerla entrar en razón:

—Por Dios, criatura, si todas las personas guardaran las velas sin encender, no tendríamos ni un mendrugo de pan que llevarnos a la boca. Enciende tus velas, por favor; ésa es su finalidad: ¡dar luz!, y no, permanecer en el fondo de un armario envueltas en papel de colores.

Pero para Ana, nada importaban estas advertencias ni consejos.

Una tarde, sentada en la sala de su casa, hojeando con indiferencia una revista, se detuvo a mirar las expresiones de los rostros infantiles retratados en ella. De pronto, una duda la asaltó. Corrió para preguntarle a su mamá:

—¿Todos los niños en el mundo son tan felices como yo?

Doña Silvia guardó silencio al tiempo que su rostro se volvió serio y pensativo. ¿Cómo explicarle a una pequeña de diez años escasos que hay más niños infelices que felices sobre el planeta? Pensó en las decenas de ellos, incluso recién nacidos, que eran negociados y vendidos al mejor postor para luego ser utilizados como señuelos y obtener limosnas más jugosas a través de ellos, o los otros que eran manejados para realizar trabajos pesados y que vivían en condiciones infrahumanas, sin saber lo que era una caricia o una palabra de afecto.

Pero también estaban los rostros anónimos de ojillos tristes que aparecían en las fotografías bélicas con fusiles en la mano. Y los que servían como carne de cañón para explorar territorios dudosos y comprobar que no hay minas terrestres por donde van a pasar los soldados.

  

     

Cada noche, fabricaba una vela, y, mientras derretía la parafina en la estufa, oraba con toda el alma para que esos desdichados encontraran la luz.

 
  

Ante la mirada inquisidora de su hija, Silvia bajó la mirada avergonzada, no porque ella personalmente hubiera realizado acciones deplorables en detrimento de la infancia, sino porque guardaba silencio. Todas las noches, al apagar la luz de su habitación, pensaba en aquellos niños que con terror esperan dentro de una estancia inhóspita y gris la llegada de aquel que profanaría su cuerpo con infrahumana lascivia, que borraría con golpes y caricias malsanas todo rastro de inocencia que pudiera haber resistido el infierno vivido desde que fueron secuestrados, entregados, comerciados o sacrificados, o todas esas cosas a la vez.

¿Y qué decir de aquellos que saltaban a la fama de la inmoralidad como protagonistas de filmes pornográficos, obligados a realizar acciones infamantes y pervertidas a través de las cuales, además de la ropa, les arrancaban la dignidad?

No, exponerle a su hija cada una de estas cosas era como robarle la inocencia y la felicidad. Había mucha maldad y porquería en todos lados, sin distinción de extractos sociales, países, continentes o nivel cultural.

¡Eran tantas las atrocidades cometidas cada día...! ¡Y tantas las criaturas que vivían en un terror constante, sin conocer la felicidad, la paz, el cariño...! Sólo por dinero... el mal del mundo y de los hombres.

Silvia, con lágrimas en los ojos, miró a su pequeña, que permanecía frente a ella totalmente confundida, y, al advertir en su inocente rostro una repentina tristeza, la abrazó fuertemente para consolarla.

—¿Por qué lloras? —le preguntó la chiquilla.

—Lloro, porque no todos los niños del mundo son tan felices como tú. En este mismo momento, decenas de ellos están padeciendo un verdadero infierno sin tener el más mínimo resquicio de salvación.

—¿Ellos no tienen una mamá y un papá que los protejan?

—Algunos los tienen. Muchos están siendo buscados por mar y tierra con desesperación por ellos, otros no... Están solos.

—Vaya, ahora entiendo por qué el mar es salado, las lágrimas de Dios han de ser constantes. ¿Es cierto que cuando una persona muere se debe encender una vela para que su alma encuentre el camino hacia el cielo?

—Bueno, ya sabes lo que dice tu papá: la luz de una vela es una esperanza que renace.

La conversación terminó. Pero las palabras de Silvia se quedaron en el corazón de Ana toda su vida. Siempre agradeció su honestidad al hablarle de la realidad del mundo en el que estaban viviendo, porque, al paso de los años, había aprendido que lo correcto no era ignorar para no sufrir, sino saber para corregir.

Sabía que ella sola no podía acabar con las injusticias de un planeta que carecía de ecuanimidad; sin embargo, continuó con la misma labor que inició aquella tarde después de conversar con su madre. Cada noche, fabricaba una vela, y, mientras derretía la parafina en la estufa, oraba con toda el alma para que esos desdichados encontraran la luz. Por la mañana, vaciaba el molde y, camino a la escuela, se detenía en la iglesia para dejarla encendida con una dedicatoria pintada sobre su superficie:

«Para que los niños recobren su libertad y dejen de ser esclavos.

Para que los niños recuperen su dignidad.

Para los niños que padecen la guerra y sus horrores.

Para los niños cuya inocencia fue mancillada.

Para que los niños perdidos sean rescatados.»

  
     

 

La “Hacedora de Velas” conseguía, cada vez que encendía una luz, que el mar dejara de ser tan salado y que el silencio fuera rasgado con menos frecuencia por un grito infantil ate-rrador.

  

Con el paso del tiempo, la gente llegó a conocerla como la “Hacedora de Velas”. Muchas personas le escribían cartas pidiéndole que fabricara y encendiera una vela por sus hijos desaparecidos. De esta manera, sus creaciones comenzaron a tener personalidad, rostro y nombre. Las miradas, que casi siempre permanecían indiferentes, comenzaron a voltear. Se hizo más pausible la presencia de alguna mujer en la calle con un niño aparentemente dormido en brazos, pero, en realidad, drogado, pidiendo limosna. El reproche las hizo huir. Gracias a los medios de comunicación que periódicamente comentaban la misión autoimpuesta de la “Hacedora de Velas”, mostrando los rostros y nombres de niños desaparecidos que ella misma pintaba con maestría en la superficie de sus velas éstos se volvieron, de pronto, conocidos, entorpeciendo el tráfico de infantes.

A sus velas, se sumaron las de otras de personas que deseaban ayudar en su labor, cansadas de su propia indiferencia. La solidaridad ante el sufrimiento ajeno fue más común y el respeto a la infancia, una exigencia popular. Mujeres irresponsables que dieron vida a un nuevo ser sin desearlo dejaron de abandonarlos, pararon de entregarlos a cualquiera que se ofreciera a liberarlas de la carga incómoda que suponía el recién llegado.

Tal vez, ni siquiera la misma Ana era conciente de lo que había logrado con su minuciosa tarea, pero lo cierto era que la “Hacedora de Velas” conseguía, cada vez que encendía una luz, que el mar dejara de ser tan salado y que el silencio fuera rasgado con menos frecuencia por un grito infantil aterrador, quizás porque las palabras de Don Clemente tenían algo de verdad: «Había que encender las velas para que se cumpliera su cometido: ¡Dar luz!».

  

  

Elena Ortiz Muñiz (México, D.F., 1971). Licenciada en Ciencias de la Comunicación egresada de la Universidad Franco Mexicana S.C. Miembro activo de las páginas literarias Escritores Latinoamericanos, Unión de Escritores Hispanoamericanos, El Rincón del Poeta y El Rincón de los Escritores. En este último ha logrado obtener algunos premios por mejores escritos del mes. Ha formado parte de la antología digital Mejores Escritos del Rincón con el poema "Un beso" y "Que no se borre la vida" y de la Antología editada por Iwith en la editorial Bubok. Ganadora de accésit y mención especial en la revista literaria Katharsis y finalista del II Certamen de microrelatos para abogados convocados por la página abogados. Ha publicado también en diferentes revistas literarias. Es subdirectora de la revista literaria Molino de Letras (www.molinodeletras.net).

jueves, 22 de febrero de 2024

TSQ-IV By Adrian Mitchell and Nilesh Mistry

 The Snow Queen Fourth Story - retelling by Adrian Mitchell

Illustrated by Nilesh Mistry

(Happy Pisces Season you all!)

::.............

This country has an amazingly clever Princess. She's read all the newspapers in the world and forgotten them all. That's how flapping clever she is.

The other day she was sitting on her throne -- and she thought to herself: I want to be married, but whom to? I want a husband with a mind of his own, not some handsome waxwork. It's all true.

Well, the newspapers printed the Princess's picture on their front pages with a frame of little hearts and announced: any good-looking young man can come to the palace and talk with the Princess. And she'll decide who is the best talker -- and marry him right away.

The Princess would marry the best talker?

Correct. Anyway, crowds of young men appeared. They could talk well enough on the street, but in the palace -- with its guards in silver armour at the door and flunkeys in gold braid on the marble stairs and diamond chandeliers glittering in the great ballroom -- well, they got flustered, flummoxed, and speechless. They all failed on the first two days.

Of course, when they were out in the street again they gabbled so fast that you couldn't hear yourself.

When did he arrive?

On the third day a little fellow strode right up to the palace, bold as a buzzard. His eyes were bright and he had fine, long hair, but his clothes were raggedy.






There was a rucksack on his back.

When he saw the guards in silver armour at the door and the flunkeys in gold braid on the marble stairs, he just gave them a friendly nod and walked on into the ballroom.

The diamond chandeliers were all ablaze. Ministers of State and Ambassadors were walking about in their bare feet, carrying golden dishes to and fro. The boy's boots squeaked dreadfully, but that didn't seem to bother him.

Well, they squeaked like a pocketful of mice! But he marched up to the Princess. She was sitting on a pearl the size of a spinning wheel.

Did he win the Princess?

He was handsome, and clever as a clarinet. He hadn't come to woo the Princess, but just to listen to her wise talking. And he liked her, and she liked him.

"Oh, please take ... to that palace."

"Easier said than done," ... "They won't let ... just walk into the palace."

"... outside, ... out ..."

It was late evening when ... returned. ... "My fiancée says she'll let ... into the palace. She knows a ljttle backstair leading to the Royal Bedroom.

So ... led ... through the palace gardens, along a mile-long avenue lined with giant trees, and round the splendid palace to a little open door at the back near the kitchens.

By the light of a small oil lamp at the bottom of the stairs ...

... "Carry the illumination, please, and I will lead the way."

... picked up the lamp and followed ... through a maze of beautiful rooms. ...

Finally ... stood in the doorway of the Royal Bedroom.

The ceiling was like a great palm-tree with leaves of crystal. In the middle of the room was a tall gold stem and from it hung two beds, like lilies. One of the beds was white; the Princess was sleeping in that one.

The other bed was crimson, and it was there ... turned back one of the crimson petals, ...

... close to his head. The boy turned woke up, and turned his head and --






"What's happening?" called the Princess.

"You poor girl!" said the Prince and Princess. They praised ... and said that they would be rewarded.

"Would you like to .., away and be free ...?" asked the Princess. "Or would you rather be appointed ... to the Court and be paid with all the scraps from the kitchen?"

...

The Prince climbed out of his bed nd let ... sleep in it. ... thought of how kind ... people are! ...

Next day ... was dressed by the ladies-in-waiting in silk and velvet from head to foot, with boots and a fur muff. The Prince and the Princess helped ... into a carriage of pure gold and wished ... farewell and good luck. There were four horses and a coachman, a footman, and outriders.

... stood in the palace gateway ... goodbye for as long as they could still see the coach, glittering like the sun on wheels.

.........

The Robbers' Castle



Rolling along through the heart of a dark forest, ... carriage shone so brightly that the gang of Robbers lurking in ambush were dazzled.

"Gold! Gold!" they screamed, charging out of the bushes. They grabbed the horses' reins, killed the coachman, footman, and outriders ...

...

... into the coach. The robber gang drove deeper into the forest.

...

The coach was driven right into the robbers' castle. Through ragged holes in the walls, ravens and bats flew in and out. In the middle of the floor crackled a smoky fire.

...........

... "How are the Prince and Princess?"

"Who knows?" said the robber girl. "They've gone to foreign parts."

....

Journey to the Snow Queen's Palace




....

PRINCESS' PALACE

... the amazingly clever Princess in her oalace.

ROBBERS' CASTLE

... when ... is ambushed by robbers in the deep forest and taken to their ruined castle.




jueves, 8 de febrero de 2024

EL VALS DE CALE SCHEWEN

 EL VALS DE CALE SCHEWEN

de Evert Taube

traducción de Sandra Dermark

el 7 de febrero de MMXXIV, bajo el signo de Acuario

+++++++++++++++

En el mar del Norte, mi isla está en flor,

las olas se oyen chapotear,

los juncos se mecen, del heno el olor

me suele ahora en junio llegar.

Sentado en el banco de mi cenador,

observo a gaviota y charrán

que lanzan destellos al fiordo a lanzarse

para su alimento pescar.

*************

Yo me hago mis carajillos de coñac

de adecuada intensidad,

y escucho las melodías del acordeón

que vienen del salón de mi hogar.

Aunque soy abuelo, me siento chaval,

alegre es mi niño interior,

con los años todo me sienta fatal,

la danza y de ellas el amor.

¡Mirad, la gaviota un arenque pescó!

Un brazo es lo que yo pesqué...

Juventud eterna de mi corazón,

contigo este vals bailaré.

Del bosque y del lago llega una canción,

serás mi invitada de honor...

Aquí baila Cale Schewen con Rosa, su flor,

y en el noroeste se va el sol...

******************

Y reposa mi bella isla en tu seno azul,

oh fiordo cobalto y tranquilo,

y el crepúsculo de junio llega en calor

al brezo y al árbol de tilo.

Mi elfa, tú bailas escúchandome

y piensas que el hombre es un trol...

Tiembla aquella mano infantil que besé

y el vals suena un triste bemol.

^**************

Pero, ¡hey invitados y toda amistad!

Estoy sobrio y listo también...

Cuando amanezca, haré un pajar,

después, en el mar pescaré.

¡Maldito crepúsculo, vete de aquí!

Los pinos dora el arrebol...

Aquí baila Cale Schewen con Rosa, su flor,

hasta la salida del Sol

QUIERO CANTAR SOBRE KATARINA

 QUIERO CANTAR SOBRE KATARINA

Por Mats Paulson

traducción de Sandra Dermark

el 7 de febrero de MMXIV, bajo el signo de Acuario

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El viento peina hoy las praderas,

aletean las cortinas de tul,

quiero cantar a la primavera

con sol y flores y cielo azul.

Quiero cantar sobre Katarina,

con flauta y címbalos componer,

pero los vientos se hacen canciones

que entre abedules escucharé...

El viento peina hoy las praderas,

aletean las cortinas de tul,

quiero cantar a la primavera

con sol y flores y cielo azul.

-------++++++++++

Hay una joven entre los chopos,

tengo una foto antigua aquí,

con los años, ella se hizo un sueño,

un cuento, una leyenda al fin.

Quiero escribir una cancioncilla

y aquel instante inmortalizar,

pero callan la letra y el ritmo,

y en un secreto se trocarán...

Hay una joven entre los chopos,

tengo una foto antigua aquí,

con los años, ella se hizo un sueño,

un cuento, una leyenda al fin.

martes, 6 de febrero de 2024

TSQ-IV YOSHITANI - ESPAÑOL (DANIEL ALDEA)

 The Snow Queen Fourth Story, by Yoshi Yoshitani.

Traducción de Daniel Aldea:

... se trataba de un astuto príncipe que se había casado con una princesa muy sabia.

Yoshitani's original has, nailing these characters as told by Andersen in just two adjectives, for him and her respectively:

... a clever prince who had married a very wise princess.

Aldea translates "very wise" as "muy sabia" perfectly, but "clever" is not exactly "astuto". There is nothing sinister about the Prince (and I am talking Andersen, not Frozen). I would have translated "listo" instead.

domingo, 28 de enero de 2024

QUERIDOS HERMANOS, AMIGOS, COLEGAS...

QUERIDOS HERMANOS, AMIGOS, COLEGAS...

Por Carl Michael Bellman
(Epístola 9)

Traducción de Sandra Dermark
28 de enero, MMXXIV

El Termopolio Boreal era una cafetería y local de fiestas en el casco antiguo de Estocolmo en el siglo XVIII. A su personal dedica Bellman esta canción o más bien Epístola, ya que describe con mucha pasión una fiesta en este local, la ropa de fiesta de la gente, a los personajes que pueblan el universo de las Epístolas... "Confolio" era una manera de referirse al vodka, que se consumía en grandes cantidades en aquella época.

.....................
Queridos hermanos, amigos, colegas,
aquí está el padre Berg, ved cómo tensa
del violín las cuerdas
y el arco que en mano tiene...
Tuerto de un ojo y además ñato,
vedle escupir, vedle hacer el pato,
su jarra está en la mesa...
Pellizca ahora algunas veces...
Al sol sonríe...
Y el violín fríe...
Se confunde y hace la instrucción...
Queridos amigos, bailemos al fin,
con guantes en las manos, de figurín,
Ved a la Solsones,
rojos los cordones,
y celeste el calcetín.

.............
Es Yergen Puckel con su sombrero,
pipa y vodka, pendón verbenero,
priva y hace cosas rudas
con la mano y con el pie...
Almidonada chaqueta amarilla,
peinado con coleta muy pilla,
la espalda cheperuda
y los pómulos también...
Abre la boca...
Con los pies frota...
Coge la pipa y se pone a saltar...
Queridas amigas, siempre se ve
que ellos siempre bailan el minué,
todos como cubas...
¡A por ellos, Ula!
Marca el compás muy bien...

........

Vedle quien es de los lechuguines,
calza amarilla, blancos botines,
que baila con la Lota,
la pelirroja de allá...
Ved qué buena pareja de lovers,
en la casaca él lleva galones...
Bebe y da un escupitajo...
"¡Aagh, la clara me hace mal!"
Llenen las jarras...
Que arda la casa...
¡Nadie se queje, nada de na!
Queridas socias, corro formad,
en la danza corred y saltad,
no sean muy listas,
pasa el violinista,
su instrumento a tocar...

...........

¡Hey chicas mías, faldas abajo!
danzas y risas al contrabajo,
dadle al padre Berg confolio
y vinos tintos y blancos...
Hey, padre Berg, ¿cómo se llama
la gorda bizca esa de la barra?
¡Dueña del Termopolio!
¡Ella es! ¡Que me parta un rayo!
Cegata y oronda...
Casi redonda...
Catarro tengo, mi tesoro, ay mi amor...
Queridos hermanos, aquí hay placer,
música, priva y mozas que ver...
Aquí Baco y Cupido
son siempre bienvenidos...
Aquí están todos, ¡yo también!



lunes, 15 de enero de 2024

La ovillapenas


La Ovillapenas.

La Ovillapenas carga con su pesado ovillo, nunca se separa de él, lo tiene a su lado. Es tan pesado que apenas puede arrastrarlo y su peso va en aumento. Recuerda haber cargado siempre con él, la idea de abandonarlo no cruza por su mente.
Anda muy encorvada, muchos la compadecen, pero opone una encarnizada resistencia a cuantos lo hacen. ¡Pobres!, no se imaginan que mal les va, no sospechan lo que les espera. Ella se acerca y les lanza una mirada de soslayo, por lo bajo intuye la inminente desgracia. Lo sabe enseguida, no hay remedio, pase lo que pase las cosas irán de mal en peor, empeorarán de un encuentro a otro. Inclina la cabeza y piensa en su ovillo. Ahí están todos enredados, a ella le pesa, pero más les pesa a ellos.
La Ovillapenas disfruta haciendo el bien y dice “Cuidado”. Si la gente se dignara escucharla…
No caminar bajo los árboles, dice, hay ramas podridas. No atravesar ninguna calle, hay coches agresivos. No andar pegado a las casas, pueden caer tejas del techo. No darle la mano a nadie ni entrar en vivienda alguna: hierven de microbios malignos.
El aspecto de las mujeres encinta le desespera: no hay que tener hijos, dice, sino mueren al nacer mueren más tarde. Hay tantas enfermedades, más enfermedades que niños, y todas se abalanzan sobre la propia criatura y no hay razón para que sufran tanto. Mejor es que no vengan al mundo.
La Ovillapenas nunca ha estado encinta, por eso puede hablar así. Jamás ha confiado en un hombre, desvía la mirada en cuanto alguno la observa. Ha cosido por encargo, aunque tampoco eso es seguro. Conoció gente que murió antes de que acabaran las costuras. De ellos no obtuvo un céntimo. Pero no se queja. Lo añade al ovillo. En él si que confía, todo es cierto y sucede tal como aparece en el ovillo.
La Ovillapenas duerme de pie en una calleja olvidada y sin salida. El ovillo es cama y almohada para ella. Como es precavida, no dice su nombre. Nunca ha recibido una carta. En toda carta hay siempre una desgracia. Observa a los carteros y se admira: no hacen sino repartir desgracias, y la gente, que es estúpida, las lee.