domingo, 26 de marzo de 2017

CARTA A UNA HIJA

CARTA A UNA HIJA

Por si no estoy cuando ya sepas leer con los ojos y con el corazón al mismo tiempo.
Cuando te miro, Verónica, tan chiquita, tan redonda, con tu pelito de seda, haciendo
morisquetas frente al espejo, soy feliz… y tengo miedo.
Porque el miedo es un raro ingrediente de la felicidad, sobre todo de esta felicidad mía tan
pulida, tan dulce, tan nueva. Ahora no lo entiendes, claro, tienes nada más que un año, un
añito que pregonas con tu índice en alto y una sonrisa de solo seis dientitos de conejo.
Ahora tu mundo se reduce a los pajaritos de cartulina que papá colgó del techo de tu cuarto y
el aire mueve constantemente para tu asombro y tu alegría. Y a la muñeca que buscando tu
amistad solo encontró que te diviertas tirándola al suelo desde tu cuna. Y al muñeco de
celuloide pintado de rosa que tiene campanas en la barriga y suena a gloria cuando lo
mueves.
Ah… tu mundo… tu mundo de sopa, de puré, de torpes balbuceos, de rodillas sucias de
gatear por el piso, de chupetes, de pañales, de agua tomada con bombilla y verdaderas
proezas para sacarle las perillas al televisor. Es un mundo chiquito, vigilado, seguro, con olor
a colonia para bebés.
Un mundo que cabe en la palma de tu mano gorda. Yo estoy en ese mundo, soy una
enamorada de ese mundo. Sí, Verónica, ahora mamá está. Lloras de noche y corre a tu
cuarto, te acaricia la cabeza, te dice que vuelvas a dormirte. Mamá ya te conoce bien, sabe
todo lo que te gusta y lo que no te gusta, y cuando pone sus ojos sobre ti, te estudia, te
analiza, trata de comprenderte, de aprender cual es el camino que llega a tu corazón, para
transitar siempre por él.
Y ese es mi miedo. Hoy estoy aquí, tan cerca de ti, pensando la manera de hacerte feliz,
segura de que a mi lado encontrarás la dicha. Pero… ¿si me muero antes de que seas
grande? ¿Y si me muero antes de poder responder a todas tus preguntas, antes de poder
aclarar tus dudas, antes de poder secar las lágrimas de tus primeras desilusiones, esas que
duelen tanto? No, no tengo que morirme, no quiero.
Pero si me muero, quiero dejarte entre muchas cosas (mi vida, mis sueños, mi inmenso amor
por ti) una carta para que la leas con los ojos y con el corazón al mismo tiempo. Y sientas
que estoy a tu lado, que estirando la mano puedes tocarme en el aire y afinando el oído
puedes escuchar mi voz y mi risa (porque por sobre todas las cosas quiero que te acuerdes
de mi risa…)
Verónica, gorrión, esta es la carta:
“A tu alrededor hay un mundo con todo lo que conoces, con todo lo que amas. Mas allá, un
mundo grande, bello y peligroso, donde te espera todo lo que te hará mujer: el amor, la decepción, la angustia, el llanto, la felicidad.
Para entrar a ese mundo no uses cábalas, no cierres los ojos, pero tampoco los abras con la
intención de ver todo lo malo, lo negativo, lo gris.
No cierres tu corazón con siete llaves… pero tampoco lo dejes sin ninguna cerradura. No te
guardes todo, pero no lo des todo. No pienses que los caminos son fáciles y te lances a
andar con los pies desnudos, las manos abiertas y los ojos lavados con el agua de los
arroyos limpios.
Tienes que llevar algo para el viaje, para cualquier viaje que emprendas; un equipaje sencillo
y necesario que te ayude y te proteja: la pequeña armadura de tu voluntad para recuperarte
de las caídas, así ninguno de los golpes que recibas llegará a romper tu fe; la ternura, porque
con la ternura se curan los pajaritos enfermos, se hace reír a los niños y se llena de alegría el
corazón de los que queremos.
Y lleva amor, mucho amor, para los que te amen y para los que te odien. Porque alguien te
va a odiar, no sé quien y no sé por que… alguien te va a odiar sin motivos para odiarte, y el
que odia, Verónica, no es malo… solamente està enfermo.
Recuerda que en tu mundo viejo y en tu camino nuevo tienes un amigo. Es un hombre que te
conoce desde que naciste. Es un hombre que te quiere más que a sí mismo y, aún no
comprendiéndote, aún equivocado, siempre va a buscar lo mejor para ti, te va a proteger, te
va a ayudar.
¡Un hombre que hará por ti lo que sea necesario hacer y más!
Un hombre que busca tu luz para iluminarse y busca tu risa para sentir que la vida no se ha
vivido en vano. Un hombre que cuando eras chiquita te compró unos pajaritos de cartulina
blanca y negra y los colgó del techo de tu cuarto con hilo de coser. Papá. Tu papá, Verónica.
Puede ser que lo encuentres muy severo o demasiado intransigente… pero si tienes algún
problema acércate a él y díselo.
No hallarás mejor amigo que quien ha pasado noches en vela cuando estabas enferma y
rezó por ti cuando ya había olvidado las palabras de las plegarias, y lloró de emoción la
primera vez que lo llamaste “papá”. Y, al fin, no quiero engañarte, decirte que te dejo en un
mundo de rosas, ruiseñores y todas cosas bellas… Pero tu puedes hacer que tu corazón las
invente y cuando lo lastime una espina, sepa que detrás de la espina está el maravilloso
milagro de una flor.

TU MAMÁ
Poldy Bird

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