La historia de Febo y Jacinto constituye otro de los vínculos fraternales del mito órfico dentro del corpus de las Metamorfosis. La pareja enamorada que se halla en mitad de un deporte inocente, el lanzamiento de disco, hasta que dicho objeto es lanzado con demasiado ímpetu por Febo y provoca un golpe fatal en Jacinto. Al dios lo corroe el remordimiento, aunque la muerte haya sido azarosa, y transforma al joven en una flor después de que Ovidio ya haya acometido una primera metamorfosis describiendo el cadáver de Jacinto como una flor cortada y marchita. Lo que diferencia la reacción de Febo de la de Orfeo es que en la versión ovidiana él no tiene culpa de la muerte de Eurídice, y el mito se basa en el tema del reencuentro, no en la aceptación de la separación y la muerte, algo que Orfeo apenas consigue tras duras pruebas. El mito de Jacinto se interrumpe allí donde el órfico comienza, y suaviza las consecuencias morales de una muerte producida dentro de una pareja.
Esta escena fue vívidamente recreada en una producción francesa (Les aventures extraordinaires d'Adèle Blanc-Sec, Luc Besson, 2010), en la que la protagonista y su hermana gemela Agathe disputan un competitivo y violento partido de tenis que concluye cuando una bola lanzada con fuerza por Adèle golpea a su hermana, quien cae en coma. Se han visto duelos de implicaciones similares en las más variadas relaciones humanas, siempre que un hombre se culpe por el mal infligido sin intención a otro, como el Sean Thornton de El hombre tranquilo (The Quiet Man, John Ford, 1952). Amistades como la de Febo y Jacinto en X-Men: Primera generación, cuando un enfrentamiento entre Xavier y Magneto conduce a la parálisis física del primero y a la culpa eterna del segundo; un padre incapaz de aceptar la defunción de su hija en La duda de Darwin (Creation, Jon Amiel, 2009), o un chico la de su hermano en Hermano Oso (Brother Bear, Aaron Blaise y Robert Walker, 2003), mediante una metamorfosis total pero reversible. También los desconocidos entrelazados en Siete almas (Seven Pounds, Gabriele Muccino, 2008) por un hombre que abraza la muerte como manera de expiar su culpa con cada uno de ellos. Y, sin embargo, la culpa es un elefante invisible que ocupa toda la habitación, es la ballena blanca de Moby Dick que se persigue sin conciliarla en ningún instante, ya que quizá de partida esa cacería resulta infructuosa. O como se lamenta Febo, cuyas palabras podrían ser transferidas al discurso de Orfeo:
«Pero en realidad, ¿cuál ha sido mi culpa? A menos que se pueda llamar culpa a haber jugado,
a menos que también amar pueda considerarse una culpa.»
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