"En medio del mar hay un país medio destruido, llamado la isla de Creta, que fue gobernado por un rey bajo cuyo reinado el mundo vivió en la castidad. Allí hay una montaña conocida por el nombre de Ida: en otro tiempo bañada por fuentes y coronada de bosques; ahora está desierta, como algo que ha envejecido. Rea la escogió secretamente como cuna de su hijo; y para ocultarlo mejor, cuando lloraba hacía que se produjesen grandes ruidos. En la ladera de la montaña, se ve un enorme anciano en pie (Crono, el rey bajo cuyo reinado el mundo vivió en la castidad, consorte de Rea y padre de su hijo oculto Zeus; estando Crono ahora destronado), que está de espaldas hacia Damieta (el delta del Nilo, en Egipto), con la mirada fija en Roma, como un espejo; su cabeza está formada de oro fino, sus brazos y su pecho son de plata, sus costados de cobre hasta la bifurcación (de las ingles), el resto del cuerpo se termina en hierro escogido (las dos piernas y el pie izquierdo); pero el pie derecho es de terracota, y sobre este débil apoyo reposa la masa entera (tiene el pie izquierdo en el aire). Todas las partes, excepto la de oro, presentan ciertas hendiduras por las que se deslizan las lágrimas que se infiltran en la montaña. Su curso se dirige hacia este valle en que dan nacimiento al Aqueronte, la Estigia y el Flegetón: finalmente, descienden por los más bajos círculos de este imperio, donde se convierten en la fuente impura del Cocito".
(Nótese también que solo el pie derecho del coloso de Dante es de arcilla... y es el único punto de apoyo de la figura; el izquierdo, de hierro más resistente y más pesado, lo tiene en el aire.
Hay eruditos que lo han interpretado diciendo que el pie izquierdo es el Estado y el derecho es la Iglesia --la derecha y la izquierda, como el sol y la luna, simbolizan en muchos programas iconográficos la dualidad de la Iglesia y el Estado, del poder religioso y el terrenal, respectivamente [¡nótese además que la derecha revestía más simbolismo positivo que la izquierda, y el día que la noche; además, el sol brilla con luz propia, mientras que la luna refleja esa misma luz!]--; representando aquí una religión organizada prestigiosa y respetada, pero corrupta; y un poder secular íntegro, pero privado de prestigio y de autoridad...
...pero yo os lo dejo --la interpretación de este rasgo-- a vosotros, y que a cada uno se le ocurra su opinión.)
De este texto tan notable de la Divina Comedia, y que completa felizmente el sueño de Nabucodonosor, el caballero de Montor ha dado en su traducción el siguiente comentario, en el que se desvela el verdadero sentido del simbolismo de la estatua (o del anciano) con los pies de barro: "Esta gran imagen justifica alegorías que todos los comentaristas, desde Bocaccio, han explicado ampliamente. Sin embargo, tal vez vale más ver sólo lo que es, una idea un poco gigantesca, pero poética, del Tiempo, de las cuatro Edades del mundo, y de los males que han hecho llorar a la raza humana en cada una de estas edades, excepto en la primera, a la que los poetas de todos los tiempos han dado el nombre de edad de oro. Podemos añadir a todo ello que Dante ha tomado esta imagen del sueño de Nabucodonosor".
Una explicación tan clara parece no necesitar de ninguna demostración complementaria, tanto más cuando el mismo Dante hace preceder la descripción del Coloso con pies de barro por una evocación a la edad de oro, en la que reina Crono/Saturno (el rey bajo cuyo reinado la gente vivía en la castidad). En estas condiciones, podemos identificar desde ahora los cuatro reinados de Daniel con las cuatro edades tradicionales de Oro, de Plata, de Bronce y de Hierro, según la siguiente tabla:
- El primer reinado, figurado por la Cabeza de oro: la Edad de Oro.
- El segundo reinado, representado por el Pecho y los Brazos de Plata: la Edad de Plata.
- El tercer reinado, simbolizado por el Vientre y los Muslos de Bronce, corresponde a la Edad de Bronce.
- El cuarto reinado, descrito bajo la imagen de las Piernas de Hierro y los Pies de Barro = Edad de Hierro.
A su vez, el simbolismo del vientre de bronce no es menos claro; el vientre siempre ha representado, en efecto, la naturaleza inferior y las necesidades materiales cuya satisfacción incumbe a la casta de los mercaderes; y la mentalidad de ésta caracteriza propiamente la Edad de Bronce.
Por último, la curiosa imagen del hierro mezclado con el barro combina las enseñanzas de la doctrina hindú, que muestra la casta inferior nacida de la tierra, con las de la tradición greco-romana y de la Historia relativas a la duración, y también a la fragilidad de las tiranías de la Edad de Hierro.
Además, no es tan sólo en este último caso que se observa un perfecto acuerdo entre las dos tradiciones hindú y judía. Así en la India, la casta sacerdotal que rigió la Edad de Oro surge de la cabeza de Brahma, mientras que la casta real procede de los brazos de Dios, y la tercera casta, la de los mercaderes, de sus muslos.
En cuanto a la progresión descendente de las cuatro partes del ser desde la cabeza, dominio de lo mental y cuya "frente contempla", hasta los pies, "confundidos con la tierra que les sirve de soporte", esta progresión constituye el símbolo más notorio que el espíritu humano ha encontrado jamás para figurar las cuatro edades de la Caída, desde la antigua Edad de Oro (o época paradisíaca) hasta la actual Edad de Hierro. Para darse cuenta de ello basta con observar las cuatro partes del Hombre de pie, remontándose, con Victor Poucel, desde los pies hasta la cabeza (lo que vendría a ser como remontar simbólicamente el curso de la Historia, desde nuestra época oscura o Edad de Hierro hasta los días radiantes del Edén primordial):
"La línea se levanta desde el suelo, confundida primero con la materia pura: pies y pedestal son para el espíritu un mismo soporte. Después en las plantas superiores, una progresión se afirma: la región abdominal más cercana al suelo, cargada de transferencias de la materia viva, con las funciones de conservación y crecimiento por la nutrición y la sexualidad. A partir del diafragma, esta vida primaria, puesta al servicio del pensamiento individual, en el misterio de las funciones de los pulmones y del corazón. En el plano superior, más evidentemente todavía, los sentidos elaboran, en provecho del ser pensante, los despojos del mundo, después, el pensamiento, a su vez, se apodera de estos granos y los encierra en la materia cerebral cuyas fibras se orientan en vista de la acción.
"La misma progresión se afirma en una disposición equivalente de las partes como en el todo. Bajo el rostro la mandíbula es más animal, seguidamente el paladar, la nariz son órganos de finura y de discernimiento; los ojos vehiculan la inteligencia, la frente contempla".
Al contrario y volviendo a la descripción "descendente" del Coloso con los pies de barro, vemos que el curso descendente de la Historia está representado como sigue: cabeza, pecho y brazos, vientre, y finalmente, pies y pedestal, que simbolizan respectivamente, para la cabeza, la sabiduría de la Edad de Oro; para el pecho, el coraje (y la pasión) de la Edad de Plata; para el vientre, los apetitos de la Edad de Bronce, y finalmente, para los pies y el pedestal, el materialismo y la ignorancia de la Edad de Hierro.
Este mito de las edades puede aplicarse a la decadencia de cualquier dinastía de potentados: de hecho, yo misma, la autora de este blog, lo he empleado en conversaciones para referirme a los Habsburgo españoles (Carlos V/I, la cabeza de oro; Felipe II, el pecho de plata; de cintura para abajo, los demás Felipes y el Hechizado), así como a los gobernantes del imperio sueco (Gustavo Adolfo, la cabeza de oro; Cristina, el pecho de plata; de cintura para abajo, los tres Carlos [X-XI-XII]).
En el Popol Vuh, la biblia de la etnia quiché, hay, sin embargo, un mito de las edades que es una imagen especular del occidental, mostrando el curso ascendente de la historia, de forma mucho más optimista. Aquí, los dioses Serpiente Emplumada y Corazón de Cielo crean tres generaciones, o razas, de seres humanos, cada una menos defectuosa que la primera (y, obviamente, como en la tradición oral en general, a la tercera va la vencida).
La primera raza de humanos es la raza de barro: aparte de ser solubles al agua, no son inteligentes ni emocionales, y gruñen y se desplazan a cuatro patas como las fieras. Los hombres y mujeres de barro son esencialmente bestias imposibles de distinguir de las demás bestias. Tras exterminarlos con un diluvio, se crea la raza de palo (madera): humanoides parlantes e inteligentes que han adoptado una ligera postura erecta, como la de los jorobados, pero cuyos rostros son inexpresivas máscaras y cuya memoria es muy limitada: no tienen corazón en el sentido metafórico, les faltan las pasiones y la dimensión afectiva (hace también falta corazón para re-cor-dar; las memorias más relevantes tienen base emocional). Por ende, los dioses creadores también acaban con los hombres y mujeres de palo en un segundo diluvio (del cual las pocas personas de palo supervivientes evolucionarán en simios) antes de crear la raza humana buena, la raza de maíz, con su inteligencia, sus pasiones y su postura erecta --nosotros, los Homo sapiens--. Serpiente Emplumada y Corazón de Cielo crean ocho humanos, cuatro hombres y cuatro mujeres, cuatro parejas (parejas de las cuales según el Popol Vuh, descendemos), amasando una masa hecha con harina y licor de maíz, volviéndose la harina carne y el licor sangre.
A la tercera va la vencida, ut supra diximus.
El progreso de la especie humana en este relato es una imagen especular o invertida de la decadencia en el mito bíblico/grecorromano correspondiente. Las razas o partes del Coloso en la tradición occidental son cada una menos valiosa que la precedente, y todas del inerte reino mineral (oro, plata, bronce, hierro, barro). En el Popol Vuh, por otro lado, la evolución ascendente de la Humanidad lleva del reino mineral (barro) al vegetal (palo) a la provincia más desarrollada del reino animal (la harina y el licor de maíz, que recuerdan a su vez el pan de trigo y el vino de uva transmutados en carne y sangre de Cristo en nuestra Eucaristía).
Tal vez pueda establecerse un puente --un Bifröst, o puente irisado-- entre ambos relatos y se puedan unir todas las generaciones en una cronología (Crono+logía) coherente: oro, plata, bronce, hierro, barro... pero, después del barro, palo; y del palo, pan y licor. Después de la decadencia, la debacle... pero, a continuación, cual fénix de las cenizas y tras algunos intentos fallidos, la esperanza y la restauración de un nuevo orden desde las ruinas del antiguo. No como ascenso y caída, sino como caída y ascenso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario