Recuerdo muy bien —a pesar de que estoy perdiendo la memoria a pasos agigantados— que aquella hermosa mañana de primavera me sentía con ganas de chanza y que cuando la descubrí sobre el nenúfar, en el centro de la charca, le pregunté si realmente era una rana o si, por el contrario, se trataba de una hermosa princesa encantada a la que alguna maligna hechicera hubiera transformado en rana.
El batracio, engolando la voz (quiso, sin duda, darse importancia), me dijo que sí, que efectivamente era una princesa encantada, hija de un poderoso rey y victima, hasta cierto punto, de su belleza, que le había atraído la envidia de su maligna madrastra. Poco más o menos, como en el cuento de Blancanieves.
Pensó, sin duda, que me había engañado —las ranas, al fin y al cabo, son casi siempre unas habilísimas farsantes capaces de tomar el pelo al hombre más pintado—, y empezó a hablarme luego de su nuevo pueblo en el que, según sus propias palabras, había sido muy bien recibida. Me dijo, para empezar, lo que ya se había explicado muchos años antes: que las ranas eran de naturaleza anfibia. Me contó también que algunas croaban muy fuerte para ahuyentar a las culebras de agua, pero que otras veces lo hacían para anunciar el mal tiempo y también para encontrar una pareja que las comprendiese y con la que aparearse.
—Así que cuando obtenemos la respuesta esperamos e identificamos a nuestra pareja —continuó diciéndome—, aguardamos a que sea de noche para consumar nuestra pasión.
—¿Y eso por qué? —le pregunté.
—Debes saber —me dijo— que nosotras no podemos aparearnos en el agua y que no nos gusta hacerlo en tierra, cuando es de día, a la vista de todo el mundo.
Me explicó luego que no podía oírse croar a las ranas de Sérifo, pero croaban perfectamente si se las trasladaba a otro lugar.
—Eso no lo entiendo —le dije.
—Pues es muy fácil —me explicó—. Las ranas de Sérifo, concretamente, impidieron a Perseo conciliar el sueño cuando, después de haber combatido a la Gorgona y de haber realizado un largo viaje, se acostó a la orilla de la charca con la intención de conciliar el sueño. Las ranas se pusieron a croar y no le permitieron pegar un ojo en toda la noche. Perseo pidió luego a su padre, el poderoso Zeus, que condenase a aquellas escandalosas criaturas al silencio eterno.
—¿Y tú crees en esas fábulas? —le pregunté, sin poder contener la risa—. ¿No será como afirma Teofrasto, que el agua de la charca en la que vivían aquellas ranas estaba demasiado fría y que eso las entumecía y les quitaba las ganas de croar?
La pequeña rana permaneció en silencio, sin replicar. Me observó fijamente con su pequeños ojitos negros y adivinó por fin que estaba tomándole el pelo. Comprendió entonces que no iba a obtener de mí el beso mágico que la redimiese y se zambulló en la charca con una pirueta desesperada.
Javier Tomeo
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¿Has visto esa rana? Me pregunto con mirada de niña.
La observo, salta, salta, salta… Salto yo también.
Soy la rana, la niña rana de ojos saltones.
Miro la charca, me escondo entre los juncos.
Juego a perderme en esa infancia que quiere disiparse entre la bruma.
¡Mira! -me digo- una flor que nace del fondo fangoso.
Es hermosa. ¡Mírala! Recuerda como mirabas las cosas con doce años.
Sigo estando en ti, mira con mis ojos, son los tuyos.
Rosa Martínez
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Una rana que lleva una corona en la cabeza le dice a un señor: “Béseme, por favor”. El señor piensa: “Este animal está encantado. Puede convertirse en una hermosa princesa, heredera de un reino. Nos casaremos y seré rico”. Besa a la rana. Al instante mismo se encuentra convertido en un sapo viscoso. La rana exclama, feliz:“¡Amor, mío, hace tanto tiempo que estabas encantado, pero al fin te pude salvar!”.
Alejandro Jodorowsky
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Dos ranas que iban de paso cayeron en un recipiente lleno de leche. Después de llevar a cabo algunas tentativas para salir, una de ellas dijo:
—Las paredes son demasiado lisas; tienen una inclinación de 45 grados; la fuerza de propulsión de mis patas forman un paralelogramo en el cual A más B, multiplicado por C... dividiendo luego el producto por el logaritmo de... Sin contar con que Arquímedes ha dicho: Dos moi pu sto, kai kino ten ghen* ("Dame un punto de apoyo y moveré el mundo") y no tenemos punto de apoyo en esta materia fluida...
Como su compañera no daba muestras de creer en sus palabras, sacó la regla de cálculo y realizó operaciones complicadísimas, que demostraban que toda tentativa de salir estaba matemáticamente destinada al fracaso. Después se metió en el bolsillo la regla de cálculo y, con la pasividad de un estoico, se dejó morir.
La otra rana no escuchó sus explicaciones científicas y eruditas e hizo los movimientos más absurdos, más irracionales, violando todo lo que la matemática, la física y la mecánica han establecido. A fuerza de realizar toda suerte de movimientos desordenados, la leche se condensó bajo sus patas, y el animal se encontró apoyado sobre una pella de mantequilla, desde la cual fue fácil dar un salto.
La primer rana era una rana macho, la segunda una rana hembra.
—Las paredes son demasiado lisas; tienen una inclinación de 45 grados; la fuerza de propulsión de mis patas forman un paralelogramo en el cual A más B, multiplicado por C... dividiendo luego el producto por el logaritmo de... Sin contar con que Arquímedes ha dicho: Dos moi pu sto, kai kino ten ghen* ("Dame un punto de apoyo y moveré el mundo") y no tenemos punto de apoyo en esta materia fluida...
Como su compañera no daba muestras de creer en sus palabras, sacó la regla de cálculo y realizó operaciones complicadísimas, que demostraban que toda tentativa de salir estaba matemáticamente destinada al fracaso. Después se metió en el bolsillo la regla de cálculo y, con la pasividad de un estoico, se dejó morir.
La otra rana no escuchó sus explicaciones científicas y eruditas e hizo los movimientos más absurdos, más irracionales, violando todo lo que la matemática, la física y la mecánica han establecido. A fuerza de realizar toda suerte de movimientos desordenados, la leche se condensó bajo sus patas, y el animal se encontró apoyado sobre una pella de mantequilla, desde la cual fue fácil dar un salto.
La primer rana era una rana macho, la segunda una rana hembra.
Dino Segre (Pitigrilli)
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El pincel del atardecer apaga los brillos del jardín del palacio. El sapo sale del hueco bajo el árbol y se encamina hacia el pueblo. Baja de dos en dos los peldaños de las escalinatas; se escurre entre las piernas de los guardias; esquiva los mordiscos de un perro curioso; escapa a las garras de un búho; cruza la calle empedrada sorteando carros y caballos y entra a una casa por el agujero de la puerta raída. La joven que lo espera lo besa y el sapo se transforma en príncipe. Un desenfreno de licor y sexo los une hasta el amanecer, cuando el príncipe vuelve a ser sapo y regresa al escondite del jardín.
La joven observa en un espejo cómo su piel se arruga, su nariz se alarga y el cabello se transforma en greñas secas. Se dirige a la cocina para preparar el hechizo que renueva su lozanía. El que vertió en la copa del príncipe durará varias semanas.
Sergio Cossa
La joven observa en un espejo cómo su piel se arruga, su nariz se alarga y el cabello se transforma en greñas secas. Se dirige a la cocina para preparar el hechizo que renueva su lozanía. El que vertió en la copa del príncipe durará varias semanas.
Sergio Cossa
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