martes, 20 de agosto de 2019

Cricotirotomía.

Cricotirotomía.

Tumbada sobre una mesa de madera, de esas para el despiece, una muchacha de unos trece años se debatía en espasmos agónicos. Era blanca de piel, blonda de pelo y de gráciles formas en esbozo. Toda ella se agitaba igual que el vendaval, como si la habitaran por dentro los demonios. A pesar de estar sujeta por varios familiares daba grandes manotazos y recios patadones al aire. Su rostro se contraía en una mueca infausta que traducía la imposibilidad de respirar, como si una garra invisible lo impidiese trincándole el gaznate. (…)Después, todo se sucedió en segundos: antes de salir el último curioso ya había palpado con mi dedo la semilla del fruto enclavada en su garganta. Lo estaba tanto, que el rápido intento de desencajarla fue baldío. La niña, cianótica, trémula, se debatía entre la vida y la muerte dando sus últimas boqueadas inútiles, decrecientes, de merluza de altura al sol sobre un banasto. Sin dudar, centré la barbilla de manera que enfrentara el yugulo esternal, extendí fuertemente el cuello y hundí el escalpelo en su piel por debajo de la nuez, profundizando hasta la tráquea. Despreciando la sangre que brotaba de la herida, metí en ella dos dedos y los separé. Se escuchó una gran sibilancia: el sonido de un fuelle de fragua al ser pisado para avivar el fuego, la furia del aire al resoplido del delfín. Sentí lo mismo que una brisa benéfica corriendo entre mis dedos, vida en forma de aliento inhalado con avidez por la chiquilla que revivió en tan sólo un instante. La muchacha, con ansiosos movimientos de su pecho, aspiraba por la tráquea hendida cada vez con más ímpetu, intentó resarcirse del tiempo que durara su ahogo y compensar así la falta del espíritu vital que coloniza el aire. El color no a sus mejillas como el azul al cielo tras la lluvia y at mucho los ojos. Sus padres no daban crédito a lo que iban viendo: se miraban llorosos, se mordían los puños santiguaban. Para ellos, cristianos renegados, se trataba de i resurrección o de un milagro. Ya resuelto el problema, fue fácil: empujé con un dedo desde dentro, desencajé el hueso que había provocado el incidente y lo saqué por la boca entreabierta. Lo mostré prendido entre dos dedos, en silencio como un trofeo de guerra. Ahora la pequeña respiraba por boca y por nariz sin el menor problema. (…) La herida no sangraba lo esperable. En sus labios sanguinolentos, de manera simétrica, babeaban dos conductos vasculares de pequeña entidad. No lo hacían a impulsos, como la sangre que brota de una arteria, sino de forma perezosa igual que el manantial a punto de agostarse. Eran sin discusión pequeñas vénulas de sangre negruzca, densa e impura.
—Enciende el mechero y pon a calentar la punta de un punzón —le pedí.
Actué con rapidez desde que vi que el acero estaba al rojo blanco. Enjugué la herida con un paño, identifiqué los puntos sangrantes y, tomando el punzón por el mango, los cautericé. Luego monté en una aguja de acero curvilíneo un hilo de seda y di un punto a la tráquea. El conducto que lleva el aire a los pulmones se mostraba blanquecino al fondo de la lesión, recordaba a la espina opalescente y cartilaginosa de los calamares. La niña respiraba normalmente y estaba casi en calma, con su madre sujetándole los brazos. (…) con la piel, suturándola con puntos separados tras dejar una mecha de gasa empapada en vinagre diluido. La niña me miraba con sus ojos de color azulino indeciso, llenos de pasmo, soportando el dolor, agarrada con su mano izquierda a mi cintura. Al terminar coloqué un pequeño apósito de gasa en la herida y empaqueté mis cosas. María, tranquila, respiraba con pausado ritmo, asida a su madre mano con mano. (…)—María puede levantarse y caminar si lo desea. Que no juegue en la calle pues podrían lastimarla. Que coma normalmente. Mañana volveré para hacerle una cura.

La niña se atragantó, por eso estaba inquieta, agitada y cianótica (color azulado de labios, dedos ) no podía respirar por que tenía una obstrucción de la vía aérea así que le realizó una cricotirotomía.
La cricotirotomía es un tratamiento de una emergencia médica que consiste en la realización de una incisión a través de la piel y la membrana cricotiroidea para asegurar la vía aérea de un paciente durante ciertas situaciones de emergencia, como una obstrucción de la vía aérea por un objeto extraño o una inflamación, un paciente que no sea capaz de respirar adecuadamente por su cuenta, o en casos de traumatismo facial grave que impidan la inserción de un tubo endotraqueal a través de la boca.
Tras realizar la incisión sacó el hueso de fruta que provocó el atragantamiento, la niña ya podía respirar. Finalmente la suturó (le cogió puntos) y le tapó la herida.
Actualmente también se realiza esta técnica: se realiza una incisión y se coloca un sistema estéril que viene previamente preparado para colocarlo.

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