lunes, 17 de julio de 2017

LA ABUELITA RASCACIA


LA ABUELITA RASCACIA

¡Doña Rascacia es desde hoy abuela! ¡Su hija ha traído al mundo una docena de minúsculos rascacios rosas! Cangrejo, el telegrafista, ha venido hace unos instantes a anunciarle la fausta noticia.
La abuelita se apresura a ponerse en camino para admirar a los pececillos. Lleva en su maleta regalos para los recién nacidos: doce albornoces tejidos con las hierbas marinas más suaves y doce sonajeros de concha nacarada; para su hija, ha elegido un magnífico ramo de anémonas escarlata.
Nuestra buena Rascacia se da toda la prisa que pueda: nada con rapidez a lo largo de una ancha avenida de coral, se mete en una calle tranquila, bordeada de esponjas y de helechos, y por fin se detiene delante de una acogedora casita, excavada en una roca blanca. Siempre con la misma rapidez, doña Rascacia entra, abraza a su hija, la felicita, le da su ramo de "flores", luego se precipita en torno a las doce cunas, que son doce cascarones, adornados de cortinillas de finas algas, y durante largo tiempo se extasía contemplando a sus nietecitos:
--¡Qué preciosos! ¡Qué encantadores! ¡Esta pequeña nadadora es guapísima! ¡Mira, ese se parece a su papá! ¡Y aquel es el vivo retrato del hermano de su bisabuelo! ¡Qué monísimos! ¡Qué vivarachos! ¡Son los bebés más bonitos de todo el Mediterráneo!
Ni que decir tiene que nadie la contradice. En verdad, viendo a papá Rascacio, que contempla feliz a sus retoños, a la mamá, que sonríe detrás de su ramo de "flores", y a la abuela, que perora con animación, ¡no se sabe quién es el que está más encantado, más dichoso, y, sobre todo, sí, sobre todo, más orgulloso!...
Y al marcharse, vaciada la maleta, nuestra Rascacia repite, la trigésimasexta vez por lo menos:
--¡Qué contenta estoy! ¡Ah! ¡Qué contenta estoy de ser abuela!

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