LAS FLORES DE LA ESTRELLA DE LA VIDA
Un cuento sueco poco conocido
para el Día de la Madre de 2015
(con una semana de retraso):
Un día que el Príncipe de la Luna y la Princesa del Sol fueron a visitar a la Estrella de la Vida , la Dama Blanca , guardiana de las almas de los nenes no nacidos aún, les dió un ramo de flores de la Estrella. Eran preciosas flores de color plateado, con forma de estrella. Cuando los niños regresaron a sus palacios, no advirtieron que tres flores se habían desprendido del ramo, perdiéndose en el espacio.
Las tres bellas flores cayeron en la Tierra y echaron raíces. Sólo abrían sus pétalos en noches de luna, y entonces, ¡oh maravilla!, brillaban como si fueran rayos de plata. Las demás flores, que las tenían por orgullosas, les decían continuamente:
-Orgullosas princesas de plata, ¿acaso teméis que los rayos del Sol marchiten vuestros delicados pétalos, o es que vuestros ojos solamente miran a las estrellas?
Y ellas respondían:
-No somos orgullosas; si nos escondemos durante el día es porque el Sol cegaría nuestros ojos y no podríamos ver a nuestras hermanas, que habitan en las estrellas.
Las flores, al oír esta respuesta, se reían burlonamente de las presumidas, que creían tener hermanas en las estrellas.
En el mismo bosque había una casita habitada por una viuda y su hijita. La niña estaba gravemente enferma; cada día estaba más pálida y su fin parecía próximo. La pobre madre hacía cuanto podía para que su hijita no se diera cuenta de que la terrible enfermedad se estaba apoderando de ella.
Una noche que fue al pueblo en busca de una medicina, vio las tres flores de la Estrella de la Vida , que brillaban en la oscuridad, y pensando en la alegría que daría a su hijita, las cogió y se las llevó a su casa.
-¡Mira, hija mía, qué flores más bellas he encontrado en el bosque! Cualquiera diría que son rayos de Luna.
La pequeña abrió los ojos y miró las flores.
-¡Oh madre, qué hermosas son para la corona de un Hada! -dijo con una débil vocecilla.
-Tómalas, hija; para ti las he cogido.
La niña cogió con sus manos febriles las hermosas flores y volvió a cerrar los ojos.
A medianoche, la niña se despertó de repente y se encontró como nunca había estado; la fiebre había desaparecido por completo y sus ojos y oídos percibían el menor movimiento y ruido. Un rayo de luna se filtró por la ventana y fue a posarse sobre las bellas flores que tenía en su lecho. Las flores, que parecían marchitas por el calor del cuerpo de la niña, se revivificaron inmediatamente y sus pétalos lanzaron un brillo singular. Un murmullo, débil primero, y luego más fuerte, hasta convertirse en palabras bien claras, salía de las flores.
Y la niñita, entusiasmada de cuanto veía y oía, escuchó sin respirar apenas.
Las flores contaron cosas maravillosas del País de los Cuentos. "Allí no existe la enfermedad -decían-. Allí todos son eternamente jóvenes y felices. ¡Qué maravilloso es el País de los Cuentos, rodeado de una alta muralla de cristal transparente! Los niños, cuando llega su alma allí, cambian su trajecito por uno ricamente bordado en oro y piedras preciosas, y sus cabecitas lucen lindas coronas de oro. En el País de los Cuentos no hay ricos ni pobres; todos son Príncipes y Princesas. Todo lo que se puede desear se encuentra allí. Los juguetes tienen vida. Hay caballos de cartón que saltan y corren; muñecas que hablan, andan y se peinan; trenes que pitan aguda-mente y echan humo por su pequeña chimenea. Los árboles, las flores y hasta las piedras saben contar cuentos y leyendas como jamás se han contado en la Tierra. Hadas y Sílfides juegan con los niños y les dejan subir en sus carros dorados, tirados por pájaros y mariposas, y los llevan a visitar las otras estrellas."
La niña, al oír aquella conversación, sintió unas ganas terribles de ir a visitar el maravilloso País de los Cuentos.
-¡Oh, hermosas flores plateadas! Si es verdad todo eso, decidme, por lo que más queráis, cómo se puede ir a ese maravilloso país.
Las flores se miraron, cambiaron entre sí una sonrisa y dijeron:
-Tu deseo se cumplirá. El Ángel guardián de la Estrella de los Cuentos vendrá a buscarte; ten paciencia, que al salir el Sol te hallarás en tan deseado país.
La niña, satisfecha, besó las tres flores y sintió que un sueño profundo la invadía.
-¡No nos sueltes! -gritaron las flores. ¡Queremos ir contigo a la estrella maravillosa!
Y la niña, inconscientemente, apretó con fuerza los tallos de las flores de plata.
A la mañana siguiente, cuando la viuda despertó y fue a ver a su hijita, encontró a ésta durmiendo dulcemente, con una suave sonrisa en los labios. Las flores que tenía sujetas entre sus manitas lanzaban un resplandor extraordinario. Se acercó a la camita, besó las mejillas de la niña y, horrorizada, vio que estaba muerta.
Pero si la buena madre hubiese mirado al firmamento, habría visto un hermoso ángel que llevaba en brazos el alma de una niña hacia el maravilloso País de los Cuentos, y se hubiera sentido feliz.
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