Un relato corto.
✍️ "El maullido de amor de Grisito"
Montesinos era un pueblo pequeño donde todos se conocían. Las calles de tierra se llenaban de voces en las tardes, cuando los pocos vecinos que habitaban alli salían a charlar bajo la sombra de los árboles. En ese rincón de la montaña rodeado de vegetación espesa y casas de tejados de pizarra, vivía María junto a su esposo, Rafael y su suegra, Doña Carmela.
María siempre había sido una mujer callada, pero firme. Llevaba cuatro años casada y, aunque su matrimonio tenía altibajos, nunca imaginó que la peor traición vendría de aquellos que compartían su techo.
La desaparición de Grisito.
María regresó a casa después de una semana de ausencia por asuntos de trabajo. Estaba ansiosa por ver a Grisito su gato agrisado con ojos de miel, su fiel compañero desde que lo encontró abandonado en una caja a las puertas de una protectora en donde ella hace labores de voluntariado.
Pero Grisito no estaba.
—¿Dónde está Grisito? —preguntó María en cuanto entró por la puerta.
Rafael, sentado en el sillón, desvió la mirada. Doña Carmela, que cortaba tomates en la cocina, ni siquiera se inmutó.
—No sé, mujer. Seguramente se fue por ahí —respondió Rafael con desgana.
María sintió un escalofrío. Grisito nunca se alejaba demasiado. Siempre esperaba en la puerta cuando ella llegaba.
—Grisito no es de esos gatos que se pierden —insistió ella, mirando a su suegra.
La anciana resopló con fastidio.
—¿Para qué haces tanto escándalo por un animal? Ya eres adulta María. Mejor ocúpate de tu casa y tu marido.
María sintió un nudo en la garganta. Algo estaba mal...
Pasó toda la tarde llamando a Grisito por el patio, caminó por las calles del pueblo preguntando a los vecinos, pero nadie lo había visto. Cuando volvió a casa, su desesperación se transformó en furia.
—¿Qué hicieron con Grisito? —exigió, con la voz temblorosa.
Rafael se levantó del sofá con gesto incómodo.
—Ya te dije que no sabemos nada.
Pero Doña Carmela la miró con frialdad y, con una calma cruel, dijo:
—Lo eché de la casa. Estabas demasiado apegada a ese animal, como si fuera más importante que tu esposo.
María sintió que el suelo se hundía bajo sus pies.
—¿Qué hiciste? —susurró.
—Lo llevé lejos. No necesitas saber más —respondió la suegra, limpiándose las manos en el delantal.
María sintió un ardor en el pecho, una rabia que nunca antes había experimentado. Pero antes de hacer algo de lo que pudiera arrepentirse, la voz de su vecina Elisa la hizo girar.
—María, ven un momento —dijo desde la puerta.
María la siguió hasta su casa, donde Elisa sacó su móvil y le mostró un video.
La imagen era borrosa, grabada desde la ventana de la casa de Elisa. En el se veía a Doña Carmela con una gran bolsa en las manos, caminando hacia las afueras del pueblo. En un momento, la bolsa se movió y se escuchó un leve maullido. Luego, la imagen mostró cómo la mujer dejaba el bulto en el suelo y se alejaba sin mirar atrás.
María sintió un nudo en la garganta.
—Esto fue ayer en la tarde —dijo Elisa con tristeza—. No sabía si decirte, pero pensé que debías saber la verdad.
Sin pensarlo, María corrió hacia el monte con la esperanza de que Grisito siguiera con vida. Gritó su nombre una y otra vez, hasta que, en medio de la maleza, escuchó un maullido débil.
Siguiendo el sonido, encontró la bolsa rasgada y, a unos metros de él, a Grisito, débil, sucio, pero vivo. María lo tomó en brazos, sintiendo que su corazón volvía a latir.
Cuando volvió a casa, Rafael intentó hablar, pero ella lo ignoró. Con Grisito en brazos, tomó una mochila, metió algunas de sus cosas y salió sin mirar atrás.
—¿A dónde vas? —preguntó Rafael, alarmado.
—A donde no tenga que compartir mi vida con personas que no respetan lo que amo —respondió María con firmeza.
Aquella noche se quedó en casa de Elisa y, al día siguiente, cogió un autobús lejos de allí. Encontró trabajo en una clínica veterinaria y con el tiempo, y empezó de nuevo junto a su amado Grisito y tuvo una vida plena y feliz.
María aprendió que el amor no es solo para las personas, sino también para los seres que nos acompañan en la vida. A veces, la traición viene de quien menos esperamos, pero siempre hay caminos para alejarnos de lo que nos lastima.
Y Grisito ,a su manera, también le enseñó una lección: no importa cuán oscura sea la oscuridad del bosque ,siempre hay una oportunidad de encontrar el camino de regreso a casa...