jueves, 28 de septiembre de 2017

EL COLORÍN DEL TIETAR

EL COLORÍN DEL TIETAR

Regresaba a casa a toda prisa ante la apremiante tormenta.
Negros nubarrones habían irrumpido en el cielo e interrumpido mi paseo diario a la mitad, no quería ser sorprendido por la lluvia, y por suerte, ya llegaba a las primeras casas del pueblo cuando en la sierra se adivinaban rayos y truenos.
Caminaba rápido pero la prisa no me impidió echar un mesurado vistazo al viejo caserón abandonado. Había luz en su interior, a buen seguro los críos del pueblo se habrían colado una vez más tras sus muros y estarían planeando alguna nueva pillería.
Era pronto todavía para cenar, tenía tiempo de seguir tras sus huellas, entrar en la propiedad y darles un buen susto que les sirviera a ellos de escarmiento y a mí de entretenimiento. No lo pensé dos veces y salté la valla como un torero salta la barrera para desafiar al toro; la puerta de la casa estaba abierta, o mal cerrada, como casi siempre; entré con sumo cuidado para no producir ningún ruido.
Dentro se palpaba, se respiraba un silencio abrumador, y no obstante se percibían infinidad de sonidos: se distinguían tétricos crujidos de madera vieja, llamadas del viento silbando en los cristales rotos, golpeteos de las ventanas mal encajadas en los vetustos marcos.
Sintiendo algo de miedo llegué al salón de la casa, única estancia iluminada de la planta baja, entonces di un estrepitoso salto abandonando de repente el baluarte del oscuro pasillo y plantándome en el umbral de la puerta con los brazos cruzados sobre el pecho y ceño fruncido cual Diógenes enervado en su tonel, me dejé ver y oír a la par, ¡menuda sorpresa iba a propinar a los niñatos!
Y sin embargo la sorpresa me la llevé yo.
Ante mí, y por añadidura no demasiado sorprendido, había un anciano vestido con un antiquísimo traje oscuro; parecía un mago huido de una película de fotogramas en blanco y negro. Nuestras miradas se encontraron cuando ya se esfumaba mi sorpresa y llegaba mi indignación.
Y es que soy capaz de comprender la osadía de unos adolescentes imberbes e imprudentes que atraídos por un viejo caserón terminen invadiendo una propiedad privada armados de ignorancia, pero no entiendo que una persona mayor, casi anciana y por tanto supuestamente responsable cometa errores propios de zagales incautos.
_ ¿Qué hace usted aquí?- Interrogué hosco y malhumorado, convencido de hallarme frente a un indigente en busca de cobijo ante la inminente tormenta.
_ Eso mismo iba a preguntarle yo-. Respondió con increíble calma el supuesto intruso para
después añadir-, además yo a la pregunta le añadiré tres palabras, ¿qué hace usted aquí?, en mi casa.
De nuevo la sorpresa se adueñó de mí, su casa, aquel indigente decía estar en su casa, conforme mi mente iba tratando de encajar piezas en el rompecabezas, una sensación de ridículo espantoso comenzó a recorrer mi cuerpo. Sentí el rubor quemando mis mejillas cuando conseguí balbucear:
_ ¿Su casa, ésta es su casa?, esta propiedad pertenece a Félix, entonces ¿es usted Félix Gómez?, Félix Gómez “el Colorín del Tietar”.
La estentórea carcajada se escuchó rodar por todos y cada uno de los rincones de la casa
confundiéndose con un trueno de la tormenta; tanto escándalo no parecía proceder de la garganta de un anciano tan enjuto, sin embargo así era. Aún tenían potencia y vitalidad sus pulmones.
_ Disculpe mi ataque de risa joven, por favor perdone mi hilaridad, no quiero parecer un viejo mal educado pero hace muchos años que ya nadie me llama así, tanto tiempo hace que prácticamente lo había olvidado.
_ Entonces usted es Félix, está vivo, yo creía que usted ya había ....
_ Sí, mucha gente cree que he muerto-. Me interrumpió ahorrándome buscar una palabra que pudiera terminar la frase sin ofender al anciano-. Para ser honestos eso sería lo normal pues he rebasado con creces la edad estimada como esperanza de vida en nuestro país, hace tiempo que la única esperanza de mi vida es la muerte pero la vieja dama no ha sido puntual a su cita conmigo, al contrario ha sido impuntual y además cruel pues se ha olvidado de mí y me ha ido arrebatando, sin prisa pero sin pausa, a los pocos seres queridos y los amigos.
_ Y ¿cómo ha regresado después de tantos años?, hacía mucho tiempo que no visitaba el pueblo.
_ En efecto, cuarenta años sin pisar esta casa, y no hubiera regresado jamás de no haber sido estrictamente necesario. Mañana venderé esta propiedad, al salir del notario, una vez firmada la escritura, nada me unirá a esta tierra ni a ninguna otra parte de este mundo.
_ Entonces ¿vende usted la casa?
_ Sí, figúrese usted, alguien va a convertir esta ruinosa cueva en una casa rural, ¿qué le parece?
_ Me parece una gran iniciativa, sin embargo no comprendo que venda tan alegremente la
propiedad, usted nació aquí, ¿no le produce pesadumbre, algo de nostalgia, un poco de pesar, un ápice de pena?
_ Me queda poco tiempo de vida, bueno eso al menos espero, o la vendo ahora y utilizo el dinero en algo útil o se convertirá en escombros para siempre, una finca abandonada, una casa fantasma.
_ Yo entendería que la hubiera vendido hace años, pero ahora, ¿para qué?, no creo que sea por necesidad económica, yo en su lugar la arreglaría, viviría aquí y moriría aquí, en mi casa.
_ Confieso que estudié esa opción hace tiempo pero la descarté enseguida, me pareció egoísta, una persona sola en una casa tan grande, lo mejor es vender, el dinero será para mi hija, le diré que yo soy su verdadero padre, ésa será mi última hazaña en este mundo, mi última aventura, permitir que mi hija me conozca, conseguir que por fin sepa la verdad.
_ ¿Una hija?, no sabía que hubiera contraído matrimonio, ni que tuviera descendencia.
_ ¿Matrimonio?, no, no, nunca me casé, nadie conoce esa parte de mi vida, ni siquiera mi hija sabe que yo soy su padre, no nos conocemos; sólo su madre, el marido de su madre y yo sabíamos la verdad, y ahora usted, claro está. Siéntese amigo, ha empezado ya a llover y la tormenta durará al menos un par de horas, en ese tiempo cenaremos y le contaré mi historia, la verdadera e ignorada historia del Colorín del Tietar.
_ Gracias-, dije mientras tomaba asiento-, pero por favor no me trate de usted, yo soy...
_ Sé quien eres, el nieto del Gorrizo-, volvió a interrumpirme con calma y total seguridad-, eres la viva imagen de tu abuelo, de joven yo iba mucho por su casa, éramos amigos de tu familia, cuando me fui del pueblo para no volver más tú todavía no habías nacido, por tanto tienes menos de cuarenta años-. Sonrió y tras una breve pausa comenzó el relato mientras disponía sobre la mesa una cena frugal a base de alimentos fríos-. Me fui a Madrid cuando apenas tenía dieciocho años, empecé a trabajar de jardinero en la propiedad de un matrimonio joven. Yo cuidaba los jardines de Don Emilio Valcárcel y Larrañaga. 
_ ¿Se refiere al famoso dramaturgo?-, interrogué anonadado por la afirmación.
_ ¿Famoso dramaturgo dices?, era un tremendo embustero, todas sus obras las escribió Noelia, su esposa, él era un cretino, un explotador, un usurpador, y por si esto fuera poco un marido infiel-. Hablaba deprisa, con renuencia, cada insulto salía de un rincón oscuro y oculto de su alma, y no obstante, de improviso bajó el diapasón y con tono atiplado, cariñoso, como si cada palabra escapara de un arcano rincón de su corazón añadió-. Sin embargo ella lo amaba, lo quería hasta la locura, hasta la ceguera absoluta, lo amaba tanto como yo la amaba a ella.
No cabía duda, la narración de la historia le causaba daño, las imágenes de sus recuerdos se
habían forjado a golpes, a mordiscos y el cuerpo había quedado para siempre en carne viva, herido, sangrando, sintiendo dolor segundo a segundo, archivando la pena en la memoria y una vez allí grabada imposible de borrar. Imposible curar la herida, apenas una leve mejoría al sentir atenuado un tanto el dolor con el transcurso del tiempo.
_Yo cantaba mientras trabajaba-, continuó hablando ante mi silencio y curiosidad-. Sólo eso
sabía hacer, cantar y trabajar en el jardín, a Noelia le gustaba mi voz, decía que mi canto era como el de un colorín; mientras yo cantaba ella escribía las obras que luego su marido firmaba. Un buen día Don Emilio compró un teatro para representar sus obras con su propia compañía y allí, en aquel escenario empezó mi fulgurante carrera de cantante, allí nació la fama del Colorín del Tietar. Enseguida comencé a tener éxito y poco más tarde llegó el dinero, entonces abandoné el teatro, huí del nido, no soportaba el despotismo del ilustrado Don Emilio con su esposa a quien yo amaba sin límites, y tampoco podía tolerar más los continuos rechazos de Noelia. Sí, yo le declaré mi amor y no fui correspondido, ella declinaba con timidez y amabilidad mis invitaciones, se mostraba halagada por mi amor pero nunca me dio esperanza alguna pues se confesaba enamorada de su esposo.
Me fui, triunfé en España, en Europa e incluso en las Américas. Me admiraban damas, nobles y hasta reyes, uno de ellos, Carlos I de Portugal, de admirador pasó a ser mi íntimo amigo, fue él quien varios años después, una noche tras una actuación en Lisboa me dijo que Noelia se encontraba destrozada; había encontrado a su marido, el famoso dramaturgo, dentro del camerino de la primera actriz en actitud poco decorosa, el muy canalla, se compró un teatro para poder flirtear con las actrices.
Cuando regresé a España fui a visitarla, en verdad estaba deprimida, llevaba casi un mes sin
escribir nada, ni una palabra, y eso empeoraba la situación pues provocaba la furia de Don Emilio que exigía más obras que poder adjudicarse. Pasé todo el día junto a Noelia al igual que su esposo lo pasó junto a la primera actriz de su compañía. Una y mil veces le confesé mi amor y la instigué para que abandonará a su marido. Yo todavía la amaba, y ella, no sé si por la debilidad propia de su estado, por despecho hacia su marido o por lástima hacia mí, fue cayendo en mis brazos y aceptando mi cariño. 
Una sola vez aceptó mis caricias. En esa ocasión, esa noche, engendramos a Martina, mi hija, nuestra hija. Al día siguiente me marché y Noelia volvió a escribir, desde entonces la creación literaria fue su pasión, escribía para su hija, nuestra hija. Don Emilio intuía algo irregular pero no sabía el qué.
En las semanas siguientes Noelia y yo nos vimos esporádicamente siempre que mis actuaciones y viajes lo permitían, pero un buen día su marido supo que el vientre de su mujer albergaba el hijo de otro hombre. Enloqueció. Típica y cobarde reacción del engañador engañado. El infiel no soportaba ser burlado. No sé como averiguó que el padre de la criatura era yo, dudo que Noelia se lo dijera, de todos modos lo supo.
Vino a buscarme una noche al final de una interpretación. No me dijo nada, no habló, sólo me miró con furia. Pude leer sus pensamientos entre la niebla del odio: yo le debía mi fama a él y a su teatro y le pagaba mi deuda con una terrible afrenta. En sus ojos se acentuó el odio.
Un revólver apareció en su mano diestra, sonó un ruido seco que debió ser un disparo, vi un
resplandor y sentí un fuego intenso en mi pecho, todavía tengo el proyectil alojado en mi pulmón izquierdo-. Acarició con su mano diestra el lado izquierdo de su pecho como si la herida todavía doliera, como si aún no hubiese cicatrizado del todo.
_ Yo siempre he creído que esa bala la recibió en una reyerta cuando usted defendía a un amigo del ataque de un delincuente. 
_ Sí, inventamos ese cuento para dar una explicación a la prensa, no iba a decir que se trataba de la venganza de un marido irascible con un ataque de cuernos. Además, Noelia todavía amaba a aquel indeseable, si yo hubiera dicho la verdad él hubiese ido a la cárcel y ella no me lo hubiera perdonado nunca, por tanto callé.
_ Pero estuvo usted a punto de morir, fue un milagro que sobreviviera y más aún que pudiera volver a cantar con la bala alojada en el pulmón y tan cerca del corazón.
_ Exacto, un milagro, la herida era mortal y no obstante la muerte no llegó. Me recuperé y
continué con mi carrera; pero antes, durante el largo tiempo de mi convalecencia postrado en el catre de un hospital, mi amigo Carlos I de Portugal vino a visitarme, me regaló este reloj-. Sacó con sumo cuidado un reloj de bolsillo del interior de su chaleco-. Carlos me pidió que siempre lo llevara conmigo, no trae suerte, me dijo, pero si te separas de él provocará mala fortuna.
_ Es un reloj precioso, digno de un rey, pero está estropeado, no se mueven las saetas, no marcha.
_ No, no funciona y nunca funcionará, ¿quieres saber el motivo?
_ Por supuesto, quiero conocer cada detalle de esta historia.
_ Tres años más tarde, el día uno de febrero a las doce y tres minutos del mediodía, Carlos I de Portugal fue asesinado en Lisboa tras unos años de ajetreado reinado; a las doce y tres minutos, en ese instante el reloj se paró, dejó de latir al mismo tiempo que el corazón de su dueño, murió con él. Observa el reloj, marca las doce y tres minutos. He intentado arreglarlo en mil ocasiones. Nada, imposible, ni el mejor relojero del mundo es capaz de reparar la maquinaria, así como los mejores doctores no fueron capaces de salvar la vida de mi gran amigo Carlos. Curioso destino, yo cantando con un proyectil alojado en mi pulmón a escasa distancia del corazón y él muerto en el acto sin ninguna oportunidad.

Aquel día no sólo se pararon para siempre el reloj y el corazón de Carlos, también comenzó a
pararse mi voz, nunca volví a cantar, había un nudo de tristeza en mi garganta que consiguió apagar lo que una bala no pudo; desaparecí, me oculté del mundo, nadie supo nunca nada más de mí, únicamente Noelia, y a través de ella yo supe de Martina, de mi hija. A todos los efectos el dramaturgo fue su padre, otra gran mentira del gran escritor, mañana dejará de serlo. Con un poco de suerte al caer la tarde estaré en casa de Martina en Sevilla, le entregaré el dinero que genere esta casa y le contaré la verdad que surja de mi corazón; después, si ella quiere, viviré a su lado lo poco que me resta de vida, si no es así desapareceré de nuevo y en esta ocasión para siempre, será fácil, ya no me queda nada por hacer en este mundo, hace años que no soy capaz de cantar, tampoco soy capaz de amar pues Noelia murió hace ya tres lustros, ni siquiera puedo saborear el plato frío de la venganza matando al usurpador de Don Emilio pues me hizo el favor de morirse el solo sin ayuda de nadie.
Sólo tengo una cosa que hacer, regalar este reloj roto a alguien que lo merezca, a una buena
persona... tal vez a ti, pues si te pareces a tu abuelo tanto en lo espiritual como te pareces en lo físico estoy seguro de que eres buena gente, no te separes nunca del reloj, te traerá suerte y vida, una vida tan larga como la mía.
_ Pero yo no puedo aceptar este regalo, el reloj es una reliquia histórica y pertenece a su familia, lléveselo a su hija, ella lo merece más que yo.
_ No, es un reloj de caballero, además, ¿para qué querría ella un reloj viejo y roto?, consérvalo tú Gorrizo, me disponía a abandonarlo aquí en esta casa, estará mejor contigo, y recuerda, está averiado para siempre y sin embargo, dos veces al día, marcará la hora correcta.
Al llegar a casa después de la tormenta, busqué en el vetusto baúl de la abuela los discos antiguos de mi padre, en unos minutos encontré lo que buscaba y mientras acariciaba un precioso reloj de bolsillo perennemente averiado que un lejano día funcionó y perteneció a Carlos I de Portugal escuché cantar a Félix Gómez y mis oídos se deleitaron con la voz de “el Colorín del Tietar”, interpretando una bellísima, aunque algo triste, tonada de amor; la canción se titulaba, ¿cómo no?, “Noelia”.

Yo, por mi parte nunca más supe de él, ni de Martina, su hija, leí algunas obras de Don Emilio aunque sabiendo que la autora fue en realidad Noelia, lo cual me hizo comprender mejor los textos, los sentimientos, la ternura; la casa de Don Félix Gómez en efecto se vendió, ahora es una casa rural, una empresa con cierto éxito y con algún secreto misterioso en su interior no exento de fantasmas...
Sin embargo esa es otra historia y por tanto merece ser contada con todo detenimiento en otra ocasión. Hoy no queda sino escuchar una nostálgica canción, la triste balada de Noelia.

Nota del autor (Ángel Utrillas):
El relato titulado El Colorín del Tietar, está inspirado y desarrollado a partir de dos hechos históricos:

  • El primero acerca de Carlos Gardel; el famoso cantante argentino (quien por cierto nació en Francia aunque a los tres años de edad sus padres emigraron a Argentina), el día 11 de diciembre de 1915 recibió una herida de bala en el pulmón izquierdo donde quedó alojado el proyectil para siempre, este incidente no le impidió continuar cantando el resto de su vida.
  • El segundo se refiere a Carlos I de Portugal; sucedió a su padre Luis I y reinó en su país desde 1889 hasta el 1 de febrero de 1908 cuando cayó asesinado en Lisboa. Ese mismo día se paró para siempre el reloj de bolsillo que el Rey de Portugal había regalado a su amigo el admirado actor italiano Ernesto Rossi y que el actor siempre llevaba consigo. El reloj se paró a la hora exacta en que se produjo el asesinato, a las doce del mediodía. El dueño del reloj intentó repararlo en múltiples ocasiones pero fue inútil, jamás ningún relojero consiguió hacerlo funcionar.

Además de los citados detalles hay una referencia a Diógenes de Sínope, “Diógenes el cínico”: filósofo griego del siglo IV a C. discípulo de Antístenes quien cultivo el desprecio por el lujo, la distinción, la vanidad, la superfluidad y cuanto se hubiese añadido artificialmente a la naturaleza. Su desprecio por las relaciones sociales le hicieron irse a vivir a un tonel.

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