martes, 19 de agosto de 2014

THE SNOW QUEEN IV: SPANISH OFFICIAL TRANSLATION

You had it in Hungarian and in French, and I am going to cover more than one translation of the text (Spanish, German, Polish, Czech, Swedish, a couple of English versions [Charles Boner, H.B. Paull, Edmund Dulac... and the original Danish). This is the most widespread version, by Francisco Payarols --though it was translated from the German instead of straight from the Danish...

CUARTO EPISODIO 
El príncipe y la princesa

En este reino en que nos encontramos, vive una princesa de lo más inteligente; tanto, que se ha leído todos los periódicos del mundo, y los ha vuelto a olvidar. Ya ves si es lista. Uno de estos días estaba sentada en el trono -lo cual no es muy divertido, según dicen-; el hecho es que se puso a canturrear una canción que decía así: «¿Y si me buscara un marido?». «Oye, eso merece ser meditado», pensó, y tomó la resolución de casarse. Pero quería un marido que supiera responder cuando ella le hablara; un marido que no se limitase a permanecer plantado y lucir su distinción; esto era muy aburrido. Convocó entonces a todas las damas de la Corte, y cuando ellas oyeron lo que la Reina deseaba, se pusieron muy contentas. «¡Esto me gusta! -exclamaron todas-; hace unos días que yo pensaba también en lo mismo».

Los periódicos aparecieron enseguida con el monograma de la princesa dentro de una orla de corazones. Podía leerse en ellos que todo joven de buen parecer estaba autorizado a presentarse en palacio y hablar con la princesa; el que hablase con desenvoltura y sin sentirse intimidado, y desplegase la mayor elocuencia, sería elegido por la princesa como esposo. Acudió una multitud de hombres, todo eran aglomeraciones y carreras, pero nada salió de ello, ni el primer día ni el segundo. Todos hablaban bien mientras estaban en la calle; pero en cuanto franqueaban la puerta de palacio y veían los centinelas en uniforme plateado y los criados con librea de oro en las escaleras, y los grandes salones iluminados, perdían la cabeza. Y cuando se presentaban ante el trono ocupado por la princesa, no sabían hacer otra cosa que repetir la última palabra que ella dijera, y esto a la princesa no le interesaba ni pizca. Era como si al llegar al salón del trono hubiesen quedado aletargados, no despertando hasta encontrarse nuevamente en la calle; entonces recobraban el uso de la palabra. Y había una enorme cola que llegaba desde el palacio hasta el portal. Y pasaban hambre y sed, pero en el palacio no se les servía ni un vaso de agua. Algunos, más listos, se habían traído bocadillos, pero no creas que los compartieran con el vecino. Pensaban: «Mejor que tenga cara de hambriento, así no lo querrá la princesa».
Pero, ¿Cuándo llegó? ¿Estaba entre la multitud?

El tercer día se presentó un personajito, sin caballo ni coche, pero muy alegre. Sus ojos brillaban, tenía un cabello largo y hermoso, pero vestía pobremente.
Llevaba un pequeño morral a la espalda.

El tal individuo, al llegar a la puerta de palacio y ver la guardia en uniforme de plata y a los criados de la escalera en librea dorada, no se turbó lo más mínimo, sino que, saludándoles con un gesto de la cabeza, dijo: «Debe ser pesado estarse en la escalera; yo prefiero entrar». Los salones eran un ascua de luz; los consejeros privados y de Estado andaban descalzos llevando fuentes de oro. Todo era solemne y majestuoso. Los zapatos del recién llegado crujían ruidosamente, pero él no se inmutó.


nuestro hombre se presentó alegremente ante la princesa, la cual estaba sentada sobre una gran perla, del tamaño de un torno de hilar. Todas las damas de la Corte, con sus doncellas y las doncellas de las doncellas, y todos los caballeros con sus criados y los criados de los criados, que a su vez tenían asistente, estaban colocados en semicírculo; y cuanto más cerca de la puerta, más orgullosos parecían. Al asistente del criado del criado, que va siempre en zapatillas, uno casi no se atreve a mirarlo; tal es la altivez con que se está junto a la puerta.

¡Debe ser terrible! ¿Y vas a decir... que se casó con la princesa?


Parece que él habló bien. Era audaz y atractivo. No se había presentado para conquistar a la princesa, sino sólo para escuchar su conversación. Y la princesa le gustó, y ella, por su parte, quedó muy satisfecha de él.

¡Oh, por favor, llévame al palacio!
... de una cosa estoy seguro: que jamás ... será autorizada a entrar en palacio por los procedimientos reglamentarios.
—Aguárdame en aquella cuesta —dijo ..., y, con un movimiento de la cabeza, se alejó ....
Cuando regresó, anochecía ya.
y ahí va un panecillo que sacó de la cocina. Allí hay mucho pan, ... No es posible que entres en el palacio; ... ; los centinelas en uniforme de plata y los criados en librea de oro no te lo permitirán. Pero ... , de un modo u otro te introducirás. Mi novia conoce una escalerita trasera que conduce al dormitorio, y sabe dónde hacerse con las llaves.

Se fueron al jardín, a la gran avenida donde las hojas caían sin parar; y cuando en el palacio se hubieron apagado todas las luces una tras otra, ... condujo a ... a una puerta trasera que estaba entornada.


Llegaron a la escalera, iluminada por una lamparilla colocada sobre un armario. En el suelo ...
En efecto, algo pasó con un silbido; eran como sombras que se deslizaban por la pared, caballos de flotantes melenas y delgadas patas, cazadores, caballeros y damas cabalgando.
Son sueños nada más. Vienen a buscar los pensamientos de Su Alteza para llevárselos de caza.

Llegaron al primer salón, tapizado de color de rosa, con hermosas flores en las paredes. Pasaban allí los sueños rumoreando, pero tan vertiginosos, que ... no pudo ver a los nobles personajes. Cada salón superaba al anterior en magnificencia; era para perder la cabeza. Al fin llegaron al dormitorio, cuyo techo parecía una gran palmera con hojas de cristal, pero cristal precioso; en el centro, de un grueso tallo de oro, colgaban dos camas, cada una semejante a un lirio. En la primera, blanca, dormía la princesa; en la otra, roja, se vio un cuello moreno. ... —los sueños volvieron a pasar veloces por la habitación—, él se despertó, volvió la cabeza y…  

El príncipe ..., pero era joven y guapo. La princesa, parpadeando por entre la blanca hoja de lirio, preguntó qué ocurría.

¡Pobre ...! —exclamaron los príncipes; elogiaron a ... y dijeron que no estaban enfadados, aunque aquello no debía repetirse. Por lo demás, recibirían una recompensa.

¿Prefieren marcharse libremente —preguntó la princesa— o quedarse en palacio en calidad de ... de Corte, con derecho a todos los desperdicios de la cocina?
... se inclinaron respetuosamente y manifestaron que optaban por el empleo fijo, ...
El príncipe se levantó de la cama y la cedió ...; realmente no podía hacer más. ... cruzó las manos, pensando: «¡Qué buenas son las personas ..., después de todo!»

Al día siguiente ... vistieron de seda y terciopelo de pies a cabeza. ... invitaron a quedarse en palacio, donde lo pasaría muy bien; pero ... pidió sólo un cochecito y un par de zapatitos, para seguir corriendo el mundo ...

Le dieron zapatos y un manguito y ... vistieron primorosamente, y cuando se dispuso a partir, había en la puerta una carroza nueva de oro puro; los escudos del príncipe y de la princesa brillaban en ella como estrellas. El cochero, criados y postillones -pues no faltaban tampoco los postillones-, llevaban sendas coronas de oro. Los príncipes en persona ... ayudaron a subir al coche y ... desearon toda clase de venturas.
El interior del coche estaba acolchado con cosquillas de azúcar, y en el asiento había fruta y mazapán.

-¡Adiós, adiós! -gritaron el príncipe y la princesa; ... hasta que desapareció el coche, que relucía como el sol.

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QUINTO EPISODIO
La pequeña bandolera

Avanzaban a través del bosque tenebroso, y la carroza relucía como una antorcha. Su brillo era tan intenso, que los ojos de los bandidos no podían resistirlo.

—¡Es oro, es oro! —gritaban, y, arremetiendo con furia, detuvieron los caballos, dieron muerte a los postillones, al cochero y a los criados ...


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SÉPTIMO EPISODIO
... de lo que luego sucedió.

Y ..., el bosque tenía yemas verdes, y de su espesor salió un soberbio caballo, que ... reconoció —era el que había tirado de la dorada carroza—, montado por una muchacha que llevaba la cabeza cubierta con un rojo y reluciente gorro, y pistolas al cinto. Era la hija de los bandidos, que harta de los suyos, se dirigía hacia el Norte, resuelta a encaminarse luego a otras regiones si aquélla no la convencía
... le preguntó por el príncipe y la princesa.
-Se fueron a otras tierras -dijo la muchacha.



ALTERNATE VERSION

Cuarta historia 
El príncipe y la princesa

En este reino en que nos encontramos, vive una princesa de lo más inteligente; tanto, que se ha leído todos los periódicos del mundo, y los ha vuelto a olvidar. Ya ves si es lista. Hace poco estaba sentada en el trono -lo cual no es muy divertido, según dicen-; el hecho es que se puso a canturriar una canción que decía así: «¿Y si me buscara un marido?». «Oye, eso merece ser meditado», pensó, y tomó la resolución de casarse. Pero quería un marido que supiera responder cuando ella le hablara; un marido que no se limitase a permanecer plantado y lucir su distinción; esto era muy aburrido. Convocó entonces a todas las damas de la Corte, y cuando ellas oyeron lo que la princesa deseaba, se pusieron muy contentas. «¡Esto me gusta! -exclamaron todas-; hace unos días que yo pensaba también en lo mismo». 

Los periódicos aparecieron enseguida con el monograma de la princesa dentro de una orla de corazones. Podía leerse en ellos que todo joven de buen parecer estaba autorizado a presentarse en palacio y hablar con la princesa; el que hablase con desenvoltura y sin sentirse intimidado, y desplegase la mayor elocuencia, sería elegido por la princesa como esposo. Acudió una multitud de hombres; había un gentío e idas y venidas pero nada salió de ello, ni el primer día ni el segundo. Todos hablaban bien mientras estaban en la calle; pero en cuanto franqueaban la puerta de palacio y veían los centinelas en uniforme plateado y los criados con librea de oro en las escaleras, y los grandes salones iluminados, perdían la cabeza. 

Y cuando se presentaban ante el trono ocupado por la princesa, no sabían hacer otra cosa que repetir la última palabra que ella dijera, y esto a la princesa no le interesaba ni pizca.

Era como si al llegar al salón del trono hubiesen quedado aletargados, no despertando hasta encontrarse nuevamente en la calle; entonces recobraban el uso de la palabra. Y había una enorme cola que llegaba desde el portal hasta el palacio. Y pasaban hambre y sed, pero en el palacio no se les servía ni un vaso de agua templada. Algunos, más listos, se habían traído bocadillos, pero no creas que los compartieran con el vecino. Pensaban: «Mejor que tenga cara de hambriento, así no lo querrá la princesa».

Pero, ¿Cuándo llegó? ¿Estaba entre la multitud? 

El tercer día se presentó un personajito, sin caballo ni coche, pero muy alegre. Sus ojos brillaban, tenía un cabello largo y hermoso, pero vestía pobremente. 

Llevaba un pequeño morral a la espalda.

El tal individuo, al llegar a la puerta de palacio y ver la guardia en uniforme de plata y a los criados de la escalera en librea dorada, no se turbó lo más mínimo, sino que, saludándoles con un gesto de la cabeza, dijo: «Debe ser pesado estarse en la escalera; yo prefiero entrar». 
Los salones eran un ascua de luz; los consejeros privados y las Excelencias andaban descalzos llevando fuentes de oro. Todo era solemne y majestuoso. Las botas del recién llegado crujían ruidosamente, pero él no se inquietó. 

¡Ya lo creo que crujían!, y nuestro hombre se presentó alegremente ante la princesa, la cual estaba sentada sobre una gran perla, del tamaño de un torno de hilar. Todas las damas de la Corte, con sus doncellas y las doncellas de las doncellas, y todos los caballeros con sus criados y los criados de los criados, que a su vez tenían asistente, estaban colocados en semicírculo; y cuanto más cerca de la puerta, más orgullosos parecían. Al asistente del criado del criado, que va siempre en zapatillas, uno casi no se atreve a mirarlo; tal es la altivez con que se está junto a la puerta.

¡Debe ser terrible! ¿Y? se casó con la princesa?

Parece que él habló bien. Era audaz y atractivo. No se había presentado para pedir en matrimonio, sino sólo para escuchar la sabiduría de la princesa. Y la princesa le gustó, y ella, por su parte, quedó muy satisfecha de él.

¡Oh, por favor, llévame al palacio!

... pues de una cosa estoy seguro: que jamás ... será autorizada a entrar en palacio por los procedimientos reglamentarios. 

...  saldrá enseguida ...  -Aguárdame en aquella reja -dijo ..., y, ... se alejó ....

Cuando regresó, anochecía ya.

...  y ahí va un panecillo que sacó de la cocina. Allí hay suficiente pan,  ... No es posible que entres en el palacio; ... los centinelas en uniforme de plata y los criados en librea de oro no te lo permitirán. 
Pero ..., de un modo u otro te introducirás. Mi novia conoce una escalerita trasera que conduce al dormitorio, y sabe dónde hacerse con las llaves. 

Y se fueron al jardín, a la gran avenida donde las hojas caían sin parar; y cuando en el palacio se hubieron apagado todas las luces una tras otra, ... condujo a ... a una puerta trasera que estaba entornada. 

Llegaron a la escalera, iluminada por una lamparilla colocada sobre un armario. En medio del suelo estaba ... Lo mejor es ir directamente por aquí, así no encontraremos a nadie. 

-Tengo la impresión de que alguien nos sigue - exclamó ...; en efecto, algo pasó con un silbido; eran como sombras que se deslizaban por la pared, caballos de flotantes melenas y delgadas patas, cazadores, caballeros y damas cabalgando. -Son sueños nada más. Vienen a buscar los pensamientos de Su Alteza para llevárselos de caza. Tanto mejor, así podrá usted contemplarla a sus anchas en la cama. Pero confío en que, si es usted elevada a una condición honorífica y distinguida, dará pruebas de ser agradecida. 

Llegaron al primer salón, tapizado de satén de color rosa, con hermosas flores artificiales en las paredes. Pasaban allí los sueños rumoreando, pero tan vertiginosos, que ... no pudo ver a los nobles personajes. Cada salón superaba al anterior en magnificencia; era para volverse perplejo. Al fin llegaron al dormitorio, cuyo techo parecía una gran palmera con hojas de cristal, pero cristal precioso; en el centro, de un grueso tallo de oro, colgaban dos camas, cada una semejante a un lirio. 

En la primera, blanca, dormía la princesa; en la otra, roja, ... Separó una de las hojas encarnadas y vio un cuello moreno. 

... -los sueños volvieron a pasar veloces por la habitación-, él se despertó, volvió la cabeza y...

El príncipe ..., pero era joven y guapo. La princesa, parpadeando por entre la blanca hoja de lirio, preguntó qué ocurría. 

¡Pobre ...! -exclamaron los príncipes; elogiaron a ... y dijeron que no estaban enfadados, aunque aquello no debía repetirse. Por lo demás, recibirían una recompensa. ¿Prefieren marcharse libremente -preguntó la princesa- o quedarse en palacio en calidad de ... de Corte, con derecho a todos los desperdicios de la cocina? ... se inclinaron respetuosamente y manifestaron que optaban por el empleo fijo, ... El príncipe se levantó de la cama y la cedió a ...; realmente no podía hacer más. ... juntó las manos, pensando: «¡Qué buenas son las personas ..., después de todo!».

Al día siguiente ... vistieron de seda y terciopelo de pies a cabeza. ... invitaron a quedarse en palacio, donde lo pasaría muy bien; pero ... pidió sólo un cochecito con un caballo y un par de botitas, para seguir corriendo el mundo ...


Le dieron zapatos y un manguito y la vistieron primorosamente, y cuando se dispuso a partir, había en la puerta una carroza nueva de oro puro; las armas del príncipe y de la princesa brillaban en ella como estrellas. El cochero, criados y postillones -pues no faltaban tampoco los postillones-, llevaban sendas coronas de oro. Los príncipes en persona la ayudaron a subir al coche y le desearon toda clase de venturas.

El interior del coche estaba acolchado con rosquillas de azúcar, y en el asiento había fruta y panecillos de especias. -¡Adiós, adiós! -gritaron el príncipe y la princesa; ...

Al cabo de unas millas ... hasta que desapareció el coche, que relucía como el sol.

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Quinta historia
La pequeña bandolera

Avanzaban a través del bosque tenebroso, y la carroza relucía como una antorcha. Su brillo era tan intenso, que los ojos de los bandidos no podían resistirlo. -¡Es oro, es oro! -gritaban, y, arremetiendo con furia, detuvieron los caballos, dieron muerte a los postillones, al cochero y a los criados ...
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Séptima historia
... de lo que luego sucedió

 Y las primeras avecillas piaron, el bosque tenía yemas verdes, y de su espesor salió un soberbio caballo, que ... reconoció -era el que había tirado de la dorada carroza-, montado por una muchacha que llevaba la cabeza cubierta con un rojo y reluciente gorro, y pistolas al cinto. Era la hija de los bandidos, que harta de los suyos, se dirigía hacia el Norte, resuelta a encaminarse luego a otras regiones si aquélla no la convencía. 

..., le preguntó por el príncipe y la princesa.
-Se fueron a otras tierras -dijo la bandolera.

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