lunes, 15 de enero de 2024

La ovillapenas


La Ovillapenas.

La Ovillapenas carga con su pesado ovillo, nunca se separa de él, lo tiene a su lado. Es tan pesado que apenas puede arrastrarlo y su peso va en aumento. Recuerda haber cargado siempre con él, la idea de abandonarlo no cruza por su mente.
Anda muy encorvada, muchos la compadecen, pero opone una encarnizada resistencia a cuantos lo hacen. ¡Pobres!, no se imaginan que mal les va, no sospechan lo que les espera. Ella se acerca y les lanza una mirada de soslayo, por lo bajo intuye la inminente desgracia. Lo sabe enseguida, no hay remedio, pase lo que pase las cosas irán de mal en peor, empeorarán de un encuentro a otro. Inclina la cabeza y piensa en su ovillo. Ahí están todos enredados, a ella le pesa, pero más les pesa a ellos.
La Ovillapenas disfruta haciendo el bien y dice “Cuidado”. Si la gente se dignara escucharla…
No caminar bajo los árboles, dice, hay ramas podridas. No atravesar ninguna calle, hay coches agresivos. No andar pegado a las casas, pueden caer tejas del techo. No darle la mano a nadie ni entrar en vivienda alguna: hierven de microbios malignos.
El aspecto de las mujeres encinta le desespera: no hay que tener hijos, dice, sino mueren al nacer mueren más tarde. Hay tantas enfermedades, más enfermedades que niños, y todas se abalanzan sobre la propia criatura y no hay razón para que sufran tanto. Mejor es que no vengan al mundo.
La Ovillapenas nunca ha estado encinta, por eso puede hablar así. Jamás ha confiado en un hombre, desvía la mirada en cuanto alguno la observa. Ha cosido por encargo, aunque tampoco eso es seguro. Conoció gente que murió antes de que acabaran las costuras. De ellos no obtuvo un céntimo. Pero no se queja. Lo añade al ovillo. En él si que confía, todo es cierto y sucede tal como aparece en el ovillo.
La Ovillapenas duerme de pie en una calleja olvidada y sin salida. El ovillo es cama y almohada para ella. Como es precavida, no dice su nombre. Nunca ha recibido una carta. En toda carta hay siempre una desgracia. Observa a los carteros y se admira: no hacen sino repartir desgracias, y la gente, que es estúpida, las lee.

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