lunes, 31 de diciembre de 2018

EL CONEJO QUE PERDIÓ LOS QUEVEDOS

¡Esta es la HISTORIA del CONEJO que PERDIÓ los QUEVEDOS!

A Búho le encantaba reposar tranquilo mientras nadie le observaba. Estando posado sobre una valla un día, le sorprendió ver de repente a Cangura pasar, pegando saltos, muy de cerca.
Esto no podrá parecer raro, pero cuando Búho escuchó que Cangura le susurraba a nadie en particular: "Conejo ha perdido los quevedos..." Bien, entonces sí que empezó a hacerse preguntas.
Entonces la luna despuntó por detrás de las nubes y allí, tumbado en la hierba, estaba Conejo. En el riachuelo que discurría entre la hierba... Ajolote. Y posada a horcajadas sobre una ramita de un arbusto... Abeja.
A primera vista inmóvil, Conejo estaba temblando de la tensión, ya que sin sus quevedos estaba completamente indefenso. ¿Dónde tenía los quevedos? ¿Los había robado alguien? ¿Los había extraviado él? ¿Qué iba a hacer?
Abeja quería ayudar, y, creyendo tener la respuesta, intervino: "Tal vez te los comiste, tomándolos por... zanahorias".
"¡No!" interrumpió Búho, que era sabio. "Tengo buena visión, reflexión y previsión. ¿Cómo podría un conejo tan listo cometer tamaña estupidez?" Pero todo el rato, Búho había estado posado en la valla, ¡poniendo mala cara!
Cangura estaba que pegaba saltos de la rabia con tal conversación. Se consideraba a sí misma muy superior en inteligencia a los otros animales. Era su líder, podría decirse. Ella tenía la respuesta: "Conejo, ¡debes ir en busca de la óptica!"
Pero entonces, se dio cuenta de que Conejo estaba completamente indefenso sin sus quevedos. Así que Cangura proclamó en voz alta: "¡NO PUEDO ENVIAR A CONEJO EN BUSCA DE NADA!"
"¡Tú puedes, Cangura, TÚ PUEDES!", gritaba Ajolote. "Le puedes enviar con Búho".
Pero Búho se había dormido. Ajolote sabía demasiado como para que le detuviera un problemilla tan pequeño. "Le puedes llevar en tu marsupio". Pero, por desgracia, Conejo era demasiado grande y no cabía en el marsupio de Cangura.
Durante todo el rato, estaba claro como el agua para Conejo que los demás no sabían nada sobre quevedos.
Y en lo que respecta a todas sus ideas,
ninguna le podía importar...
¡Perder quevedos era su forma de ocupar
el tiempo, y, después de todo, tenía
recambios!

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