martes, 17 de octubre de 2017

CUENTOS DE POLDY BIRD

CUENTOS TIERNOS de Poldy Bird


Cajitas

Junto cajitas. Cajitas esmaltadas, cajitas de madera pintada, cajitas de cristal, de porcelana, de metal, de cartón, de nácar, todas chiquitas.
En esas cajitas guardo los pedacitos de la felicidad. Porque la felicidad no es un enorme friso
en la pared, sino un rompecabezas de piezas diminutas que se arma de a poquito.
Y no tiene una figura fija, preconcebida, sino varias figuras, todas cambiantes, que pueden
variar según los días, según las horas, según los lugares…
Vos me enseñaste eso. Y muchas de esas cajitas tienen partes tuyas.
No… no lo aprendí enseguida… me llevó tiempo… Cuando tu vida se apagó, el miedo y la
soledad hicieron nudos con mis tripas. Golpeaba todas las puertas con terror de no ser
escuchada, de no ser recibida. Y me juraba, cada día, golpear otras puertas y otras y otras, sin importarme quién las abriera, quién sería capaz de oír el sonido de campana al viento que emitía mi corazón… una campana de barco en medio del océano, una campana de catedral en medio del desierto, una campana quejumbrosa con sonido de pena y manantial al mismo tiempo… Hasta que empecé a abrir las cajitas. En una encontré un fósforo, uno de esos fósforos con los que encendías mis cigarrillos, y aunque casi no fumo, prendí uno y traté de hacer espirales con el humo, como hacías VOS.
En otra encontré unas tierritas de colores, de Purmamarca, y el norte le trajo paz y color al sur de mi inquietud, con su placita de vendedores de pesebres, su aire de celeste transparencia, sus montañas redondas… En la de porcelana, una rosa seca y un papel dobladito: “quinto aniversario”.
En la de plata, una medalla bendecida de la Virgen de Luján. Arena de la playa mansa,
monedita de austral, un coralito africano, una entrada de cine, un boleto capicúa, un anillito que perdió la piedra, un cuarzo casi dorado, una plumita de colibrí… Todos itinerarios de caminos que recorrimos juntos y yo vuelvo a caminarlos llevando tus pasos encima de los míos, ahora que tus pasos no pesan nada porque son de apenas airecito, de apenas aleteo de mariposa, de apenas una lágrima… Ya ves, ya no golpeo puertas, sólo abro cajitas para no estar tan sola.
Pero, eso sí, al mismo tiempo, abro también mi corazón…


LA PALABRA QUE CURE LAS HERIDAS
Iba caminando delante de mí, tomada de la mano de su mamá, con una mediecita caída y la
otra no, las florcitas celestes de su vestidito arracimándose, como pequeños cielos repartidos
sobre la tela, y el pelito de seda, dócil y apenas una lluvia enrulada por el aire.
Cada tanto levantaba la carita para preguntar algo y la mamá sonreía.
Iban tranquilas. Sin apuro.
Eran todas las mamás y todas las nenas, un resumen hermoso en la tarde serena.
Eran, también, mi hija y yo hace unos años cuando yo no tenía todas las respuestas pero las
inventaba. Lo que tenía era la risa. Lo que tenía era el futuro iluminado y el bello cansancio de las cosas que ahora ya no hago y por eso me cansan… han dejado un vacío en mis horas.
La niña me necesitaba y me amaba sin condiciones para amarme.
La niña aceptaba todo de mí: mi forma de vestirme, de peinarme, de resolver problemas, de
vivir.
Ella apretaba mi mano fuerte, fuerte, y frotaba sus mejillas redondas en mis mejillas también redondas.
Acurrucaba su cuerpo contra mi cuerpo, tibiecita y era la rama florecida de mi árbol. Una
prolongación de mí.
No buscaba una doble lectura en mis palabras.
No exigía. No miraba de reojo.
Yo elegía sus zapatitos blancos o de negro charol.
Y todo estaba bien.
Porque la amaba y me amaba y nada entorpecía ese amor.
Ahora… ella mujer y yo tan sola (porque a mí me tocaron los dolores que marcan la soledad
como una cicatriz) – todo ha cambiado.
Ya no soy la que elige sus zapatos, y ella corrige mis elecciones.
He dejado de ser inteligente.
Escondo lo que siento de verdad porque temo su juicio.
Fui una tonta al no sacar mi entrada para ir a ver a Sting.
- Desde casa, por la pantalla del televisor, el espectáculo fue perfecto… Tomé café, sentada en un sillón… no tuve frío ni temí la lluvia…
Ella se encoge de hombros. “No es lo mismo”, replica. “No es la vida”.
Y a mí me da pereza explicarle que a su edad yo temblaba de frío en el invierno. Que tenía
miedo de llegar tarde al trabajo y me reprendieran. Que los días quince comenzaba a contar las monedas para llegar a fin de mes. Que si no hubiese tenido éxito con mis libros, nunca hubiera podido tener la casa propia”.
Soy, para ella, una especie de tonta que no sabe disfrutar de las cosas.
Tal vez tenga razón.
Me costaron tanto, que las cuido.
Y las quiero.
Quiero mi Platerito de madera, todas las chucherías que los amigos y los lectores me mandan de regalo. Las atesoro. Cada una de ellas posee un significado y un mensaje. Quiero los libros subrayados, las copas de cristal que pagué en mensualidades, el mantel de las grandes ocasiones. No me gusta que revuelva mis papeles ni mis fotografías, porque es como si hojeara mi vida viendo con ojos críticos o burlones lo que es sagrado para mí.
Ella ha crecido.
Es más grande que yo.
Es más sabia.
Es menos frágil.
Tuvo más posibilidades y más tiempo para seleccionar lo mejor de la vida, mientras yo me
golpeaba, me equivocaba, me quedaba sin aliento armando el difícil rompecabezas del
presente sin vuelo, del futuro sin problemas.
Y estoy aquí, siempre aguardando su llamado o su visita apresurada, porque tiene que hacer
tantas cosas 
Y entre su entrada ruidosa y su salida al trotecito (esta niña mía no aprendió nunca a caminar denuncie), una frase que me golpea la boca del estómago que le corta la res respiración 
- Mirá mamá, vos hacé lo que quieras, pero a mí me parece que …
Ella lo dice al pasar.
No oye lo que respondo, de modo que no contesto nada. Y se va.
El mundo la aguarda fuera de esta puerta. Es hermosa y es buena. Creo que es más generosa
que yo.
Y que si se ocupara realmente de darle forma a lo que siente, podría ayudar a mejorar el mundo en que vivimos.
Sin duda, sufrirá menos que yo.
Con algún granito de arena habré contribuido para que fuese más fuerte y decidida, menos
temerosa de lo que soy.
Ella sale por esa puerta, deja impregnada la casa con su perfume algo sofisticado, y yo me
quedo sola.
Solemne soledad la mía.
Maravilla, mi perra, se pone como loca cuando lloro. Entonces no lloro, porque me apena verla acongojada.
Se ovilla a mis pies mientras escribo Mueve la cola, alborozada, – cuando la llamo mi
compañerita.
Tal vez ella sí sabe que yo tengo miedo.
Que me da vergüenza.
Que me encierro y a veces me paso horas rezando mi rosario y pidiéndole a Dios que me
ayude, que me dé una respuesta, que me muestre el camino, que me tienda una mano con
temperatura humana, que alguien sepa obligarme a vivir lo que me queda de vida, alguien sin miedo, a quien no pueda discutirle nada, alguien que me entienda y me conmueva y no me dé tiempo a titubear ni a contradecirlo.
Alguien que me vea. Soy así ni demasiado linda, ni poderosa, ni invencible, con bosquecitos
dentro de los ojos, y todo un cielo estrellado en el torrente de mi sangre. Soy buena compañera para los silencios y para las charlas amanecidas. Pongo el hombro en la lucha, y en la paz puedo ser una isla arbolada, una plaza con tilos florecidos.
Oh, iba caminando delante de mí, tomada de la mano de su mamá. Entregada y pequeña!
Ahora yo soy la niña entregada y pequeña que busca la palabra encendida que no queme, que simplemente alumbre. La palabra que cure las heridas…


CARTA A UNA HIJA

Por si no estoy cuando ya sepas leer con los ojos y con el corazón al mismo tiempo.
Cuando te miro, Verónica, tan chiquita, tan redonda, con tu pelito de seda, haciendo
morisquetas frente al espejo, soy feliz… y tengo miedo.
Porque el miedo es un raro ingrediente de la felicidad, sobre todo de esta felicidad mía tan
pulida, tan dulce, tan nueva. Ahora no lo entiendes, claro, tienes nada más que un año, un añito que pregonas con tu índice en alto y una sonrisa de solo seis dientitos de conejo.
Ahora tu mundo se reduce a los pajaritos de cartulina que papá colgó del techo de tu cuarto y el aire mueve constantemente para tu asombro y tu alegría. Y a la muñeca que buscando tu
amistad solo encontró que te diviertas tirándola al suelo desde tu cuna. Y al muñeco de
celuloide pintado de rosa que tiene campanas en la barriga y suena a gloria cuando lo mueves.
Ah… tu mundo… tu mundo de sopa, de puré, de torpes balbuceos, de rodillas sucias de gatear por el piso, de chupetes, de pañales, de agua tomada con bombilla y verdaderas proezas para sacarle las perillas al televisor. Es un mundo chiquito, vigilado, seguro, con olor a colonia para bebés.
Un mundo que cabe en la palma de tu mano gorda. Yo estoy en ese mundo, soy una
enamorada de ese mundo. Sí, Verónica, ahora mamá está. Lloras de noche y corre a tu cuarto, te acaricia la cabeza, te dice que vuelvas a dormirte. Mamá ya te conoce bien, sabe todo lo que te gusta y lo que no te gusta, y cuando pone sus ojos sobre ti, te estudia, te analiza, trata de comprenderte, de aprender cual es el camino que llega a tu corazón, para transitar siempre por él. 
Y ese es mi miedo. Hoy estoy aquí, tan cerca de ti, pensando la manera de hacerte feliz,
segura de que a mi lado encontrarás la dicha. Pero… ¿si me muero antes de que seas grande?
¿Y si me muero antes de poder responder a todas tus preguntas, antes de poder aclarar tus
dudas, antes de poder secar las lágrimas de tus primeras desilusiones, esas que duelen tanto?
No, no tengo que morirme, no quiero.
Pero si me muero, quiero dejarte entre muchas cosas (mi vida, mis sueños, mi inmenso amor por ti) una carta para que la leas con los ojos y con el corazón al mismo tiempo. Y sientas que estoy a tu lado, que estirando la mano puedes tocarme en el aire y afinando el oído puedes escuchar mi voz y mi risa (porque por sobre todas las cosas quiero que te acuerdes de mi risa…) 
Verónica, gorrión, esta es la carta:
“A tu alrededor hay un mundo con todo lo que conoces, con todo lo que amas. Mas allá, un
mundo grande, bello y peligroso, donde te espera todo lo que te hará mujer: el amor, la decepción, la angustia, el llanto, la felicidad.
Para entrar a ese mundo no uses cábalas, no cierres los ojos, pero tampoco los abras con la
intención de ver todo lo malo, lo negativo, lo gris.
No cierres tu corazón con siete llaves… pero tampoco lo dejes sin ninguna cerradura. No te
guardes todo, pero no lo des todo. No pienses que los caminos son fáciles y te lances a andar
con los pies desnudos, las manos abiertas y los ojos lavados con el agua de los arroyos
limpios.
Tienes que llevar algo para el viaje, para cualquier viaje que emprendas; un equipaje sencillo y necesario que te ayude y te proteja: la pequeña armadura de tu voluntad para recuperarte de las caídas, así ninguno de los golpes que recibas llegará a romper tu fe; la ternura, porque con la ternura se curan los pajaritos enfermos, se hace reír a los niños y se llena de alegría el
corazón de los que queremos.
Y lleva amor, mucho amor, para los que te amen y para los que te odien. Porque alguien te va a odiar, no sé quien y no sé por que… alguien te va a odiar sin motivos para odiarte, y el que odia, Verónica, no es malo… solamente está enfermo.
Recuerda que en tu mundo viejo y en tu camino nuevo tienes un amigo. Es un hombre que te
conoce desde que naciste. Es un hombre que te quiere más que a sí mismo y, aún no
comprendiéndote, aún equivocado, siempre va a buscar lo mejor para ti, te va a proteger, te va a ayudar.
¡Un hombre que hará por ti lo que sea necesario hacer y más!
Un hombre que busca tu luz para iluminarse y busca tu risa para sentir que la vida no se ha
vivido en vano. Un hombre que cuando eras chiquita te compró unos pajaritos de cartulina
blanca y negra y los colgó del techo de tu cuarto con hilo de coser. Papá. Tu papá, Verónica.
Puede ser que lo encuentres muy severo o demasiado intransigente… pero si tienes algún
problema acércate a él y díselo.
No hallarás mejor amigo que quien ha pasado noches en vela cuando estabas enferma y rezó
por ti cuando ya había olvidado las palabras de las plegarias, y lloró de emoción la primera vez que lo llamaste “papá”. Y, al fin, no quiero engañarte, decirte que te dejo en un mundo de rosas, ruiseñores y todas cosas bellas… Pero tú puedes hacer que tu corazón las invente y
cuando lo lastime una espina, sepa que detrás de la espina está el maravilloso milagro de una flor.

TU MAMÁ

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