jueves, 25 de diciembre de 2014

FORGET ME NOT: CHAPTER V (FINALE)


NO-ME-OLVIDES
Por Sandra Dermark



Un fic de Vocaloid basado en la novela homónima de Putlitz.

5. LA FLOR DEL RECUERDO.

Desde su balcón, la joven me sostenía en su diestra. Se puso la mano izquierda sobre la frente a modo de visera para otear el horizonte cara al sol. Yo seguía su mirar. Un jinete galopaba por el valle. ¿Sería él? Lo era...
Mientras él desaparecía para ella, la joven señorita entró de nuevo. Parecía que estuviera reprimiendo sus lágrimas para observarle lo más posible. Ahora estaba en su habitación y las lágrimas le brotaron a raudales. Entonces sonrió llorando, me besó con impulso y se dijo, nerviosa:
-¿Será verdad? ¿Será posible? ¡Me quiere!
Sus pasos se aceleraron y sus ojos brillaban de euforia mientras corría por la habitación. Se plantó frente al espejo de la consola y miró de hito en hito a su reflejo, como si el afecto de aquel joven hiciera más valiosos sus rasgos para ella. Luego observó con sorpresa que aún tenía lágrimas en los ojos. Se dijo:
- ¡Lágrimas! ¡Y nunca en mi vida he sido tan feliz! -se rió y se secó con un pañuelo, pero cada vez las gotas cristalinas volvían a discurrir por sus mejillas.
Al final, la joven recobró la calma para luego, haciendo caso de la voz de la conciencia, decirse:
-¡Mi institutriz nunca lo aprobaría, y nunca podré decírselo!
Palideció como si toda la sangre de sus venas se hubiera helado y sus ojos fueran dos cuentas de cristal verde. Oyó pasos en el pasillo y, asustada, se sentó frente al clavecín y llevó los dedos a las teclas. Me caí de su mano, con mi flor, sobre una tecla blanca.
Se abrió la puerta y entró una mujer alta y de porte distinguido, con la pajiza cabellera recogida en un moño. Su cabeza erguida, su inquisitiva mirada, su cerrada expresión... todo denotaba inflexibilidad. En sus patas de gallo, la experiencia había escrito valiosas lecciones.
Miré angustiada cómo saludaba a su protegida. Los ojos de la institutriz se habían acostumbrado a no llorar. Su expresión permaneció inmutable, mientras observaba los rasgos de la jovencita como si leyera un libro abierto.
-Margareta, estás llorando. ¡Se ha marchado y le quieres! -La pobrecita no se atrevía a desvelar su secreto, pero ¿podría negarlo? Así que respondió con lágrimas. La institutriz se dirigió a Margareta con una voz más dulce:
-Ésta puede ser la primera dura prueba de tu vida. Si quieres sobrevivir, debes de luchar contra tu corazón. ¡Le has de olvidar!
El corazón de la joven estaba dividido:
-¿Olvidarle yo? ¡Nunca jamás!
-Margareta, ¿qué adversidad no se debe superar? ¿Qué no se ha de olvidar?
La chica peliverde negó con la cabeza: el sentimiento que había despertado en ella era demasiado poderoso como para ser socavado por cuarenta largos años de experiencia.
-¿Te lo dijo antes de irse, Margareta?
-No me dijo nada, pero lo supe al ver su última mirada, al sentir la presión de su mano, al entregarme éstas flores.- respondió mostrando sus nomeolvides.
-¡Nomeolvides! -la institutriz tomó asiento en el sillón con la mirada fija en las flores... pero su expresión se relajó, algo se conmovía dentro de su pecho, sus pensamientos la llevaron hacia un pasado distante. Margareta la miraba fijamente, en parte sorprendida y en parte asustada. Nunca la había visto así, y esperaba que dictara sentencia.
-Margareta, ve al cajón de la consola y tráeme el pequeño guardapelo plateado. -Ella obedeció para ver a su interlocutora abrir el colgante y revelar en su interior una florecilla de nomeolvides marchita.
-¡Le quieres... y eres feliz!- y las lágrimas brotaron de sus ojos y cayeron sobre la flor marchita de su mano.
La joven nunca había visto a su institutriz llorar. Era como si se hubiera derretido la barrera de hielo que le retenía el corazón. Se postró y, sorprendida al descubrir el secreto, exclamó:
-¡Has amado, Linnéa! ¡Has amado tú también!
Y Linnéa la abrazó y la besó:
-Él te tendrá, Margareta. ¡Tú serás feliz!
Margareta abrazó a su institutriz y caí de su mano. Al final, Linnéa cerró el guardapelo y lo dejó de nuevo en su lugar. Yo me marchité, olvidada, en el suelo.

Porque el amor no quiere recordatorios.

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