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jueves, 13 de mayo de 2021

LA LLUVIA Y LAS PLANTAS, Y OTROS CUENTOS

 LA LLUVIA Y LAS PLANTAS


Caía la lluvia. Zarandeaba el viento las ramas de los árboles. La niña, cansada de su encierro, habló a la lluvia desde la ventana de su habitación:
Lluvia, mala amiga, ¿por qué caes? Me tienes presa en casa. ¡Cesa ya de una vez! ¡Quiero ir a jugar!
La voz cantarina de la lluvia replicó:
Las plantas, amiguita, tienen sed. Si agua no les doy, ni flores ni frutos darán después.

(Anónimo - Febrero, día 9; 365 cuentos de Susaeta)



SERENATA A UNA GATITA ASOMADA A LA VENTANA...

Micifuza está acatarrada. Su mamá le ha prohibido salir al jardín. Micifuza bosteza. Micifuza se aburre. A Micifuza se le hace interminable el tiempo. Micifuza no hace más que tosiquear. Micifuza lloriquea. Micifuza se acerca a la ventana del salón y aplasta su hocico contra el cristal...
Fuera, en la plaza del pueblo, los transeúntes van y vienen, se afanan, se cruzan en la calle, se saludan, intercambian unas palabras, sonríen, gesticulan, menean la cabeza, se separan, continúan su camino...
Micifuza lanza un gran suspiro. Micifuza se considera desgraciada. Micifuza dice para sí: "nadie piensa en mí..." Micifuza se siente muy enferma. ¡Pobre Micifuza! Pero sigue apegada a la ventana... no tiene otra cosa que hacer...
De pronto ve, justo delante de su casa, a un personaje extravagante, que se ha detenido y la mira. ¡Sí, la mira a ella, a Micifuza! Es una ardilla, vestida con una larga capa bordada, envuelto el cuello en insólitos collares de flores; bajo las patas delanteras tiene un estuche de guitarra. ¡Sí, la está mirando!
La gatita le hace una señal. Entonces la ardilla comienza una extravagante pantomima; saca su guitarra, la templa, se pone a tocar una melodía y entona una larga canción. Marca el compás con la cabeza; las flores de los collares laten al unísono. ¡Qué cómico resulta todo!
¡Detrás del cristal, Micifuza no oye nada, pero se divierte enormemente! ¡Sí, Micifuza está encantada! Micifuza ronronea de placer. ¡Micifuza aplaude! Micifuza palmotea de alegría con dos patitas sedosas. Micifuza se siente casi curada... Micifuza grita: "¡Bravo! ¡Muchas gracias, gentil ardilla!"
La ardilla tampoco oye nada, pero está encantada de ver los alegres gestos de la gatita, que parecía tan triste momentos antes... La ardilla deja la guitarra y se pone a hacer una espectacular serie de cabriolas y de piruetas. Después vuelve a coger la guitarra, hace a Micifuza una graciosa reverencia y, agitando su pata, agitando las flores, se aleja lentamente...
La serenata a la gatita asomada a la ventana ha terminado...

Pero Micifuza ya no está triste. Micifuza, solita delante del cristal, inventa saludos y reverencias. Micifuza toca una guitarra imaginaria. Micifuza da saltitos. Micifuza baila. Su mamá no comprende lo que está ocurriendo, ¡peor para ella!, pero se alegra porque el caso es extraordinario: ¡Micifuza ha recuperado la sonrisa!


DOÑA CLUECA, ENFERMERA

¡No reconoceríais a doña Clueca, con su toca de enfermera, su cuello almidonado y su delantal blanco! No os riáis. No es por el Carnaval por lo que se ha vestido así... ¡Es para cuidar mejor a sus siete polluelos! Sí, las cosas van mal: ¡todos a la vez han caído con sarampión!
¡Cuánto trabajo para la gallinita! Va de una cama a otra con su bandeja repleta de píldoras, polvos y tazas de tisana; a unos les da cordial, a otros píldoras...
¡Y tiene que cuidar del fuego! ¡Para que sus pollitos estén bien calientes! ¡Y hay que subir la leña, con lo pesada que es! ¡Y preparar los siete caloríferos!
Y, además, tiene que entretener a sus pequeños con diversos juegos, cantarles canciones infantiles, contarles bonitas historias...
¡Qué preocupaciones! ¡Qué ajetreo! ¡Doña Clueca la enfermera no sabe ya adónde acudir! Si tenéis algún momento libre, id a echarle una mano, que bien os lo agradecerá...


MEDIANOCHE

Es medianoche en el huerto...
El búho
encuentra muy insípido
su guisado.
¡El ruiseñor
entona su serie
de bemoles!
El conejo
juega a deslizarse
en el tomillo.
Es medianoche en el huerto...

LA TEMPORADA DE LAS CEREZAS

Ha llegado la temporada de las cerezas. El gatito se chupa los dedos: en el jardín de su mamá, el cerezo está cubierto de apetitosas bolitas rojas.
Sin pensarlo dos veces, el gatito trepa por el tronco, toma posición en la rama más gruesa y comienza el delicioso paladeo. ¡Pero desde lo alto del observatorio ve de pronto que el cerezo de la vecina parece más cargado de fruto, mejor provisto, y que las cerezas dan la sensación de ser más carnosas!
De nuevo, sin pensarlo dos veces, el gatito desciende del follaje, ¡aupa!, se encarama en el muro que separa los dos jardines, reflexiona unos segundos: "¿qué dirá la vecina?", retuerce la cola, hace unas muecas y decide: "¡Caramba, quien no se arriesga no gana!" y salta al césped del huerto ajeno... ¡Mira a su alrededor, no ve a nadie y se sube rápidamente al magnífico cerezo!
¡Qué festín, allá arriba, al abrigo del follaje! Decididamente, las cerezas de la vecina son mejores que las de su mamá: son más dulces, tienen un aroma especial, un gusto exquisito, sin la menor duda... ¡Nuestro gatito se da un atracón, embadurnándose los bigotes de rojo y salpicando su blusa azul de manchas violeta!
A la vecina, una jirafa de mal genio, que estaba tomando el fresco en la terraza, le llama de pronto la atención una extraña sombra azul que advierte en su cerezo. No tiene necesidad de largos razonamientos para identificar a tan insólito huésped...
Se levanta, atraviesa el jardín en tres zancadas y grita por todo lo alto:
--¡Ah!, ¡¿conque eres tú, granuja, quien me come las cerezas, eres tú el que entra en mi jardín como un ladrón?! ¡Vamos, baja de ahí enseguida! ¡Desciende del árbol, so tuno, o te voy a coger como a una cereza! ¡No me costará ningún esfuerzo, porque ya ves que tengo la misma talla que mi cerezo!
Al encontrarse bruscamente cara a cara con la jirafa, el gatito, que estaba entretenido apaciblemente en colgarse ramos de cerezas en las orejas, casi se queda sin aliento por la sorpresa.
¿Qué hacer? Ha caído en la trampa... Dirige en torno suyo una mirada aterrorizada. Se estremece. Tiembla. Pero, como está poseído de un espíritu aventurero, recobra el dominio de sí mismo y decide, cueste lo que cueste, escapar de la cólera de la jirafa. Para eso no ve más que una solución: hay que lanzarse al vacío, lo más lejos posible. ¡Se encoge para tomar más impulso, y, tras un vigoroso arranque, salta al aire!
...
Mala suerte: una rama lo sujeta por la blusa. ¡Qué pánico el suyo! ¡La jirafa lo va a atrapar! ¡Ahí está! El gatito patalea y se revuelve y gesticula tanto y tanto, que por fin la tela se desgarra y lo deja libre. Entonces, una hábil pirueta en los aires le hace aterrizar en el muro medianero. ¡Ya está salvado! ¡No le queda más que descender a su jardín! ¡Uf!, el gatito ha evitado la azotaina que la jirafa, conociéndola como él la conoce, no hubiera dejado de propinarle...
Por lo demás, oye gritar con cólera:
--Tienes la suerte de que los gatos caen siempre de pie, pero ¡aguarda, aguarda, que me parece que tu mamá va a pedirte cuentas por los jirones de tu blusa!
Que es lo que, en efecto, ocurre, para desgracia de nuestro gatito... Por algunas señales del banquete, por palabras sueltas y medias palabras, mamá Gata llega a conocer bien pronto la historia completa. Y deja a su minino sin postre, lo que, en suma, no era sino un castigo bien leve, ¡pues el gatito se había llevado al coleto, por anticipado, durante toda la tarde, copiosas raciones de cerezas!


HUMOR DE PERROS

¡Micifuza tiene hoy un humor de perros! Su mamá está desesperada...
--¡Micifuza, lávate los dientes!
--¿Para qué?
--¡Micifuza, vístete!
--¿Para qué?
--¡Micifuza, ponte los calcetines al derecho!
--¿Para qué?
--¡Micifuza, deja pasar a los mayores!
--¿Para qué?
--¡Micifuza, no interrumpas a papá!
--¿Para qué?
--¡Micifuza, levanta el codo cuando bebas!
--¿Para qué?
--¡Micifuza, no hables con la boca llena!
--¿Para qué?
--¡Micifuza, vete bien derecha!
--¿Para qué?
--¡Micifuza, vete de la mesa!
--¿Para qué?
--¡¡¡PARA QUE TE QUEDES SIN POSTRE!!!
--...
¡Mamá Gata ha ganado!
¡Esta vez, Micifuza no replica...
...y hace callar --¡ya era hora!-- a su humor de perros!


LA MUÑECA GATONITA

Micifuza viste a Gatonita, su muñeca preferida. Su amiga Siamesa la mira, la envidia y le dice:
--¿Me dejas tu muñeca?
--¡No!
--¿Por qué?
--¡Porque no!
--¡Ah!, bueno, ¡yo comprendo! --dice Siamesa, convencida y nada triste...


CARASSIO COLA-DE-VELO

Vivo en una casa de cristal,
doy vueltas y más vueltas en mi bocal,
mi color es de ópalo,
mis aletas parecen pétalos.
Como veis, no soy nada trivial,
y mi nombre es bien teatral:
¡me llamo Carassio Cola-de-Velo!


LA ABUELITA RASCACIA

¡Doña Rascacia es desde hoy abuela! ¡Su hija ha traído al mundo una docena de minúsculos rascacios rosas! Cangrejo, el telegrafista, ha venido hace unos instantes a anunciarle la fausta noticia.
La abuelita se apresura a ponerse en camino para admirar a los pececillos. Lleva en su maleta regalos para los recién nacidos: doce albornoces tejidos con las hierbas marinas más suaves y doce sonajeros de concha nacarada; para su hija, ha elegido un magnífico ramo de anémonas escarlata.
Nuestra buena Rascacia se da toda la prisa que pueda: nada con rapidez a lo largo de una ancha avenida de coral, se mete en una calle tranquila, bordeada de esponjas y de helechos, y por fin se detiene delante de una acogedora casita, excavada en una roca blanca. Siempre con la misma rapidez, doña Rascacia entra, abraza a su hija, la felicita, le da su ramo de "flores", luego se precipita en torno a las doce cunas, que son doce cascarones, adornados de cortinillas de finas algas, y durante largo tiempo se extasía contemplando a sus nietecitos:
--¡Qué preciosos! ¡Qué encantadores! ¡Esta pequeña nadadora es guapísima! ¡Mira, ese se parece a su papá! ¡Y aquel es el vivo retrato del hermano de su bisabuelo! ¡Qué monísimos! ¡Qué vivarachos! ¡Son los bebés más bonitos de todo el Mediterráneo!
Ni que decir tiene que nadie la contradice. En verdad, viendo a papá Rascacio, que contempla feliz a sus retoños, a la mamá, que sonríe detrás de su ramo de "flores", y a la abuela, que perora con animación, ¡no se sabe quién es el que está más encantado, más dichoso, y, sobre todo, sí, sobre todo, más orgulloso!...
Y al marcharse, vaciada la maleta, nuestra Rascacia repite, la trigésimasexta vez por lo menos:
--¡Qué contenta estoy! ¡Ah! ¡Qué contenta estoy de ser abuela!



POLLITOS Y PATITOS

Son las ocho de la mañana.
La gallina color café con leche, muy orgullosa de su nueva pollada, cobija con una tierna mirada a sus ocho crías de semblantes vivarachos y de piquitos puntiagudos.
La pata color chocolate, muy ufana con sus ocho patitos, se extasía contemplando sin cesar sus caritas risueñas y sus ojos picaruelos.
***
Mediodía.
La gallina y la pata, cada una por su lado, llevan de paseo a sus bebés de plumas.
La gallina color café con leche se pavonea, porque sus ocho polluelos tienen un bonito andar, ligero, gracioso, decidido, bien derecho y acompasado. Observa con aire de superioridad a los pobres patitos, que pasan las mayores fatigas del mundo para sostener sus patitas y más aún para dar algunos pasos: ¡dan traspiés, zigzaguean, basculan hacia adelante, patinan hacia atrás, se tambalean, tropiezan con cada piedra!
Y la gallina cacarea:
--¡Ah! ¡Qué desmañados!
***
Son las cinco de la tarde.
La gallina y la pata, seguidas de sus graciosos retoños, se encuentran por casualidad cerca de la charca. Una y otra han venido a disfrutar del aire de la tarde en la orilla del agua. De pronto, la pata color chocolate, con un alegre ¡cua, cua!, se lanza, la primera, a la charca. Bajo las miradas de asombro de la gallina color café con leche, los ocho patitos, que van detrás de su mamá, gritan ¡cua, cua!, y todos ellos ejecutan una perfecta zambullida. Después, en fila india, nadan como campeones entre los cañaverales. Se lanzan hacia adelante, dan la vuelta y giran con agilidad, y rivalizan en velocidad con su mamá. ¡La pata no puede ocultar su placer de ver tan espabilados a sus queridos pequeñuelos! En cuanto a la gallina, no se atreve a decir nada: las proezas de los ágiles patitos han hecho bajar inmediatamente su cacareo, y ella lamenta haberse apresurado al tratarles de desmañados... Sus ocho pollitos admiran sin reserva a los jóvenes bañistas: comprenden muy bien que jamás se atreverán a poner ni siquiera la punta de sus patas en el agua...
***
Son las ocho de la noche.
La gallina color café con leche y la pata color chocolate velan el sueño de sus polladas; las dos mamás están serenadas...
"Es cierto --se dice la gallina-- mis pequeños no saben nadar, pero por lo menos andan a la perfección. Así que mis polluelos y los patitos están iguales..."
"Ya veo --se dice la pata-- que mis pequeños andan muy mal, pero la verdad es que nadan y bucean a las mil maravillas. Y, después de todo, cada cual tiene su especialidad..."


LA CONEJINA PATINA...

Ha helado mucho por la noche. La charca está cubierta por una gruesa capa de hielo.
Arrebujada en su esclavina, la conejina patina...
Su mamá le ha dicho:
--¡No estés mucho rato! ¡Hace mucho frío, te vas a helar!
Arrebujada en su esclavina, la conejina patina...
Comienza a nevar. Los copos se arremolinan. Va siendo tarde...
Arrebujada en su esclavina, la conejina patina...
Su mamá la llama:
--¡Entra, está oscureciendo, y además tus hermanos van a terminar pronto el pastel!
Arrebujada en su esclavina, la conejina se quita los patines...
¡...Se quita los patines y se va, corre que te corre, hacia la cocina!

sábado, 18 de enero de 2020

DIEZ DE GIANNI RODARI

Estos son diez microcuentos de Rodari, que una servidora ha adaptado a su manera.


DIÁLOGO DE BESUGOS
–Pon mucha atención –le dice el pez gordo al pezqueñín–. Eso de ahí es un anzuelo. No te lo metas en la boca.
–¿Por qué? –pregunta el pezqueñín.
–Por dos razones –responde el pez gordo–. La primera es que, si te lo tragas, te pescan, te destripan, te rebozan, y te fríen en la freidora. Luego se te comen las personas, con dos hojitas de lechuga iceberg por guarnición y una rodajita de limón.
–¡Arrea! Pues muchísimas gracias. Me has salvado la vida. ¿Y la segunda razón?
–La segunda razón –dice el pez gordo–, es que quiero ser yo el que te coma.

EL TREINTA Y TRES
Conozco a la dueña de un pequeño negocio. No trata ni con azúcar ni con café. No vende ni jabones ni pienso para gatos. Vende sólo el número treinta y tres.
Es una persona muy honrada, vende mercancía genuina y jamás roba al peso: nunca estafaría a los clientes. No es de esos Thénardier que dicen: “Ahí tiene su treinta y tres, señor”, y en cambio a lo mejor es solo un treinta y uno o un veintinueve.
Sus treinta y tres son todos de marca registrada, con garantías, impares al cien por cien, cada uno con sus tres decenas y una unidad, en la que siempre recala el acento.
Sin embargo, el negocio no va precisamente viento en popa. De treinta y tres no hay lo que se diga mucha demanda. Sólo quienes tienen cita con médicos entran en la tiendecilla y compran uno. Pero también están los que compran un treinta y tres de segunda mano en el Rastro. De todos modos, ella no se queja. Podéis mandar a su tienda a una criatura en edad preescolar, o incluso a un gato, con la seguridad de que no la liará.
Es una vendedora honrada. En su modestia, es una piedra angular de la sociedad.

LA POSTAL SIN DIRECCIÓN
Érase una vez una postal sin dirección. Sólo estaba escrito: “RECUER2 Y BESOS”. Y, debajo, la firma: “CHRIS”. Nadie podía decir si el o la tal Chris era un Christopher, un Christian o una Christina; si era un estudiante hípster o un coronel retirado, una vieja solterona cascarrabias o una choni sobrada de maquillaje. O tal vez una espía.
A mucha gente le hubiera gustado recibir al menos uno de aquellos “RECUER2” o de aquellos “BESOS”, al menos el más pequeñito. Pero… ¿cómo fiarse?

BREVE DIÁLOGO
–¿Qué espera de mí la gente?
–Que no esperes nada de ellos, Vicente.

ORNITOLOGÍA
Conozco a un señor amante de las aves. Todas las aves: las de bosque, las palustres, las marinas, las domésticas. Los cuervos, los chotacabras, los colibríes. Los patos, las fochas, los verderones, los faisanes. Las aves europeas y las africanas. Tiene toda una biblioteca sobre aves: tres mil volúmenes, la mayoría encuadernados en cuero.
Le entusiasma instruirse sobre las costumbres de las diferentes especies aviares. Ha aprendido que los cuclillos, a la hora de emigrar de norte a sur, toman la línea España-Marruecos, y, en climas más orientales, la línea Turquía-Siria-Egipto, para cruzar el Mediterráneo: les da mucho miedo sobrevolar la alta mar. La ruta más breve no es siempre la más segura.
Hace años, lustros, décadas, que ese conocido mío estudia las aves. Así, sabe con precisa exactitud cuándo pasan, se pone allí con el rifle al hombro y ¡pim! ¡pam! ¡pum! no falla ni una.

LA CADENA
La cadena se avergonzaba de sí misma. “Vaya”, pensaba, “todos me eluden y tienen mucha razón: la gente ama la libertad y odia las cadenas”.
Pasó alguien por allí, recogió la cadena, se subió a un árbol, ató los dos extremos a una sólida rama e hizo un columpio.
Ahora la cadena sirve para hacer volar por los aires a los niños, y está muy contenta.

EN EL TREN DE CERCANÍAS
En el tren de Valencia a Castellón, conozco a un señor de mediana edad. Llevamos una agradable conversación sobre lo uno y lo otro, y de muchas más cosas. Y llega el momento en que él me dice:
–¿Sabes qué? Yo voy a Moncofa.
–¡Bravo! –aplaudo con admiración–. Ha hecho usted un magnífico complemento de dirección o destino.
De repente, él adopta una expresión severa, adusta, incluso un poco disgustada.
–Mire usted –responde secamente–, hay ciertas cosas que yo se las dejo hacer a los demás.
Y, durante el resto del trayecto, no me dirige la palabra.

UN OTELO BIEN INUSUAL
Nuestra pequeña localidad ha festejado ayer al señor Gustavo Adolfo Etxeagorri, que ha dedicado treinta años de su vida y obra a grabar por sí solo y sin ayudantes la ópera Otelo, del maestro Giuseppe Verdi.
Ha comenzado desde sus años mozos, cantando delante del micrófono de su grabadora el papel de Otelo, seguido del de Yago, seguido del de Desdémona. Uno tras otro, cantó y grabó todos los papeles. También los coros. Como el coro de la hoguera, por ejemplo, tenía que ser de treinta cantantes, lo cantó treinta veces. A continuación, estudió todos los instrumentos, del violín a los timbales, del fagot al clarinete, de la trompeta al cuerno inglés, etcétera, etcétera, etcétera. Grabó todas las partes, una por una, y después las fundió en una cinta común para lograr el efecto de la orquesta sinfónica.
Todo este trabajo lo ha hecho en un sótano insonorizado alquilado con este fin preciso, lejos de su domicilio. A la familia le decía que iba a hacer horas extraordinarias. Y, en cambio, iba a hacer Otelo. Hizo los sonidos de los cañones, los de los caballos, hasta los aplausos al final de las arias más famosas. Para el aplauso que concluye el acto primero, ha aplaudido él solo, durante un minuto, tres mil veces, ya que había decidido que al espectáculo asistirían tres mil personas, de entre las cuales cuatrocientas dieciocho debían gritar “¡Viva!”; ciento veintiuna, “¡Estupendo!”; treinta y seis, “¡O-o-otra! ¡O-o-otra!”; y doce, en cambio, “¡Cenutrios! ¡Que os den morcilla!”
Y ayer, ut supra diximus, cuatro mil personas, agolpadas en el Teatro Principal, han asistido a la primera audición de esta excepcional ópera. Al final, casi todo el público fue unánime en su opinión, estando casi todos de acuerdo en decir: “¡Extraordinario! ¡Si hasta parece un disco!”

DE NUEVO EN EL TREN DE CERCANÍAS
Conozco a otro señor de mediana edad en el tren de Castellón a Valencia. Se ha subido en Nules con seis periódicos bajo el brazo. Empieza a leer.
Primero lee la primera página del primer periódico, seguida de la primera página del segundo periódico, la primera página del tercer periódico, y así hasta la primera página del sexto.
Después pasa a leer la segunda página del primer periódico, la segunda página del segundo periódico, la segunda página del tercer periódico, y así sucesivamente.
Después inicia la lectura de la tercera página del primer periódico, la tercera página del segundo, la tercera página del tercero… con método y diligencia, tomando de vez en cuando unas rápidas notas en el puño derecho de la camisa.
De repente, me asalta un pensamiento espantoso:
“Si todos los periódicos tienen el mismo número de páginas, todo irá como una seda… pero… ¿qué sucederá si un periódico tiene dieciséis páginas, otro tiene veinticuatro, y otro no tiene más de ocho? Al ver que su método es falible, ¿cómo reaccionará este pobre pecador?”
Por fortuna, ese día me bajo en el Cabanyal, y no me da tiempo a asistir a la tragedia.

CON LA O
Una página del diccionario de la RAE que ocupa a menudo mis pensamientos es aquella donde cohabitan en silencio, sin saludarse nunca ni felicitarse las fiestas de guardar, la ORUGA, la ORTIGA, la ORTOGRAFÍA y el ORZUELO.
La cosa no deja de intrigarme. Mientras me imagino a la ORUGA dedicada a zamparse a la ORTIGA para que el ORZUELO crezca libremente, nada perturba mi paz interior. Pero ocurre que el ORZUELO se pone a enseñarle ORTOGRAFÍA a la ORUGA, a la cual, siendo un bichito, le importa incluso menos que un rábano (al menos, los rábanos son comestibles, piensa la ORUGA con su diminuto ganglio cerebral). En ese momento exactamente, pasa por la misma página un pope ORTODOXO. ¿Por quién estará rezando? ¿Por la ORUGA muerta de hambre, por el ORZUELO loco o por todos aquellos que sufren por culpa de la ORTOGRAFÍA? Esta cuestión abre ante mis ojos un verdadero y auténtico abismo, por el fondo del cual –es decir, por el fondo de la página– deambula solitario el sustantivo ORTÓGRAFO. Parece que significa “persona que se ocupa o trata de ortografía”. Pero su sonido es espantoso. Quizás sea una palabra caníbal.

lunes, 14 de mayo de 2018

ANOTHER HOBBIT RIDDLE (ALSO FOUND IN SWEDEN)

This little riddle, similar to that of the Theban Sphinx, has not only been recorded in the Shire of Middle-Earth, but also in Sweden of all places. In fact, I first came upon this one as a kid in a Swedish joke book, NOT in Tolkien's legendarium. Maybe I will include both versions of the riddle in What Little Sandra Read at Twelve...
Again, if you give up... highlight below the riddle to find the answer!

(Hobbit version)

No-legs lay on one-leg,
two-legs sat near on three-legs,
four-legs got some.


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(Swedish version)

No-legs lay on one-leg,
two-legs sat near on three-legs,
four-legs hopped up to two-legs and snatched no-legs.

Then two-legs seized three-legs and frightened four-legs.
And thus, two-legs got his no-legs back,
while four-legs got some of what was left. 

The answer to both riddles:
No-Legs: a fish
One-Leg: a cat perch, or a nightstand table
Two-Legs: a person
Three-Legs: a three-legged stool
Four-Legs: a cat

lunes, 8 de enero de 2018

REACHING FOR THE STARS

Reaching for the Stars
(Anonymous, as all good folktales are)
Once upon a time, a little girl wished with all her heart that she could play with the stars in the night sky. Her parents gave her everything -- dolls and dresses, tin toys and trinkets, cookies and cakes. But the little girl only wanted the stars.
So one day she decided she would find them. She put on her bonniest bonnet and her most beautiful dress, and she set off.
She walked and walked, up steep hills, through forests, across wide lawns, past croquet, lacrosse and polo games, until at long last she reached a mill dam, and she said to the miller, "I'm looking for the stars. Have you seen them?"
"Indeed I have," the miller said. "Every night they shine so brightly I can barely see. I see them in the sky and in the water."
Hearing this, without hesitation the little girl leaped into the water. She began to swim past otters and schools of bright fish, past minnows and boats, but no matter how hard she looked, she did not find the stars.
When she reached a brook, and she called out, "Brook, I am looking for the stars. Have you seen them?"
The brook was bubbling loudly, and as the little girl listened, she began to understand the words: "The stars shine on my bank. Stay here and you'll surely see them."
The little girl paddled about until sunset in a rowboat, then climbed upon the other bank. The night was overcast with clouds, and she saw not a single star. So she wandered on, over hills and into valleys, until at long last she came to a hillock and saw a group of people no bigger than she was. She knew these must be the Fair Folk. They were dancing and singing, and they seemed so happy that she was sure they must know how to find stars.
"Excuse me," she said softly, stepping closer to them. "I'd like to play with the stars. Do you know where I can find them?"
One of the fairies smiled and said, "Of course, the stars shine on our grass at night. Dance with us and maybe one of them will decide to play with you."
So the little girl danced and danced until she was exhausted -- too exhausted to stand. She dropped into the grass and sighed, because she longed for the stars.
"What's wrong?" the Fair Folk asked.
"I walked, and I swam, and I paddled, and I ran, and I danced, and though everybody promised me otherwise, I fear I will never find the stars."
The Fair Folk began to whisper, and their voices were like the wind -- the moment the words were out of their mouths, they blew away. At last one of the female fairies took her hand and said, "Since you have left your home and your mother, you must go on. Walk forward, and you will find Four Feet who will carry you to No Feet, and No Feet will take you to the stairs that have no steps. Climb those and you'll find the stars."
The little girl was overjoyed at this news, and she turned to thank the young woman, but she was dancing again. The Fair Folk waved and said, "If you do not find the stars, you'll find something else ..."
The little girl walked on until she came to a pony tied to a tree. "I'm looking for the stars," she said. "The Fair Folk sent me to you, if you are Four Feet. Carry me to No Feet, please."
The little horse whinnied and said, "With pleasure, I do what the Fair Folk ask."
So she climbed upon his back, and off they rode. They galloped so long that the little girl thought they might never stop. But eventually they reached the edge of a wide blue sea where a long path glistened upon the water.
The great Gold Fish swam to shore. "You must be No Feet," the little girl said. And with this, Four Feet whinnied and turned away, back to where he came from.
The little girl continued, "The Fair Folk sent me to find you so you could take me to the staircase with no steps."
"Climb upon my back then," the Gold Fish said. The little girl settled herself on his back, and off they rushed through the water, along a golden path.
The girl was amazed to see an archway of colors before her, rising from the ocean to the sky.
"Here's your stairway with no steps," the Gold Fish said, "but it isn't made for little girls, I fear."
"Never mind!" the little girl cried with delight. Now she was sure she would reach the stars.
She leaped onto the stairway with no steps, and she began to climb and climb, but the light of the ocean water and the rainbow and the sun blinded her. She slipped and slid, and suddenly she was tumbling down.
She landed with a thud and slowly opened her eyes, realizing she was in her bed, tucked under the covers, surrounded by her dolls and plushies. Through the window she could see the stars twinkling at her, and she began to cry. "I'll never play with the stars," she sobbed, but she understood. She would watch the stars, and she would wish upon them, but she would not possess them.
As she lay safely in bed with her dolls and stuffed animals, she thought over her adventures and began to realize that there are some things that we may not have. And with that pleasant thought, she fell fast asleep.

And of course she reached for the stars... in her dreams, that would fade as soon as she awoke in the morn... but what matters is that she finally reached the stars.

lunes, 17 de julio de 2017

LA ABUELITA RASCACIA


LA ABUELITA RASCACIA

¡Doña Rascacia es desde hoy abuela! ¡Su hija ha traído al mundo una docena de minúsculos rascacios rosas! Cangrejo, el telegrafista, ha venido hace unos instantes a anunciarle la fausta noticia.
La abuelita se apresura a ponerse en camino para admirar a los pececillos. Lleva en su maleta regalos para los recién nacidos: doce albornoces tejidos con las hierbas marinas más suaves y doce sonajeros de concha nacarada; para su hija, ha elegido un magnífico ramo de anémonas escarlata.
Nuestra buena Rascacia se da toda la prisa que pueda: nada con rapidez a lo largo de una ancha avenida de coral, se mete en una calle tranquila, bordeada de esponjas y de helechos, y por fin se detiene delante de una acogedora casita, excavada en una roca blanca. Siempre con la misma rapidez, doña Rascacia entra, abraza a su hija, la felicita, le da su ramo de "flores", luego se precipita en torno a las doce cunas, que son doce cascarones, adornados de cortinillas de finas algas, y durante largo tiempo se extasía contemplando a sus nietecitos:
--¡Qué preciosos! ¡Qué encantadores! ¡Esta pequeña nadadora es guapísima! ¡Mira, ese se parece a su papá! ¡Y aquel es el vivo retrato del hermano de su bisabuelo! ¡Qué monísimos! ¡Qué vivarachos! ¡Son los bebés más bonitos de todo el Mediterráneo!
Ni que decir tiene que nadie la contradice. En verdad, viendo a papá Rascacio, que contempla feliz a sus retoños, a la mamá, que sonríe detrás de su ramo de "flores", y a la abuela, que perora con animación, ¡no se sabe quién es el que está más encantado, más dichoso, y, sobre todo, sí, sobre todo, más orgulloso!...
Y al marcharse, vaciada la maleta, nuestra Rascacia repite, la trigésimasexta vez por lo menos:
--¡Qué contenta estoy! ¡Ah! ¡Qué contenta estoy de ser abuela!

CARASSIO COLA-DE-VELO


CARASSIO COLA-DE-VELO

Vivo en una casa de cristal,
doy vueltas y más vueltas en mi bocal,
mi color es de ópalo,
mis aletas parecen pétalos.
Como veis, no soy nada trivial,
y mi nombre es bien teatral:
¡me llamo Carassio Cola-de-Velo!

lunes, 14 de abril de 2014

GHOTI

Ghoti.
"Ghoti" is an alternate spelling for the word "fish". Thus, "ghoti" is pronounced /fish/, if you consider the following quirks of the English language:
Pronounce "gh" /f/ as in "tough" /taff/.
Pronounce "o" /i/ as in "women" /wimen/.
Pronounce "ti" /sh/ as in "nation" /nayshon/.
The word shall NEVER, no matter the occasion, be pronounced as /goaty/ or anything similar, but solely and merely as /fish/.