LA BUFANDA DE MAMÁ NOEL
En el frío Polo Norte, entre montañas de nieve y luces que bailan en el cielo, vivían Mamá Noel y Papá Noel. En su casita de madera, calentita y llena de risas, Mamá Noel estaba tejiendo. No era una bufanda cualquiera. Era una bufanda especial. De color rojo brillante, suave como una nube, y con pequeños copos de nieve bordados que parecían de verdad. Esta bufanda tenía un secreto mágico: siempre daba calor, incluso en los días más helados. Pero lo más especial era que, cuando alguien la llevaba, sentía su corazón lleno de felicidad. Un buen día, Mamá Noel dejó la bufanda lista sobre una silla junto al fuego. Quería dársela a uno de los duendes ayudantes de Papá Noel, que siempre tenían las manos frías cuando empaquetaban regalos. Pero al volver para buscarla, la bufanda había desaparecido. ¡Oh, no! exclamó Mamá Noel, mirando aquí y allá. Ni rastro de ella. ¿Dónde estará mi bufanda mágica? Muy cerca de la casita, un grupo de niños jugaba en la nieve. Había cinco: Clara, Pedro, Lola, Dani y Sofía. Les encantaba deslizarse por colinas blancas y hacer muñecos de nieve con narices de zanahoria. Pero ese día se encontraron con algo curioso al pie de un árbol: unas pequeñas huellas que llevaban a lo profundo del bosque. Y, justo al lado, un hilo rojo delgado como un espagueti. ¡Mirad! dijo Sofía señalando el hilo. Esto parece de una bufanda. Vamos a seguirlo sugirió Lola emocionada. Podría ser una aventura. Los niños siguieron el hilo, curioso y serpenteante, que se enredaba entre arbustos y troncos helados. El bosque estaba tranquilo. Solo se escuchaba el crujir de la nieve bajo sus botas. ¡Hasta que, de repente, escucharon un estornudo enorme! ¡Atchís! ¡Atchís! venía de detrás de una roca grande y redonda. Al rodearla, los niños se encontraron con un reno pequeño, con el hocico brillante y la carita llena de lágrimas. Sobre su lomo, allí estaba la bufanda roja. El renito miró a los niños con ojos tristes. Lo siento, dijo con voz temblorosa. Tenía mucho frío, y la bufanda estaba ahí… brillar y calentar al mismo tiempo. No pude evitar llevármela. Pero es la bufanda de Mamá Noel, dijo Pedro cruzando los brazos. Ella la hizo para ayudar a los duendes. El renito bajó la cabeza, apenado. Pero antes de que nadie dijera nada más, Clara dio un paso adelante y acarició suavemente al renito. Míralo bien, está helado, señaló Clara. Y si se resfría, no podrá tirar del trineo de Papá Noel. ¡Es verdad!, exclamó Dani. Papá Noel necesita a todos sus renos sanos para repartir los regalos. Entonces podemos ayudarle, sonrió Lola. Vamos a llevarlo a la casita de Mamá Noel. Seguro que nos ayudará a que esté calentito. El renito levantó la cabeza con el hocico tembloroso, y sus ojitos comenzaron a brillar con esperanza. ¿De verdad me ayudaríais?, murmuró. ¡Claro que sí! dijeron todos a coro. El grupo caminó despacito de vuelta a la casita. Dani y Pedro caminaban delante, quitando la nieve para que el renito pudiera avanzar, y Clara y Sofía sujetaban la bufanda para que no se soltara. Lola iba cantando una canción para que todos se sintieran más animados. Cuando llegaron, la Mamá Noel estaba mirando por la ventana, preocupada. Al verlos, con el renito detrás, se llevó las manos al pecho. ¡Ay, pequeño! dijo, arrodillándose para abrazar al renito. Está helado como un témpano. Entrad, entrad todos. Vamos a calentarnos. Dentro, el fuego crujía en la chimenea, y olía a galletas recién hechas. Mamá Noel sirvió chocolate caliente para los niños y les dio una mantita al reno. Mientras les escuchaba contar todo lo sucedido, iba asintiendo con una sonrisa. Sabéis, dijo al final, la bufanda mágica no era solo para los duendes. Está hecha para cualquiera que necesite calor y alegría. Hicisteis bien al ayudar a nuestro amiguito. Eso también es parte de la magia. El renito, ya más cálido y con las fuerzas recuperadas, se rió y movió la cola. ¡Gracias, niños! prometo ser el mejor reno tirando del trineo este año. Cuando llegó la noche, los niños volvieron a sus casas, contentos y con el corazón lleno de amor. El renito se quedó con la bufanda, y Mamá Noel ya había empezado a tejer otra, aún más bonita, para los duendes. La moraleja de esta historia, queridos niños, es que compartir y ayudar a los demás hace que el espíritu navideño cobre vida. Cuando damos lo mejor de nosotros, un poquito de magia llena nuestras vidas y las de quienes nos rodean. Y así, en el frío del Polo Norte, el calor de un gesto amable mantuvo el espíritu de la Navidad vivo y brillante. Ahora, ¿podéis narrar una historia donde tengáis que cuidar de un animalito usando algo mágico que haya en vuestras casas? ¿Qué haríais para ayudarle? |
FELICES FIESTAS A TODES LES LECTORES DE ESTE BLOG!!!
ESTE CUENTO CON SU ILUSTRACIÓN ES NUESTRA FORMA DE FELICITAROS.
OS DESEAMOS LAS MEJORES NAVIDADES, 2025 Y REYES DEL MUNDO.
DE TODO CORAZÓN.