Siete mares
Siete extendidas estelas
de deslumbrante celaje,
donde ondea la energía
y la tensión se deshace.
Siete dorados arpegios
encendieron el semblante
en el tejido cendal
de la espuma volteante.
Siete caminos abiertos
extáticos y vibrantes,
dormidos y, algunas veces,
despiertos como huracanes.
Siete vibrantes sonidos
en sucesión continuante,
los cadenciosos acordes
sostenidos por los mares.
Siete abismos de cristal
envuelven el oleaje,
llegando de lo profundo
la transparencia impalpable.
Siete brillantes matices,
metamorfosis constante,
la conjunción de amalgamas
no puede imitarla nadie.
Siete sentimientos laten
rítmicamente en el aire,
penetrando su sentir
siete veces sus compases.
ROSA HIDALGO-SAAVEDRA.
Las hadas y los tulipanes
Una niña llamada Catrina tenía su propio jardín. Estaba muy orgullosa de todas sus flores y tenía una hermosa plantación de tulipanes que ella misma regaba todos los días y la cuidaba quitando las malas hierbas.
Una noche se despertó por el sonido de un canto dulce y de unos bebés riendo. Miró por la ventana. Los sonidos parecían venir del campo de tulipanes, pero no podía ver nada. A la mañana siguiente, caminaba entre sus flores, pero no había señales de que nadie hubiera estado allí la noche anterior.
A la noche siguiente se despertó de nuevo por el dulce canto y el sonido de los bebés riendo. Se levantó y se acercó suavemente, la luna brillaba en el campo de tulipanes y las flores se balanceaban hacia adelante y hacia atrás. Vio a unas hadas de pie al lado de cada tulipán que cantaban canciones de cuna y mecían cada una a un bebé.
De ese día en adelante, Catrina nunca dejó que nadie tocara sus tulipanes. Crecieron brillantes y florecientes el resto del año. Mucha gente vino a verlos, pero mantuvo guardado siempre el secreto de las hadas de tulipán.
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Las tres hilanderas
Una vez había una chica hermosa, pero tan perezosa que no quería girar el huso. A su madre le daba vergüenza admitir que su hija era perezosa, y le dijo a la reina que la chica hacía girar el huso tan deprisa que no podía permitirse el lujo de comprar suficiente lana para mantenerla ocupada.
La reina, impresionada por este trabajo, se ofreció para llevarse a la niña con ella. Ella le pidió que hilara tres habitaciones llenas de lana. Como recompensa, se casaría con el príncipe. La niña estaba muy triste por el trabajo que le venía, pero tres mujeres de edad avanzada llegaron a ayudarla. Las tres ancianas estaban deformadas: una tenía un pie enorme y muy plano; otra, unos gruesos labios colgando y la tercera, un brazo derecho tan largo que lo arrastraba por el suelo, con los nudillos cubiertos de durezas.
Ellas ayudaron a la niña a cambio de una invitación a su boda y un asiento en la mesa principal, como amigas de la familia. En la boda, el príncipe preguntó acerca de sus deformidades. Le explicaron que las deformaciones eran el resultado de estar muchos años hilando. El príncipe prohibió a su bella novia volver a hilar y ella fue feliz.
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El muchacho y la flor
Hubo una flor que nació mientras todavía era pleno invierno. El viento y la escarcha le dijeron que no debería haber florecido con tanto frío pues se marchitaría. Pero la flor se puso fuerte y fue apreciada por todos. Fue arrancada por una chica, que la metió en una carta y se la dio a su amigo.
El muchacho guardó la carta con la flor en una caja. Pasaron los meses y el chico abrió la caja un día que estaba enfadado, sacó la flor, la arrojó al suelo y rompió la carta en pedazos finos como el confeti. Luego la quemó (la carta) porque la chica que se la había dado había elegido a otros amigos durante el veraneo.
A la mañana siguiente, la criada puso la flor a prensar en un libro, pensando que se había caído accidentalmente. Pasaron los años y la flor permanecía en el libro. Un día fue recogida por alguien.
El libro contenía versos y canciones, y el lector encontró sentido en que la flor hubiera sido colocada en ese libro, ya que el poeta autor de las rimas, como la flor, también había nacido antes de tiempo y le trataban como a un loco. Puso de nuevo la flor en el libro, como marcapáginas, y ésta se sintió muy satisfecha de acabar allí.
HANS CHRISTIAN ANDERSEN.
La reina de las Nieves
Kay y Gerda eran muy buenos amigos. Un día, Kay, mirándose en el espejo, vio que tenía una astilla de la luna en cada uno de sus ojos y otra en el corazón y fue a ver a la reina de las Nieves, que era curandera. Ella le besó cada astilla: un beso para que se quedara dormido, el segundo, para que no sintiera nada y no sufriera, y el tercero, para conseguir que se olvidara de su familia y así llevárselo a su palacio.
Todo el mundo pensó que Kay había muerto. Gerda se escapó de una vieja bruja que quería embrujarla para que se quedara a vivir con ella. En la huida encontró a un cuervo que la llevó al palacio de un príncipe que se parecía a Kay. Él le dio ropa de abrigo y un encendedor de oro.
Gerda se encontró con una niña bandida que le dijo que había visto cómo la reina de las Nieves se llevaba a Kay. Un reno llevó a Gerda al castillo. Ella rezaba a los angelitos para que la ayudaran a entrar en el palacio de la reina. Una vez allí vio a Kay sentado solo en un lago congelado, a los pies de un trono de hielo.
Corrió hacia Kay llorando lágrimas calientes sobre él; el hielo se deshizo y volvió a ser él mismo. Huyeron del castillo de las Nieves y volvieron a su casa.
HANS CHRISTIAN ANDERSEN.
La chica y el conejo
Una madre y una hija vivían en una pequeña casita de campo y tenían una huerta donde crecieron coles y zanahorias. Un día llegó un conejo blanco de ojos rojos y empezó a comerse sus coles, y otros días sus zanahorias, daba mucho miedo pasar cerca de él para ir a cualquier sitio.
La niña corrió hacia el jardín e invitó al conejo a salir. El conejo a su vez invitó a la niña a vivir con él en su madriguera. La chica se negó y el conejo se fue, pero regresaba a la huerta a diario.
Un día, la chica accedió a estar con el conejo. Cuando llegaron a la madriguera, el conejo le preguntó si podía cocinar para una fiesta y se fue a informar a sus amigos y familiares sobre la boda. La chica, que era muy inteligente, utilizó un poco de paja y un poco de ropa e hizo una muñeca, a tamaño real, que se parecía a ella y pintó su cara. Sentó la figura al lado del horno y se fue corriendo a su casa.
Cuando regresó el novio conejo, puso sus patas alrededor de la muñeca de paja, y pensando que era la chica, inclinó la cabeza sobre ella. Al ver que no era la chica, todo el mundo pensó que la había matado. Incluso el novio conejo pensó lo mismo y se escapó.
La madre, su hija y sus coles no se volvieron a preocupar más por ningún conejo.
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La princesa de la Luna
Érase una vez un joven príncipe que fue a la luna. Encontró el Palacio Luz de Luna y se enamoró de la hija de la reina. La hija de la Luna se enamoró también del príncipe. Querían casarse, pero la reina Luna se negó porque eran de mundos diferentes.
Entonces, como un símbolo de despedida, la hija de la Luna regaló un rayo de luz lunar al príncipe. Este volvió a la Tierra, derramó la luz sobre su reino y desee entonces se le conoce como el Reino Lunar.
El príncipe, sin embargo, nunca se casó y cuando creció y ya era un rey adulto le pidió a la hija de la Luna que lo acercara a ella.
La hija de la Luna lo convirtió en una estrella y finalmente estuvieron juntos. La princesa de la Luna y la estrella brillaron juntos en el Reino Lunar.
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La flor de campanillas
Una mañana de invierno, cuando una flor despertó, se sorprendió al ver nieve por todas partes. –¡Oh! me desperté demasiado temprano– pensó. La nieve se derritió y una niña cogió la flor.
Ella escribió una carta y puso la flor en ella. Luego les envió la carta a sus tíos en Australia. Su tío se puso muy feliz al recibir la carta y la flor de campanillas.
Un día, al tío de la niña se le cayó la flor. Su criado, creyendo que se le había caído accidentalmente, la puso en un libro.
Años después, alguien abrió el libro con la flor. El libro contenía versos y canciones escritos por un poeta danés cuya fama fue efímera porque el poeta, igual que la flor, había vivido y muerto antes de tiempo. Esa persona puso de nuevo la flor en el libro.
HANS CHRISTIAN ANDERSEN.
El sueño de Catalina
Un día, Catalina se quedó dormida al lado del río. Cuando se despertó estaba confundida, y pensó que estaba en casa durmiendo y soñando. –Creo que debo estar en mi casa–, pensó. Catalina decidió comprobar si realmente estaba en casa.
Ya era de noche cuando regresó, llamó a la puerta y preguntó si Catalina estaba en casa. Su madre pensó que era una de sus amigas y respondió que Catalina estaba durmiendo en su habitación.
Terminada la conversación, la madre fue a su habitación y descubrió que no estaba, quedándose muy preocupada.
–No, si yo tenía razón–, dijo Catalina. Se alejó y siguió vagando, sin saber que estaba despierta y que su madre estaba esperando que regresara a su casa.
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