LA LLUVIA Y LAS PLANTAS
Caía la lluvia. Zarandeaba el viento las ramas de los árboles. La niña, cansada de su encierro, habló a la lluvia desde la ventana de su habitación:
—Lluvia, mala amiga, ¿por qué caes? Me tienes presa en casa. ¡Cesa ya de una vez! ¡Quiero ir a jugar!
La voz cantarina de la lluvia replicó:
—Las plantas, amiguita, tienen sed. Si agua no les doy, ni flores ni frutos darán después.
(Anónimo - Febrero, día 9; 365 cuentos de Susaeta)
SERENATA A UNA GATITA ASOMADA A LA VENTANA...
Micifuza está acatarrada. Su mamá le ha prohibido salir al jardín. Micifuza bosteza. Micifuza se aburre. A Micifuza se le hace interminable el tiempo. Micifuza no hace más que tosiquear. Micifuza lloriquea. Micifuza se acerca a la ventana del salón y aplasta su hocico contra el cristal...
Fuera, en la plaza del pueblo, los transeúntes van y vienen, se afanan, se cruzan en la calle, se saludan, intercambian unas palabras, sonríen, gesticulan, menean la cabeza, se separan, continúan su camino...
Micifuza lanza un gran suspiro. Micifuza se considera desgraciada. Micifuza dice para sí: "nadie piensa en mí..." Micifuza se siente muy enferma. ¡Pobre Micifuza! Pero sigue apegada a la ventana... no tiene otra cosa que hacer...
De pronto ve, justo delante de su casa, a un personaje extravagante, que se ha detenido y la mira. ¡Sí, la mira a ella, a Micifuza! Es una ardilla, vestida con una larga capa bordada, envuelto el cuello en insólitos collares de flores; bajo las patas delanteras tiene un estuche de guitarra. ¡Sí, la está mirando!
La gatita le hace una señal. Entonces la ardilla comienza una extravagante pantomima; saca su guitarra, la templa, se pone a tocar una melodía y entona una larga canción. Marca el compás con la cabeza; las flores de los collares laten al unísono. ¡Qué cómico resulta todo!
¡Detrás del cristal, Micifuza no oye nada, pero se divierte enormemente! ¡Sí, Micifuza está encantada! Micifuza ronronea de placer. ¡Micifuza aplaude! Micifuza palmotea de alegría con dos patitas sedosas. Micifuza se siente casi curada... Micifuza grita: "¡Bravo! ¡Muchas gracias, gentil ardilla!"
La ardilla tampoco oye nada, pero está encantada de ver los alegres gestos de la gatita, que parecía tan triste momentos antes... La ardilla deja la guitarra y se pone a hacer una espectacular serie de cabriolas y de piruetas. Después vuelve a coger la guitarra, hace a Micifuza una graciosa reverencia y, agitando su pata, agitando las flores, se aleja lentamente...
La serenata a la gatita asomada a la ventana ha terminado...
Pero Micifuza ya no está triste. Micifuza, solita delante del cristal, inventa saludos y reverencias. Micifuza toca una guitarra imaginaria. Micifuza da saltitos. Micifuza baila. Su mamá no comprende lo que está ocurriendo, ¡peor para ella!, pero se alegra porque el caso es extraordinario: ¡Micifuza ha recuperado la sonrisa!
DOÑA CLUECA, ENFERMERA
¡No reconoceríais a doña Clueca, con su toca de enfermera, su cuello almidonado y su delantal blanco! No os riáis. No es por el Carnaval por lo que se ha vestido así... ¡Es para cuidar mejor a sus siete polluelos! Sí, las cosas van mal: ¡todos a la vez han caído con sarampión!
¡Cuánto trabajo para la gallinita! Va de una cama a otra con su bandeja repleta de píldoras, polvos y tazas de tisana; a unos les da cordial, a otros píldoras...
¡Y tiene que cuidar del fuego! ¡Para que sus pollitos estén bien calientes! ¡Y hay que subir la leña, con lo pesada que es! ¡Y preparar los siete caloríferos!
Y, además, tiene que entretener a sus pequeños con diversos juegos, cantarles canciones infantiles, contarles bonitas historias...
¡Qué preocupaciones! ¡Qué ajetreo! ¡Doña Clueca la enfermera no sabe ya adónde acudir! Si tenéis algún momento libre, id a echarle una mano, que bien os lo agradecerá...
MEDIANOCHE
Es medianoche en el huerto...
El búho
encuentra muy insípido
su guisado.
¡El ruiseñor
entona su serie
de bemoles!
El conejo
juega a deslizarse
en el tomillo.
Es medianoche en el huerto...
LA TEMPORADA DE LAS CEREZAS
Ha llegado la temporada de las cerezas. El gatito se chupa los dedos: en el jardín de su mamá, el cerezo está cubierto de apetitosas bolitas rojas.
Sin pensarlo dos veces, el gatito trepa por el tronco, toma posición en la rama más gruesa y comienza el delicioso paladeo. ¡Pero desde lo alto del observatorio ve de pronto que el cerezo de la vecina parece más cargado de fruto, mejor provisto, y que las cerezas dan la sensación de ser más carnosas!
De nuevo, sin pensarlo dos veces, el gatito desciende del follaje, ¡aupa!, se encarama en el muro que separa los dos jardines, reflexiona unos segundos: "¿qué dirá la vecina?", retuerce la cola, hace unas muecas y decide: "¡Caramba, quien no se arriesga no gana!" y salta al césped del huerto ajeno... ¡Mira a su alrededor, no ve a nadie y se sube rápidamente al magnífico cerezo!
¡Qué festín, allá arriba, al abrigo del follaje! Decididamente, las cerezas de la vecina son mejores que las de su mamá: son más dulces, tienen un aroma especial, un gusto exquisito, sin la menor duda... ¡Nuestro gatito se da un atracón, embadurnándose los bigotes de rojo y salpicando su blusa azul de manchas violeta!
A la vecina, una jirafa de mal genio, que estaba tomando el fresco en la terraza, le llama de pronto la atención una extraña sombra azul que advierte en su cerezo. No tiene necesidad de largos razonamientos para identificar a tan insólito huésped...
Se levanta, atraviesa el jardín en tres zancadas y grita por todo lo alto:
--¡Ah!, ¡¿conque eres tú, granuja, quien me come las cerezas, eres tú el que entra en mi jardín como un ladrón?! ¡Vamos, baja de ahí enseguida! ¡Desciende del árbol, so tuno, o te voy a coger como a una cereza! ¡No me costará ningún esfuerzo, porque ya ves que tengo la misma talla que mi cerezo!
Al encontrarse bruscamente cara a cara con la jirafa, el gatito, que estaba entretenido apaciblemente en colgarse ramos de cerezas en las orejas, casi se queda sin aliento por la sorpresa.
¿Qué hacer? Ha caído en la trampa... Dirige en torno suyo una mirada aterrorizada. Se estremece. Tiembla. Pero, como está poseído de un espíritu aventurero, recobra el dominio de sí mismo y decide, cueste lo que cueste, escapar de la cólera de la jirafa. Para eso no ve más que una solución: hay que lanzarse al vacío, lo más lejos posible. ¡Se encoge para tomar más impulso, y, tras un vigoroso arranque, salta al aire!
...
Mala suerte: una rama lo sujeta por la blusa. ¡Qué pánico el suyo! ¡La jirafa lo va a atrapar! ¡Ahí está! El gatito patalea y se revuelve y gesticula tanto y tanto, que por fin la tela se desgarra y lo deja libre. Entonces, una hábil pirueta en los aires le hace aterrizar en el muro medianero. ¡Ya está salvado! ¡No le queda más que descender a su jardín! ¡Uf!, el gatito ha evitado la azotaina que la jirafa, conociéndola como él la conoce, no hubiera dejado de propinarle...
Por lo demás, oye gritar con cólera:
--Tienes la suerte de que los gatos caen siempre de pie, pero ¡aguarda, aguarda, que me parece que tu mamá va a pedirte cuentas por los jirones de tu blusa!
Que es lo que, en efecto, ocurre, para desgracia de nuestro gatito... Por algunas señales del banquete, por palabras sueltas y medias palabras, mamá Gata llega a conocer bien pronto la historia completa. Y deja a su minino sin postre, lo que, en suma, no era sino un castigo bien leve, ¡pues el gatito se había llevado al coleto, por anticipado, durante toda la tarde, copiosas raciones de cerezas!
HUMOR DE PERROS
¡Micifuza tiene hoy un humor de perros! Su mamá está desesperada...
--¡Micifuza, lávate los dientes!
--¿Para qué?
--¡Micifuza, vístete!
--¿Para qué?
--¡Micifuza, ponte los calcetines al derecho!
--¿Para qué?
--¡Micifuza, deja pasar a los mayores!
--¿Para qué?
--¡Micifuza, no interrumpas a papá!
--¿Para qué?
--¡Micifuza, levanta el codo cuando bebas!
--¿Para qué?
--¡Micifuza, no hables con la boca llena!
--¿Para qué?
--¡Micifuza, vete bien derecha!
--¿Para qué?
--¡Micifuza, vete de la mesa!
--¿Para qué?
--¡¡¡PARA QUE TE QUEDES SIN POSTRE!!!
--...
¡Mamá Gata ha ganado!
¡Esta vez, Micifuza no replica...
...y hace callar --¡ya era hora!-- a su humor de perros!
LA MUÑECA GATONITA
Micifuza viste a Gatonita, su muñeca preferida. Su amiga Siamesa la mira, la envidia y le dice:
--¿Me dejas tu muñeca?
--¡No!
--¿Por qué?
--¡Porque no!
--¡Ah!, bueno, ¡yo comprendo! --dice Siamesa, convencida y nada triste...
CARASSIO COLA-DE-VELO
Vivo en una casa de cristal,
doy vueltas y más vueltas en mi bocal,
mi color es de ópalo,
mis aletas parecen pétalos.
Como veis, no soy nada trivial,
y mi nombre es bien teatral:
¡me llamo Carassio Cola-de-Velo!
LA ABUELITA RASCACIA
¡Doña Rascacia es desde hoy abuela! ¡Su hija ha traído al mundo una docena de minúsculos rascacios rosas! Cangrejo, el telegrafista, ha venido hace unos instantes a anunciarle la fausta noticia.
La abuelita se apresura a ponerse en camino para admirar a los pececillos. Lleva en su maleta regalos para los recién nacidos: doce albornoces tejidos con las hierbas marinas más suaves y doce sonajeros de concha nacarada; para su hija, ha elegido un magnífico ramo de anémonas escarlata.
Nuestra buena Rascacia se da toda la prisa que pueda: nada con rapidez a lo largo de una ancha avenida de coral, se mete en una calle tranquila, bordeada de esponjas y de helechos, y por fin se detiene delante de una acogedora casita, excavada en una roca blanca. Siempre con la misma rapidez, doña Rascacia entra, abraza a su hija, la felicita, le da su ramo de "flores", luego se precipita en torno a las doce cunas, que son doce cascarones, adornados de cortinillas de finas algas, y durante largo tiempo se extasía contemplando a sus nietecitos:
--¡Qué preciosos! ¡Qué encantadores! ¡Esta pequeña nadadora es guapísima! ¡Mira, ese se parece a su papá! ¡Y aquel es el vivo retrato del hermano de su bisabuelo! ¡Qué monísimos! ¡Qué vivarachos! ¡Son los bebés más bonitos de todo el Mediterráneo!
Ni que decir tiene que nadie la contradice. En verdad, viendo a papá Rascacio, que contempla feliz a sus retoños, a la mamá, que sonríe detrás de su ramo de "flores", y a la abuela, que perora con animación, ¡no se sabe quién es el que está más encantado, más dichoso, y, sobre todo, sí, sobre todo, más orgulloso!...
Y al marcharse, vaciada la maleta, nuestra Rascacia repite, la trigésimasexta vez por lo menos:
--¡Qué contenta estoy! ¡Ah! ¡Qué contenta estoy de ser abuela!
POLLITOS Y PATITOS
Son las ocho de la mañana.
La gallina color café con leche, muy orgullosa de su nueva pollada, cobija con una tierna mirada a sus ocho crías de semblantes vivarachos y de piquitos puntiagudos.
La pata color chocolate, muy ufana con sus ocho patitos, se extasía contemplando sin cesar sus caritas risueñas y sus ojos picaruelos.
***
Mediodía.
La gallina y la pata, cada una por su lado, llevan de paseo a sus bebés de plumas.
La gallina color café con leche se pavonea, porque sus ocho polluelos tienen un bonito andar, ligero, gracioso, decidido, bien derecho y acompasado. Observa con aire de superioridad a los pobres patitos, que pasan las mayores fatigas del mundo para sostener sus patitas y más aún para dar algunos pasos: ¡dan traspiés, zigzaguean, basculan hacia adelante, patinan hacia atrás, se tambalean, tropiezan con cada piedra!
Y la gallina cacarea:
--¡Ah! ¡Qué desmañados!
***
Son las cinco de la tarde.
La gallina y la pata, seguidas de sus graciosos retoños, se encuentran por casualidad cerca de la charca. Una y otra han venido a disfrutar del aire de la tarde en la orilla del agua. De pronto, la pata color chocolate, con un alegre ¡cua, cua!, se lanza, la primera, a la charca. Bajo las miradas de asombro de la gallina color café con leche, los ocho patitos, que van detrás de su mamá, gritan ¡cua, cua!, y todos ellos ejecutan una perfecta zambullida. Después, en fila india, nadan como campeones entre los cañaverales. Se lanzan hacia adelante, dan la vuelta y giran con agilidad, y rivalizan en velocidad con su mamá. ¡La pata no puede ocultar su placer de ver tan espabilados a sus queridos pequeñuelos! En cuanto a la gallina, no se atreve a decir nada: las proezas de los ágiles patitos han hecho bajar inmediatamente su cacareo, y ella lamenta haberse apresurado al tratarles de desmañados... Sus ocho pollitos admiran sin reserva a los jóvenes bañistas: comprenden muy bien que jamás se atreverán a poner ni siquiera la punta de sus patas en el agua...
***
Son las ocho de la noche.
La gallina color café con leche y la pata color chocolate velan el sueño de sus polladas; las dos mamás están serenadas...
"Es cierto --se dice la gallina-- mis pequeños no saben nadar, pero por lo menos andan a la perfección. Así que mis polluelos y los patitos están iguales..."
"Ya veo --se dice la pata-- que mis pequeños andan muy mal, pero la verdad es que nadan y bucean a las mil maravillas. Y, después de todo, cada cual tiene su especialidad..."
LA CONEJINA PATINA...
Ha helado mucho por la noche. La charca está cubierta por una gruesa capa de hielo.
Arrebujada en su esclavina, la conejina patina...
Su mamá le ha dicho:
--¡No estés mucho rato! ¡Hace mucho frío, te vas a helar!
Arrebujada en su esclavina, la conejina patina...
Comienza a nevar. Los copos se arremolinan. Va siendo tarde...
Arrebujada en su esclavina, la conejina patina...
Su mamá la llama:
--¡Entra, está oscureciendo, y además tus hermanos van a terminar pronto el pastel!
Arrebujada en su esclavina, la conejina se quita los patines...
¡...Se quita los patines y se va, corre que te corre, hacia la cocina!
No hay comentarios:
Publicar un comentario