martes, 6 de marzo de 2018
ESAS HUCHAS DEL DOMUND
En octubre del 98, a los seis años,
dejé el colegio de las Carmelitas,
como en este blog os he explicado.
Os he hablado de monjas vampiras
y apóstoles con cara de Mars Attacks,
pero eso no es todo lo que había que decir
sobre el Colegio Católico de los Horrores.
También estaban esas huchas del Domund
de cerámica valenciana,
que representaban cabezas de niños
asiáticos o subsaharianos (pero nunca europeos),
sumamente realistas, incluso
a tamaño real:
Y se me erizaba la piel.
Pensaba en niños de otras etnias,
víctimas de la guerra y/o trabajadores forzados,
a los que, después de muertos,
les cortaban la cabeza
y luego enviaban esas cabezas a España
para hacer las huchas de marras.
Aún se me eriza la piel
al mirar estas fotos que he colgado en el blog.
Al menos el vello de la nuca.
Me viene la taquicardia, escalofríos...
Por aquel entonces,
me encantaba leer y colorear
mis cuadernos de Pilarín Bayés
destinados a recaudar para Manos Unidas:
"Rasoa sueña", "Sianúa Corazón Alegre"...
Eran conmovedores, bellamente ilustrados
y por una buena causa.
De hecho, aquel otoño llegué a temer
que tuviera entre mis manitas de nieve
la cabecita de Rasoa o la de Sianúa
(o alguna modelada con la suya como molde).
Era algo visceral.
Me sentía exactamente como Hamlet
cuando asía el cráneo de Yorick y le recordaba.
O como esta Pandora de Alma Tadema, dudando de si destapar la caja.
Hoy en día, esas huchas no sólo me dan miedo
por ser cabezas tan realistas,
sino también por la grima que provoca el racismo.
Miedo, ira, e invitemos al asco a la fiesta.
De paso.
En alguna que otra ensoñación,
rompo huchas del Domund a diestro y siniestro,
estrellándolas contra el suelo.
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