miércoles, 6 de septiembre de 2023

CUENTOS CONTRA LA FRUSTRACIÓN

 

No pides que los hechos sucedan como quieras, pero quiere que los hechos sucedan como hacen, y hallarás la paz.
Epicteto, filósofo estoico

El cuento que no quería escribirse. Un cuento contra la frustración



Un bonito cuento que habla sobre qué hacer cuando algo no sale como nosotros esperábamos





A menudo la gente se empeña en que las cosas sean como las han imaginado, y cuando no lo son les da una pataleta, y no ven alternativas. El cuento que no quería escribirse es la historia de una niña que quería escribir un cuento pero no podía. ¿Qué pasará al final?, ¿podrá tener su cuento? Te contamos este cuento contra la frustración.      



Cuento sobre la frustración - El cuento que no quería escribirse


El papel estaba en blanco. Savannah debía escribir un cuento para su clase de Lengua, pero el lápiz no se dejaba agarrar. Este bailaba sobre la mesa junto a las pinturas de colores. Era tal la fiesta que al color amarillo le dio un ataque de risa y acabó caído en el suelo. A la pequeña niña no le quedó más remedio que unirse al baile. Cuando sonaba un vals, Savannah consiguió engañar al lápiz y al fin pudo dominarlo.

Sobre el papel escribió 'Érase una vez', pero las letras desaparecían al instante. Probó entonces con 'Había una vez' y el resultado fue el mismo. Savannah lo intentó de muchas maneras y para ello no dejó fórmula sin probar: 'En un lugar muy lejano', 'En el antiguo reino'? pero nada funcionaba.

Como no se daba por vencida decidió empezar el cuento por el final. Y así, con mucho cuidado y bien despacito, escribió 'Colorín colorado, este cuento se ha acabado'. Apenas duraron unos minutos las palabras en el papel. Estas acabaron estallando en unos coloridos fuegos artificiales.

Savannah no estaba consiguiendo escribir su cuento, pero tenía que reconocer que se lo estaba pasando muy bien. La mesa de estudio parecía el escenario de un gran espectáculo. Así que decidió dejarse llevar y unirse a la fiesta. Jugó con todas las pinturas, cantó con el lápiz e hizo un vestido para su muñeca con los papeles.

Al día siguiente, entró en la clase de Lengua con la cabeza bien alta. Aunque no llevaba el cuento escrito como el resto de sus compañeros no estaba preocupada. Había aprendido que a veces aunque se intentan hacer bien las cosas estas no salen como las habíamos pensado. Lo importante era haberlo intentado y haber buscado una solución alternativa. Así, cuando la profesora le pidió su cuento, Savannah le explicó los problemas que había tenido para escribirlo. Sin embargo, su cuento estaba en su cabeza y acudió a la tradición oral para narrarlo en voz alta a sus amigos.


La fiesta de cumpleaños


Martina espera la llegada de su cumpleaños todos los años con gran entusiasmo. Es una cita imprescindible en su calendario, porque significa que habrá una gran fiesta con amigos, familia, comida deliciosa y por supuesto, regalos.

Así que Martina cuenta los días para la esperada celebración; todo está preparado, pensado y organizado. Pero cuando llega el día de su fiesta, lo único que Martina no ha podido prever... es que llueve y tendrán que quedarse en casa en lugar de ir al parque.

A partir de ahí todo empieza a ir mal. La mala suerte parece haberse empeñado en que Martina no pueda celebrar el cumpleaños que tanto deseaba y nada sale como ella esperaba. Sus tíos no pueden venir, la tarta se cae al suelo y el hámster se escapa por el suelo del comedor haciendo que los invitados lancen los regalos por los aires...y Martina acaba encerrada en su habitación, llorando.

Martina no se puede creer que aquello le esté pasando a ella; es injusto que una niña no pueda celebrar su cumpleaños. Por suerte, su madre ve las cosas de otra manera. A pesar de todos los imprevistos, su madre parece feliz de poder celebrar ese día con la gente que quiere. Después de ese día, Martina aprenderá la importancia de tolerar la frustración, no darle demasiada importancia a las cosas que no salen como nos gustaría y sobre todo, a disfrutar del momento. 

LA FIESTA DE CUMPLEAÑOS

Uno, dos, tres, cuatro... y así hasta veintiséis eran los días que Martina contó en el calendario para llegar a 
la fecha que hacía meses había señalado en rojo: el día de su cumpleaños.
Martina esperaba ese día desde el mismo instante en que soplaba las velas del cumpleaños anterior y se 
pasaba todo el año imaginando como sería su próxima fiesta. Quienes serían los invitados, qué camiseta se 
pondría, como debía ser el pastel, e incluso qué regalos le tenían que regalar.

Martina lo imaginaba todo porque quería que las cosas salieran exactamente como las planeaba. No le 
gustaban los contratiempos y estaba convencida de que era mucho mejor tener bien claro cómo debía ser 
algo para que todo saliera perfecto. Así pues, Martina siempre sabía con quién se sentaría en el autocar si 
iban de excursión, qué pijama se pondría si iba a dormir a casa de un amigo, o incluso qué merienda comería 
cuando llegara a casa después del colegio.
Le gustaba que las cosas pasaran tal y como las imaginaba y ahora solo le quedaban veintiséis días para 
acabar de decidir que el pastel tenía que ser de tres pisos y con mermelada de anís, los regalos debían 
empezar por la letra C , y quería exactamente dieciocho invitados, ni uno más ni uno menos. Martina ya lo 
tenía todo organizado y tan solo le quedaba esperar el gran día, 14, 15, 16... 24, 25... y por fin el día 
señalado. ¡El día de su cumpleaños!
—¡¡¡¡Mamá!!!! ¡Llueve! — Exclamó Martina cuando abrió los ojos y vio el agua chorreando al otro lado de la 
ventana.
— Me parece que no podremos salir al parque, tendremos que hacer la fiesta en casa. — Dijo su madre. —
Pero seguro que también nos divertiremos.
¡Pero qué dices! ¿Qué tenía de divertido celebrar una fiesta en el comedor? Pensó Martina. Y un nubarrón de 
mal humor se le instaló en el vientre.

—¡No quiero! —Gritó Martina. —Será un desastre.
Pero por suerte, a los invitados no les dio miedo la lluvia y a medida que iban llegando, a Martina no le 
quedó más remedio que salir de su habitación a saludar. Estaban los abuelos, la tía, las amigas y los amigos, e 
incluso una señora que no conocía de nada pero que insistía en que era una amiga de la familia que hacía 
años se fue a vivir al extranjero. Pero por más que el comedor se veía lleno de gente, Martina se dio cuenta 
de que solo había 17 invitados.
—¿Dónde están los tíos? —Preguntó.
—Han tenido que ir al hospital, parece que hoy nacerá tu prima. — Dijo 
contento su padre.
—¿¿¿Y no vendrán a mi fiesta??? —Exclamó enfurecida Martina.
Pero era evidente que no y la nube en el vientre de Martina aún creció más.
Ni parque, ni tíos, ¿qué más podía salir mal?
—¡Cuidado que llevo el pastel! —Gritó su padre. Y por la puerta del comedor apareció el hombre con un 
precioso pastel de tres pisos, que intentaba llegar a la mesa esquivando invitados. A punto estuvo de 
conseguirlo sino fuera porque la señora aquella que Martina no había invitado estornudó, y del susto la 
abuela hizo un bote que dio un golpe en el brazo de su padre, que se desequilibró y terminó tirando el pastel 
sobre la mesa.
—¡Eso es un desastre! —Gritó Martina. Y por más que su padre y el resto de invitados reían contentos y 
divertidos, Martina ya no lo soportó más y corrió a encerrarse en su habitación.
—Martina ... —Susurró su abuelo desde el otro lado de la puerta. —Ven que te perderás los regalos.
Y Martina, a pesar de sentir como aquella nube oscura le subía por el pecho, decidió hacer de tripas corazón 
y volver de nuevo al comedor.
Allí le esperaban un montón de paquetes decorados con lazos de colores y Martina abrió uno. Era un Casco 
de astronauta que le pareció muy divertido, después abrió unas Cartas para hacer magia y finalmente una 
Caseta nueva para el hámster. Vaya, parecía que esto de los regalos estaba saliendo bastante bien. Todo el 
mundo había seguido sus indicaciones. Pero cuando quiso buscar el hámster para mostrarle su nuevo hogar, 
el animal se escapó. ¡Vigilad que no lo piséis! -gritó la madre. 
Y hubo quien se subió a una silla y con las prisas tiró una de las bebidas sobre las cartas, otro subió arriba la 
mesa y con los nervios hizo caer el casco que se rompió, y aunque un tercero cogió la caseta nueva y 
persiguió al animal hasta cazarlo, pero por el camino fue pisando todos los paquetes para abrir y quedaron 
bien aplastados.
Martina no se podía creer lo que estaba pasando y cuando vio el comedor lleno de invitados ensartados allí 
donde podían, los regalos rotos, el pastel aplastado y un charco de bebida pegajosa esparcida por el suelo, 
sintió como la nube que hasta ahora aguantaba en el pecho, le subía por la garganta y se le escapaba por los 
ojos con un llanto descontrolado.
Este no era en absoluto el cumpleaños que ella había imaginado. Y triste y enfadada volvió a encerrarse en 
su habitación.
Ya no tenía ganas de empezar a contar los días para la próxima fiesta. Ya no quería preparar nada porque 
nada salía como ella quería. Todo era un desastre y ni siquiera quiso contestar cuando su amiga Lia se acercó 
al otro lado de la puerta para decirle que aquella había sido la fiesta de cumpleaños más divertida del 
mundo. Tampoco respondió cuando Pedro y Biel exclamaron contentos que querían que Martina les ayudara 
a preparar sus fiestas si debían ser como aquella y aún oyó a la señora que venía del extranjero 
lamentándose por no haber asistido a ningún otro aniversario tan fantástico como aquel.
¿Cómo podía ser que todo el mundo se lo estuviera pasando bien menos ella?
— En la vida tienes que aprender a divertirte con lo que tienes. – Dijo su madre que había entrado en la
habitación y parecía que le leía los pensamientos. – Si las cosas siempre fueran como las imaginas, la vida
sería muy aburrida. Y nunca podrían pasar cosas nuevas ni podrías descubrir nada diferente que no tenías
previsto.
El nubarrón de Martina parecía que poco a poco se hacía más pequeño. Ya no lloraba pero todavía le
quemaba un poco el pecho.
Pero mamá, yo quería que mi fiesta de cumpleaños fuera perfecta.
— Y lo ha sido. — Dijo su madre sonriente — Ha sido
perfectamente divertida y sorprendente.

De repente Martina se dio cuenta de que sí había sido divertido lo del pastel, e incluso reconoció que ver al 
abuelo subido a una silla le había hecho gracia. Oír el acento de la señora extranjera era muy divertido... Pero 
entonces el timbre de la puerta le detuvo los pensamientos. ¿Quién será ahora? Pensó. Y poco imaginó que 
al abrir la puerta encontraría a los tíos de Reus con un pequeño bebé en brazos que venían a felicitarla.
— ¡Qué bonita es! — Dijo Martina emocionada.
Y cogiendo a su nueva prima se dio cuenta de que nunca en la vida habría podido imaginar algo semejante. 
Qué suerte que en lugar de diecisiete invitados hubieran acabado siendo veinte. Qué suerte que a veces la 
vida no es como uno la imagina.

Fin.

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LA NIÑA QUE QUERÍA SU FIESTA

Lisette y su mamá preparan su fiesta de cumpleaños número 7. Será una fiesta muy bonita y habrá muchos invitados. Algo sucede de imprevisto que dirigirá las cosas de manera sorprendente...


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Disappointment is a Wave / La decepción es una ola (en inglés):





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Y, ahora, un poema:

Con sarcasmo e ironía, el poeta británico victoriano A.E. (Alfred Edward) Housman nos aconseja prepararnos para un mundo que puede contener “mucho bien, pero aún mucho más mal”. Las soluciones escapistas como la embriaguez ofrecen sólo respuestas falsas e ilusorias. La mejor baza, según Housman, es “entrenarse para lo adverso, no para lo que irá bien”, por ende, armarse contra todas las injusticias que la vida nos brinda. Como modelo nos sugiere a un rey que se hizo inmune a los venenos tomando pequeñas dosis cada día (en la vida real, se puede desarrollar literalmente tolerancia al arsénico, como en El nombre de la rosa o La princesa prometida). Hay algo de cinismo en el poema, pero también hay una buena y dura verdad: hemos de practicar preparándonos para todas las adversidades de la vida.

Para alguien del eneatipo 7, es una dura prueba pero un poema muy sabio y un espejo que nos dice cómo hemos de afrontar los contratiempos: hemos de aprender a “tolerar el arsénico” de las experiencias adversas y de las emociones negativas.

TERENCE, ESTO SON ESTUPIDECES…

de A.E. Housman

Traducción libre de Sandra Dermark

el 9 de junio de MMXXII

“Terence, esto son estupideces:

devoras tus alimentos bastantes veces…

No hay nada raro en ti, está bien claro

por cómo vas tus birras empinando…

Pero… ¡cielos! Compones versos…

¡los más dolorosos del universo!

La vaca, la vieja vaca, está muerta:

descansa bien, la astada tuerta.

¡Pobres diablos! Ahora es nuestra suerte

de escuchar los versos que le dieron muerte.

Hermoso gesto de amistad

a tus colegas con versos matar

de malvada mortal melancolía…

¡Venga, toca algo con garbo y alegría!”

Si es garbo y danza lo que usted prefiere,

hay instrumentos más que el verso alegres…

¿Por qué cultivan lúpulo en el campo?

¿Para qué se fundó La Cruz del Campo?

Nobles de este país destilan licor

más alegre que las Musas y que el petricor.

Birra, hijo, birra es lo que hay que tomar

si te duele o te hace sufrir pensar.

Mira hasta el fondo de la lata

para ver el mundo como no es, papanatas.

Y, créeme, es placentero hasta que pasa:

en el que tiene fin está la guasa.

A la feria un sábado de tarde me marché,

y allí la corbata quién sabe dónde extravié,

y llevé de vuelta a casa, dando botes y brincos,

en mi interior de birra pintas y tercios y quintos,

y el mundo era nada de espinas, todo pétalos de rosa,

y yo era la persona más competente y hermosa,

y en la preciosa y sucia acequia me acosté…

feliz hasta que me desperté…

Entonces vi que el mundo era el mismo de siempre,

y yo la misma persona de siempre,

aunque toda mi ropa

iba de rocío hecha una sopa…

y nada más quedaba en esta vida

que volver a la casilla de salida.

Por esto, ya que en este mundo hay

mucho bien, pero aún más mal,

y, mientras duren el sol y la luna,

casual es la buena, segura la adversa fortuna,

como los sabios a esto enfréntate,

y entrénate para lo adverso, no para lo que irá bien.

Verdad que estos consejos que se ofrecen

no son como la cerveza tan alegres:

del tallo de la experiencia, que marcó mi mano,

los exprimí en un paraje hastiado:

mas son para vosotros: si el sabor es fuerte,

mejor en la hora de la adversa suerte.

Harán bien a la mente y al corazón

cuando la vida no muestre compasión,

y con vosotros trabaré amistad

en cualquier día oscuro, nublado, de tempestad.

Érase en el lejano Oriente un rey

y allí, en los festines, de vida es ley

que los monarcas ingieran, antes de haberlo pensado,

su porción de alimento envenenado.

Él tomó primero un poco, y luego más,

y probó todo lo que le pudiera matar.

Y alegre, sonriendo, experimentado, feliz,

estaba sentado el rey a la hora de los brindis.

Si le ponían arsénico en el vino al escanciar,

temblaban al verle la copa hasta el fondo apurar,

pálidos como sus camisas, mirando fijamente:

su propio veneno había hecho efecto en ellos, era evidente.

Yo reescribo el relato que una vez pude escuchar

y sé que aquel sabio monarca murió de avanzada edad.


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