Por: María Paula Lizarazo Cañón
Al poco tiempo de haberse casado (el Bardo), sorpresivamente nació su primera hija, una niña llamada Susana. A lo largo de su vida matrimonial, visitaba a su esposa y sus tres hijos en Stratford esporádicamente: el teatro en Londres era entonces el dueño del tiempo de William Shakespeare; antes de consagrarse como autor, fue reconocido como gran actor.
Apasionado por los versos, nunca aprendió ni latín ni griego como lo exigía la academia en esos años. De niño, su familia fue perseguida a causa de continuar en la confesión católica en un reino anglicano, siendo que Inglaterra desde ese siglo (XVI) había roto su vínculo con la Iglesia Católica porque el entonces rey, Enrique VIII, sin previa autorización del Papa, anuló su matrimonio con la española Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos, para contraer segundas nupcias con Ana Bolena.
La omnipresencia del amor en las obras de Shakespeare (1564 – 1616) es quizás uno de los reflejos más puros de la omnipresencia del amor en todas las historias de la humanidad. En aquel tiempo, la Reina Virgen de Inglaterra (Isabel I Tudor, hija de Enrique VIII) se las pasaba de baile en baile y de visita en visita, explorando tercamente (para la opinión) las profundas esencias del coqueteo de caricias infértiles. De ella se dice que sufrió de agenesia vaginal, una enfermedad que le impedía consumar el coito.
Los cercanos a la Corona y gran parte de los pueblerinos especulaban sobre la soltería de Isabel I, pues era preocupante el hecho de que nunca llegaría heredero alguno de la corona (y, de hecho, sería la última Tudor). Por contra, hay para quienes la preocupación residía en los clamores silenciosos de que no les pasara un embarazo premarital, es decir, un embarazo sin el precedente del permiso de un sacerdote para amar al amado.
Al parecer, ese absurdo permiso no lo tuvo Desdémona, en “Otelo: el moro de Venecia”, de Shakespeare.
Una noche, Yago y Rodrigo, impulsados por los celos y la envidia de que Otelo escogiera a Cassio como teniente, y el matrimonio que a escondidas habían cometido Otelo y Desdémona (la amada de Rodrigo), deciden llevar a cabo una intriga para acabar con las personas que les han fallado y privado de lo que es suyo por derecho.
En seguida, Otelo partió con sus hombres a una batalla, pero terminaron en un festín. Los celos de Yago y Rodrigo se regaban por dos corrientes. Una era por el cargo de Cassio, la otra por el amor de Desdémona. Entonces, Yago emborrachó a Cassio para provocar así una disputa con Rodrigo, en la que se interpuso Otelo dejando sin cargo a Cassio. Luego, Yago convenció a Cassio de que buscara a Desdémona y le implorara ayuda para recuperar su cargo; así sucedió. Tras oír a su esposa, Otelo naufragaba en un mar de dudas, dado que Yago, en una conspiración, le insinuó que Desdémona y Cassio encubrían amor.
A este punto de la tragedia, un pañuelo simbólico de amantes provocó un sinfín de confusiones y malentendidos, incitando así a la inocencia del hombre con primitiva experiencia a planear dos muertes: la de Desdémona y la de Cassio.
A este punto de la tragedia, un pañuelo simbólico de amantes provocó un sinfín de confusiones y malentendidos, incitando así a la inocencia del hombre con primitiva experiencia a planear dos muertes: la de Desdémona y la de Cassio.
Pero, finalmente, es Yago quien se encarga de Cassio, botando la culpa sobre Rodrigo, quien, antes de refutar esa mentira, es muerto también por Yago. Emilia, esposa de Yago, llama a Desdémona y Otelo para dar cuenta de los muertos; no obstante, se revela a sí misma los sucesos y dice a todos que la infinitud de problemas los ha causado Yago, trayéndole dicha revelación la muerte por cuenta de él.
Otelo no aguantó más la incertidumbre de los celos y dio fin a la vida de Desdémona. Cassio, que no murió por las heridas que le abrió Yago, heredó el cargo de Otelo; los caballeros de Venecia encerraron al moro por haber asesinado a su esposa, pero este no aguantó la separación de su amada y optó por suicidarse antes que por vivir sin ella.
Esta tragedia ocurrida en el Chipre veneciano es una obra en la que Shakespeare intuyó y mostró que los humanos traen la muerte por razones de lo que el ucraniano Wilhelm Reich vendría a llamar peste emocional: una coraza social en la que los comportamientos son mecánicos, represivos y violentos, cultivados en todas las personas, pues se les ha convencido de verdades y valores absolutos, quitándoles la libertad de la autenticidad de ideas propias, sin importar a qué cultura o época pertenecen.
Tres años antes de su muerte, hacia 1613, Shakespeare dejó de escribir y regresó al primer lugar en el que, para suerte de nosotros, respiró este aire que respiramos: Stratford on Avon.
*Edición citada: William Shakespeare. Obras completas. Tomo IV. Editorial Aguilar.
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