ASÍ HABLÓ GONZALO (de El mar y el espejo)
Sandra Dermark, 30 de enero, MMXVIII
La tarde solemne, inmensa y clara,
se cierne sobre nuestra nave,
cuya estela persiste, sin distorsionarse,
sobre el mar y el silencio. Miro
hacia atrás por última vez
mientras el Sol se pone tras la isla
donde se alteraron todos nuestros afectos: sí,
mi predicción se cumplió,
mas no estoy justificado,
sin soberbia estoy llorando.
No es mío el crédito por
las palabras que dije años ha,
cuya alegría traicioné:
las verdades de hoy no deben
nada a aquel consejero
cuya rimbombante elocuencia
trocó la honradez en falsedad.
¿No soy yo Gonzalo, el cual
con reflexión en torno a su ser
hizo del consuelo una ofensa?
No hay nada por explicar:
si en el Absurdo confiara
y, nota a nota, exactamente,
lo que había oído cantara...
aquella instantánea euforia
habría tomado, allí mismo,
al universo por sorpresa.
Todos bailarían la jota
de la autorredención ignota.
Fui yo quien lo había previsto,
celoso de mi antiguo oído,
mío el arte que hacía que el canto
sonara ridículo, de espanto.
Yo, cuya interferencia rompía
el galope en prosa más lenta,
y, especulando, las quimeras
cristalizaba en ideas vacías;
en bromas, las ironías;
hasta ser condenado reo
de duda y de falta de afecto.
Adiós, querida isla de naufragar:
todos hemos recuperado la salud,
todos hemos visto el Bien Común,
y no hay nada que perdonar.
Ya que la decisión de la tempestad
la pasión sujetiva devolvió
a uno inclinado a meditar,
hasta el recuerdo podrá
refugiar de un hostil ambiente,
cual torre en ruinas junto al mar
donde asustados adolescentes
aprendan la fórmula necesaria
para afrontar su mortalidad.
Hasta la carne marchita será
una campana, un cascabel
sobre el que pueda poner el Ya Está
las manos si, en cualquier ocasión,
se sienta inspirado a comunicar:
a quien solo está... "Aquí estoy",
a quien tenso está... "Todo va bien".
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