Ahora que llega agosto y aprieta el caloret, es temporada de helados. ¿Qué mejor que tomar mientras se ven las Perseidas de noche o mientras te secas junto a la piscina? Hoy en día el Magnum Euphoria está en el ajo, con su maridaje de frambuesa, limón y chocolate blanco... pero en los noventa hubo sabores y formas de helado, en particular de Frigo, que muchos millennials recordamos.
Nunca llegué a probar el Frigurón pero me decían que sabía a piña tropical, como el Sugus azul. ¿Quién de vosotros ha probado o visto al menos una piña azul? Este helado llegó de Italia en los ochenta a nuestro país de Sagitario y se fue tan rápido como llegó, a mediados de los noventa, cuando yo hacía preescolar.
Los Solero Shots sí que los recuerdo de todo corazón. Un tarro de plástico que contiene diminutos balines de calippo (por lo general, de lima-limón), y que se toman a chorro como si se bebieran, eso quita la sed y el sofoco que alucinas. Era, en mi opinión, el helado más refrescante de todos.
El Taco Winner se merece un Nobel de los Helados, si es que tal premio existiera. Era un taco de barquillo que estaba lleno de helado de crema con dulce de leche y recubierto de chocolate con cacahuetes. Muy original la publicidad también: un chico en el parque, comiendo un Taco Winner, se transforma en oso polar. Por suerte, esto no sucedía a los consumidores en la vida real.
Procedentes de Australia, los 7 Pecados de Magnum llenaron kioscos y heladerías de Europa el verano de 2003. Antes de ello, Streets (la empresa hermana australiana de Frigo) había soltado una línea de Magnum con temática psicodélica (años sesenta/setenta) con sabores como Cherry Guevara, John Lemmon y, obviamente, un sabor dedicado al alunizaje. La promoción de los 7 Pecados, lanzada en Australia en 2002 (su invierno es nuestro verano) y en Europa el año siguiente, encontró mucha polémica por parte de la Iglesia Católica pero también marcó la juventud de los millennials europeos. El Magnum Soberbia, número uno en Australia, era una versallesca mezcla de champán y perlitas de plata en la cobertura. El Envidia, de pistacho, verde tenía que ser. El Venganza (la ira era algo demasiado suave como para hacer de pecado), de cobertura de chocolate negro luto, relleno de coulis de frutos rojos como la sangre. El Gula, de tres chocolates, era la pesadilla de cualquier persona ortoréxica. Pero el más delicioso en mi opinión era el Lujuria, con cobertura de chocolate rosa con sabor a fresa. Ya eso me parecía innovador y exquisito (ignoraba entonces que las fresas son afrodisiacas), y yo de niña sabía lo que eran seis de los siete pecados y cada vez que les preguntaba a los mayores "¿qué es la lujuria?" me decían "Sandra, eres demasiado joven..." La primera vez que fuimos al kiosco de la esquina (lavandería en la actualidad) para comprarlo, cuando la kiosquera dijo "Vale, un Lujuria..." la abuela materna muy beata que me acompañaba puso el grito en el cielo. Pude tomarme el Magnum Lujuria pero seguía con la mosca detrás de la oreja. Y esta era la misma abuela que había también puesto el grito en el cielo cuando fuimos al Museo y vi el gran cuadro del Prendimiento donde Judas Iscariote parecía besar a Cristo en la boca y pregunté "¿pero, Judas Iscariote era gay?" (Series de anime de chicas mágicas como Sailor Moon o Cardcaptor Sakura me habían acostumbrado a las sexualidades alternativas de pequeña).
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