“The ball is on the table” - “La pelota está sobre la mesa”
A pesar de que presentan sonidos y palabras diferentes, estas dos frases se parecen, y ambas se generalizan en “mentalés”, es decir, en la forma de imágenes mentales, en este caso la siguiente, la misma imagen:
Tanto García Lorca como Einstein afirmaban que sólo “pensaban”, en ningún idioma. En mentalés,
en una estructura semántica sin palabras, podríamos añadir.
El Bardo del Avon ha acuñado muchas frases que han pasado al acervo cultural de diversas lenguas,
sobre todo de la lengua inglesa. Cabe destacar el “ojo de la mente” (mind’s eye) de Hamlet, que aún se emplea en inglés para designar la visualización mental. Al explicar Ángel lo que es el mentalés, lo
primero en que pensé fue en que es básicamente el mismo concepto que el “ojo de la mente”.
Cada lengua vierte el mentalés en palabras a su manera, y sería muy nocivo caer en el error
etnocentrista en general y eurocentrista en particular (¡toda una afrenta al derecho universal a la
igualdad!) de considerar que unas lenguas son superiores a otras.
Existió en la antigua Francia cierto conde de Rivarolles, bastante chovinista, que aseguraba que:
“No es que sea el francés la lengua más lógica de todas, es que es la razón”.
Y huelga decir que el etnocentrismo siempre ha sido dañino.
15 de noviembre
¡Qué aoi era mi valle!
Las lenguas condicionan el esquema lógico porque lo crean.
Existen tres formas de estudiar el cerebro humano de manera no invasiva, y esos tres procedimientos
son los siguientes:
- la resonancia magnética (RM), que utiliza un aparato con forma de túnel, con imanes superconductores y ondas de radio potentes, para observar el interior del cuerpo;
- la tomografía por emisión de positrones (PET: Positron Emission Tomography), técnica en la cual se inyecta un compuesto químico inestable en el sujeto y se lo introduce en un detector de dichas partículas inestables;
- y el electroencefalograma (EEG): para obtener un electroencefalograma, se pegan electrodos a diferentes partes del cuero cabelludo, y, a continuación, se hace pasar corriente eléctrica por el cable.
A pesar de la existencia de dichas técnicas, estamos aún lejos de acceder a cómo piensa la gente.
En mi humilde opinión, la telepatía es una ensoñación, una quimera, tan común a toda la especie humana como la de volar sin alas o la de doblegar la voluntad ajena. De hecho, todas estas quimeras tienen su lugar en la ficción como recurso de cumplimiento de deseos, para evadirse de la cruel realidad. Aun así, no es que no existan obras literarias o audiovisuales que deconstruyan la idea explicando el lado oscuro de la telepatía, el hecho de que sería peor poder leer las mentes ajenas, debido a todos los pensamientos y emociones negativas que proliferan por doquier; sería traumatizante. A mind is a terrible thing to read. Ya Hans Christian Andersen, en “La piedra filosofal”, uno de sus cuentos menos conocidos, nos presenta entre sus personajes a un joven capaz de oír los pensamientos ajenos:
“Habladurías y chismes; testarudas afirmaciones que no valían un comino salían de las lenguas, que tropezaban y se trababan, de tan deprisa como se movían.
Había gente y ruidos, jaleo y estrépito, tanto por dentro como por fuera. ¡Qué locura, Dios mío, qué insoportable barahúnda!
Él apretaba cada vez más los dedos contra los oídos, hasta que se rompió el tímpano, y entonces no oyó ya nada, tampoco lo bello, bueno y verdadero, que a través de su oído debían comunicarse con su pensamiento. Y se quedó desconfiado y silencioso, perdida la fe en todo, especialmente en sí mismo, lo cual es una gran desgracia.
Ya no quería encontrar la poderosa piedra filosofal y llevarla a su casa consigo; renunció a todo, incluso a sí mismo, y esto fue lo peor”.
Porque, en el mundo de “La piedra filosofal” de Andersen, si uno renuncia al mundo y a sí mismo, tal persona deja de existir.
El título y la temática de dicho cuento me remiten a una de las sagas de fantasía que han marcado la adolescencia de mi generación, y, por ende, al tratamiento del tema de la telepatía en dicha saga. J.K. Rowling no sólo incluye en su Potterverso una magia telepática, la llamada legeremencia, sino que también hace aparecer una magia para proteger la propia mente de las incursiones de legerementes, la oclumencia, como contramedida, como respuesta defensiva a un empleo ofensivo de la telepatía. Entre Rowling y Andersen median dos siglos, pero ambas exploraciones de las implicaciones de la telepatía siguen estando tan frescas como el primer día en que se publicaron.
Dejemos a un lado estos temas y hablemos de cómo los diferentes lenguajes verbalizan el mundo de diferentes maneras.
Existe el color “glas” en las lenguas célticas arcaicas (irlandés antiguo, galés antiguo) como término paraguas VERDE+AZUL CLARO.
De hecho, el concepto VERDE en las lenguas europeas modernas corresponde a unos
520–570 nm, pero muchas lenguas arcaicas y/o no europeas toman otras decisiones al respecto, p.ej. empleando un término para el lapso en torno a 450–530 nm ("AZUL/VERDE"). A estas lenguas se les llama “grue languages”, siendo “grue” un portmanteau de “green” y “blue”. Podría hispanizarse el término como “lengua vazul”, empleando un portmanteau de “verde” y “azul”.
En el actual japonés, existe diferencia entre “midori”, VERDE, y “aoi”, AZUL/AZUL CLARO (al menos por lo general: “aoi” también se dice de la fruta que aún no está madura). Pero antes se empleaba “aoi” para en torno a 450–530 nm, siendo el japonés una “lengua vazul”. Por eso la luz de avanzar de los semáforos nipones es a simple vista azul, de un azul verdoso turquesa. Lo que llamamos “luz verde”, “green light” o “feu vert” es para ellos “ao shingo”. Oficialmente es verde, pero es tan azulada como sea posible.
Existen varios tonos de VERDE y AZUL en el espectro luminoso, en torno a 450–530 nm, frente a lenguajes que o emplean el término “glas/aoi” o distinguen entre “green” y “blue”, entre “grün” y “blau”.
En Secundaria y en Bachillerato, hace poco más de un lustro, estudié latín. Y me sorprendió (entre otras muchas peculiaridades) la cantidad de términos que tiene esta lengua muerta para designar diferentes clases de piedras: “saxum”, “lapis”, “petra”, “rupes” y así sucesivamente. Al fin y al cabo, los romanos construyeron su imperio en piedra, por lo que sus vías e infraestructuras han resistido el embate del tiempo hasta nuestros días.
Más familiar es el caso de las incontables palabras para diferentes clases de nieve que tienen los pueblos del Ártico: el sámegiella, la lengua sami (del Ártico escandinavo y ruso) puede llegar a distinguir entre más de cincuenta tipos de nieve diferentes. No hace falta ir tan lejos como a Kiruna, sin embargo: en los Pirineos en esta estación fría, los esquiadores y practicantes de snowboard también tienen un léxico de tipos de nieve por lo menos igual de surtido. Desde l’Horta de València o la Plana de Castelló, donde rara vez hay inviernos blancos, solo hay “nieve” por lo general.
Cuando Ángel era niño y vivía en Alemania, le tocó mucho pasear por los bosques bávaros y saber diferenciar un tilo de un abedul de un chopo, y así sucesivamente. Mis vacaciones en Suecia también me han enseñado que los compatriotas de mi padre conocen los nombres de las especies de todos los árboles, setas y bayas de sus bosques, y yo también he aprendido dichas diferencias. No es que los suecos y los alemanes conozcan más la flora que los pueblos mediterráneos, es que las culturas del norte de Europa están más cercanas a la naturaleza y que, por ende, verbalizan más de estos conceptos.
El signo es, por regla general, arbitrario: significante y significado no tienen nada que ver. Lo cual nos lleva a la pregunta del trillón. Qué fue primero: ¿El huevo o la gallina? ¿El mundo o el lenguaje? Aún se debate sobre la respuesta a esta pregunta.
Lo que sí que queda claro es qué es el proceso de la traducción: recibir en una lengua y emitir en otra.
La percepción NO es verbalización: son longitudes de onda completamente diferentes. Recordemos que nuestra “luz verde” es “ao shingo” en japonés, y que un sueco, a diferencia de un español, seguro que distingue un tilo de un chopo a simple vista.
Si yo muestro una manzana roja en clase, todos captarán lo mismo, pero cada uno verbalizará el estímulo en su lengua materna. Arianna y Federica pensarán en una “mela rossa”, Léo en una “pomme rouge”, y así sucesivamente.
NO hay que fiarse mucho de los estudiosos de las lenguas exóticas; pues podrían transmitir información errónea.
Después de tan amena discusión sobre la verbalización de los conceptos, nuestro profesor pasó a explicarnos los experimentos realizados por Edelman con dafnias isogénicas.
La dafnia o pulga de agua (Daphnia magna) es un crustáceo planctónico de agua dulce. Se reproducen partenogénicamente, de modo que todas las crías hembra de una misma dafnia son clones de su madre y “gemelas idénticas” entre ellas, con el mismo ADN. En el experimento se emplearon dafnias isogénicas (crías/clones de la misma madre y “gemelas” entre ellas), por lo que las sinapsis de las diferentes dafnias empleadas como sujetos son iguales al principio.
Estimulando a las dafnias con luz o alimento, cambia la configuración de sus primitivos sistemas nerviosos: se forman registros primarios.
Reforzando las sinapsis más empleadas, se refuerzan los patrones de conducta, creando registros secundarios (en negrita en la figura).
Los patrones reforzados se asocian unos con otros, formando registros terciarios, demasiado complejos para la dafnia, pero no para el Homo sapiens. Supongamos de nuevo que os presentan una manzana. Percibís y asociáis los siguientes estímulos, todos conectados con el concepto de MANZANA: sólida, lisa, convexa... + roja, satinada, redonda… + recuerdos de experiencias previas, meriendas p.ej., así como ocurrencias ficticias, Blancanieves p. ej.
Si yo muestro dicha manzana roja en clase, a la vista de todos los estudiantes, todos captarán lo mismo, pero cada uno verbalizará el estímulo en su lengua materna. Arianna y Federica pensarán en una “mela rossa”, Léo en una “pomme rouge”, y así sucesivamente.
Para finalizar, Ángel nos explicó la segunda ley de la entropía: sean humanos o dafnias, todos los seres vivos están luchando continuamente, durante todas sus vidas, contra el desorden.
22 de noviembre
Todos somos mucho mejores oyentes que hablantes
En castellano, existe, como sabemos, la condicional lógica, que podemos ilustrar con la oración: “Si llueve, no saldré”. La cual, a su vez, se puede reducir a su mínima expresión como el operador lógico de condicionalidad p→q (p, entonces q; es decir, “si llueve, entonces no saldré”).
En la lengua amerindia shawnee, la frase “APARTO LA RAMA A UN LADO” se traduce como “Ni l’θawa ko-θite”: Ni=YO, l’θawa=REALIZO LA ACCIÓN, ko-PERFIL BIFURCADO.
Me ha llamado la atención que el shawnee posea una clase nominal BIFURCADO “ko-” (lo cual me recordó cuando Ángel mencionó esta distinción en clase a que, en la lengua aborigen australiana dyirbal, existe una clase nominal que engloba las mujeres, el fuego, el agua y los animales peligrosos). Las clases nominales están divididas por fronteras claramente arbitrarias. Y una de las distinciones que existen en más idiomas a la hora de delimitar dichas clases nominales es la de género. Las lenguas finoúgricas carecen de género gramatical, empleando un solo marcador invariable de tercera persona en todas las categorías gramaticales: si, por ejemplo, estás traduciendo del húngaro, hay que prestar atención a la anáfora y a la catáfora en una frase con sujeto elíptico (y aún más en traducciones húngaro-inglés, ya que este último idioma exige el artículo como sujeto al principio de dichas frases) para ver si la referencia es a él o a ella.
Pero las lenguas que, a diferencia del húngaro y otras finoúgricas, tienen géneros gramaticales… también muestran una asignación de géneros que puede llegar a ser bastante arbitraria.
En la mitología nórdica y en las lenguas sueca y alemana, se habla de “la Sol” y “el Luna” (die Sonne und der Mond), una estrella diurna cálida frente a un satélite nocturno frío y distante: rasgo que se demuestra por ejemplo en la personificación del “rostro” formado por los mares del satélite como un Hombre de la Luna (Man in the Moon o Herr Mond). A nosotros los herederos del imperio romano, habituados a Apolo y Diana/Ártemis o a Lorenzo y Catalina, esta forma de “sexar” los astros nos parece tan extraña como la nuestra a los hablantes de lenguas germánicas. De hecho, se han realizado experimentos a propósito del género gramatical, “sexando” manzanas, puentes y otros objetos cuyo género difiere en alemán y en español, poniendo nombre propio a dichos objetos y evocando las connotaciones de los sustantivos comunes correspondientes en uno y otro idioma.
Por ejemplo, se mostraba a hablantes de una lengua y de otra la imagen de un puente, masculino en español y femenino (“die Brücke”) en alemán, y se trabajaba a partir de las connotaciones que surgían ante el objeto en ambos idiomas. De estos estudios surgieron dos resultados:
- Asignándole nombre propio al puente, los hablantes recuerdan mejor ese nombre si concuerda con el género del sustantivo “puente” en su idioma (ej. el puente Andrés, die Brücke Marie).
- Los hispanohablantes tienden a ver los puentes, por regla general, como estables y resistentes, mientras los hablantes de alemán ven en general construcciones elegantes y gráciles.
Huelga decir que, por regla general, los sustantivos comunes que no describen personas (o animales y medios de transporte “sexados”) son neutros (“it”) en inglés y del género neutro o reale (un cuarto género, similar al neutro) en sueco.
Medios de transporte "sexados": Por ejemplo, los barcos, que por lo general transportan pasajeros o mercancías en su interior, suelen ser femeninos, tener nombre de mujer y tratarse de “ella” (“she” en inglés, “hon” en sueco), a no ser que se trate de remolcadores o rompehielos, que reciben nombres y el artículo del sexo masculino, ya que están pensados para labores que requieren fuerza.
Tengamos en cuenta que expresar una idea tan sencilla mediante un enunciado tan simple como “María me ha traído un libro” implica sacar palabras del léxico mental y, a la vez, un esquema sintáctico (S+V+OD).
29 de noviembre
La arroba que es un mono y también un gato
No vemos con los ojos, sino con el cogote. La retina capta una proyección invertida que el nervio óptico transmite al córtex visual, donde la imagen se pone del derecho y se compara con las existentes en una “biblioteca” de imágenes visuales. Estas estructuras del cogote son las que conforman el famoso “ojo de la mente” de Hamlet del que ya he hablado antes.
De la percepción a la cognición, como ya hemos dicho al mostrar las hipérbolas, hay una hipérbola con tino. Una garrapata percibe el calor y el ácido butírico, pero no es consciente de ello. El ser humano, mucho más complejo, es un animal consciente. Conforme voy hablando, lo que yo digo se socializa; antes de eso, es latente, es interno, permanece en mi mente
Regresemos a esas dos hipérbolas que tanto se nos han mostrado. No tienen nada que ver, son cosas muy diferentes, heterogéneas.
Para entender por qué, conviene repasar a un viejo conocido de la UJI, Ferdinand de Saussure, que establece la conocida distinción entre significante y significado. He aquí un ejemplo para que podamos comprenderla:
significante:
/mésa/
significado:
En latín, la palabra (es decir, el significante) equivalente se escribía MENSA y se pronunciaba /ménsa/. La N ha desaparecido del significante en castellano, pero el significado no ha sido afectado en absoluto por este cambio.
Del mismo modo, podemos ver, en el fenómeno del cambio semántico, que significantes antiguos adquieren un nuevo significado. Tal es el caso de “arroba” /aRóba/, que designaba una medida de peso (un cuarto de quintal) en el Siglo de Oro, pero que en el actual tercer milenio se refiere al signo @, empleado como marca de separación entre el nombre del usuario y el del servidor en las direcciones de correo electrónico. Este signo @ se denomina “arroba” en castellano porque resulta que se había empleado antes como símbolo de la unidad de peso obsoleta.
@/Arroba: Otras lenguas han empleado otros referentes para bautizar al signo @ en su acepción informática, siendo la mayoría de estos neologismos referencias visuales a parecidos del signo con diferentes animales estilizados, por ejemplo el alemán Affe (mono) o el finlandés miukumauku (minino).
significante: secuencia fonológica
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significante-significado: unión indisoluble
De este esquema surge, inevitable, una pregunta.
¿Cómo se va del significante al significado?
La percepción es una cosa física que se vuelve psíquica (por ejemplo: oigo en mi podcast que Thor ha matado a la serpiente de Midgard y me imagino la escena en la mente; veo copas de árboles pardas desde la ventana y deduzco que es otoño; el agua fresca me discurre por la garganta y me siento mejor con la sed calmada)… pero, al socializar, todo eso se vuelve heterogéneo con el código lingüístico. ¿Cómo se llega del significante al significado? Se da un gran salto. El salto del signo, del que ya hemos hablado.
Y la traducción lo hace aún más complicado. De mesa a Tisch, de puente a Brücke, se amplía el abismo que hay que saltar.
¿Cómo encarar esta cuestión desde el punto de vista neurolingüístico?
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