Niña Caridad
Una vez había una niña huérfana; sus padres murieron cuando ella era todavía muy pequeña, dejándola al cuidado de su tío, que era el propietario más rico de todo aquel país. Poseía casas y tierras y numerosos rebaños de ganados, muchos criados para el servicio de la casa y de los campos, una esposa de sangre noble que le había aportado una gran dote, y dos hijas muy hermosas, pero altivas y consentidas.Toda la comarca, toda la gente pobre de las aldeas y las granjas circundantes, admiraba a los señores: tanto que hasta éstos mismos se contagiaron de esa idea y se creían los reyes del cotarro. El señor y la señora no podían ser más altivos, y las dos señoritas se creían las más hermosas del mundo. Ninguno de aquellos cuatro se atrevía a tratar con cortesía a cualquiera que creyeran inferior a ellos.
Pues bien, ocurrió que a pesar de ser parientes próximos y tutores suyos, aborrecían a la pobre huérfana, ya porque carecía de fortuna, ya también por su carácter bueno y humilde. Se decía que siempre estaba presta a proteger a todos los menesterosos y desechados del mundo; por lo cual la gente la llamaba Niña Caridad. Su tío no quería reconocerla como sobrina, y su tía la mandaba a la cocina a trabajar y la hacía dormir en la buhardilla. Y sus primas no se atrevían ni siquiera a dirigirle la palabra. Pasábase el día entero llenando y vaciando cubos, fregando platos y limpiando los enseres de la casa; pero todas las noches su sueño era tan puro y tranquilo como podía serlo el de una princesa en su palacio.
La casa de los tíos era una gran mansión blanca, situada a orillas de un río y entre verdes praderas. En frente había un porche tapizado de glicinias; detrás estaban la granja y los graneros. No sólo contaba con dos salones, sino también con dos cocinas, por lo que era la admiración de la comarca entera.
Cierto día, en la época de la siega, cuando se hubo acabado de recoger la mies de los campos, el amo invitó a todos los vecinos de la comarca a una cena para celebrar la buena cosecha. Los campesinos acudieron vestidos con sus trajes de fiesta, y cuando estaban en lo mejor de la comilona una pobre mujer bizca con los pies deformes llamó a la puerta trasera de la casa e imploró algo que comer y albergue en que pasar la noche. Era la mendiga más pobre y harapienta que se haya visto jamás. La primera que la vio fue una criada de la cocina y por toda respuesta le dijo que se marchara de allí, tomando a la anciana pordiosera por una bruja; pero Niña Caridad se levantó del sitio que ocupaba en la mesa de los criados, la hizo pasar, le dio parte de su cena y le rogó que se quedara a dormir con ella en la buhardilla. La mendiga se sentó a la mesa sin dar ni las gracias. Niña Caridad tuvo que rebañar las cazuelas para cenar aquella noche y durmió sobre un saco entre unas vigas, mientras la vieja descansaba en su blanda y abrigada cama; y a la mañana siguiente, antes de que la niña despertara, ya se había levantado y desaparecido sin haberla saludado y sin haberle dado tampoco las gracias.
Al día siguiente, a la hora de cenar, volvió la misma pordiosera a presentarse en la puerta trasera, pidiendo otra vez algo de comer y lugar para cobijarse aquella noche. Nadie quiso escucharla, fuera de Niña Caridad, que se levantó y le rogó aceptara su cena y durmiera en su cama de la buhardilla. Otra vez la mujer se sentó sin decir palabra. Niña Caridad tuvo que rebañar las cazuelas también aquella noche y dormir otra vez sobre el saco. Por la mañana la mendiga ya había desaparecido; así durante las seis noches siguientes, tan pronto como la cena estaba en la mesa, se presentaba a la puerta y la niña la hacía pasar y la trataba como de costumbre.
Algunas veces dijo la vieja:
-¿Niña, por qué no pones la cama más blanda? ¿cómo es que las mantas son tan delgadas?
Pero nunca habló para darle las gracias ni decirle adiós por las mañanas. Por fin, a la novena noche de haberse presentado, se oyó su acostumbrado aldabonazo en la puerta y se presentó acompañada de un perro muy feo.
-Buenas noches, querida niña -dijo cuando la niña Caridad abrió la puerta-. Hoy no vengo para quedarme a cenar y dormir, pues voy a ver a una amiga que vive muy lejos; pero aquí traigo este perro a quien nadie quiere guardar hasta que yo vuelva. Tiene muy mal genio y no es tampoco bonito, pero lo dejo a tu cuidado hasta el día más corto del año.
Al decir estas últimas palabras, echó a andar tan rápidamente que Niña Caridad la perdió de vista en un momento. El perro se arrimó amistosamente a ella, pero enseñó los dientes a todos los demás. A duras penas logró la niña que se lo dejaran guardar en un establo viejo y medio arruinado que había allí cerca, donde ni los tíos querían guarecer animales debido a las corrientes de aire, ni las primas se atrevían a jugar por miedo a ensuciar sus encajes. La niña le daba la mitad de su comida, y cuando vinieron las primeras heladas del invierno se lo llevó a escondidas a su buhardilla, pues el establo era húmedo y frío en aquellas largas noches. El perro dormía sobre un montón de paja que había puesto la niña en un rincón. Niña Caridad dormía muy bien todas las noches, pero al día siguiente los criados le preguntaban siempre:
-¿Cómo es que había en tu cuarto aquella luz tan brillante y se oía una conversación tan fina?
-No había más luz que la de la Luna llena que entraba por la ventana, que no tiene maderas, y yo no oí hablar -decía Niña Caridad, pensando que aquellos lo habrían soñado.
Pero una y otra noche, cuando alguno de ellos se despertaba a altas horas de la noche, veían que la buhardilla estaba iluminada por una luz muy clara y brillante y oían claramente las dulces voces de grandes damas y caballeros.
Por fin, cuando las noches eran muy largas, como suelen serlo en invierno, una joven doncella saltó del lecho mientras todos los demás dormían, y se puso a observar a través de la cerradura. Vio al perro, que estaba muy quieto durmiendo en un rincón, a Niña Caridad que reposaba tranquila en su cama, y un rayo de luna que entraba por la ventana sin maderas; pero una hora antes de que clareara el día, se abrió la ventana y entró por ella una multitud de hombrecitos, vestidos de oro y grana. Con gran respeto y veneración se encaminaron hacia donde el perro descansaba sobre la paja, y el que iba mejor vestido de entre ellos, dijo:
-Príncipe Real, hemos preparado ya el gran salón para el banquete. ¿Qué quiere Vuestra Alteza que hagamos ahora?
-Está bien -dijo el perro-. Ahora preparad las fiestas y haced que las cosas vayan todo lo mejor que se pueda, pues la princesa y yo hemos de llevar a un forastero que nunca ha estado en nuestros salones.
-Las órdenes de Vuestra Alteza serán cumplidas- dijo el liliputiense que parecía ser el cabecilla, haciendo otra reverencia; y él y todo su acompañamiento volvieron a salir por la ventana. Poco después entraron muchas damitas de la misma estatura vestidas de terciopelo color de rosa, llevando cada cual una lámpara de cristal en la mano. También se acercaron al perro con gran respeto, y la más elegante de ellas, dijo:
-Príncipe real, hemos preparado los tapices. ¿Que desea Vuestra Alteza que hagamos ahora?
-Está bien -dijo el perro-. Ahora preparad los vestidos de ceremonia y haced que todas las cosas vayan perfectamente, pues la princesa y yo llevaremos a un ser forastero que nunca ha estado en nuestros salones.
-Se cumplirán las órdenes de Vuestra Alteza -contestó la damita haciendo una reverencia; y ella y las que la acompañaban volvieron a salir por la ventana, que se cerró silenciosamente. El perro se estiró sobre la paja, la niña se quedó dormida y la Luna volvió a brillar en la buhardilla. La doncella se quedó maravillada y fue a contar lo ocurrido a su ama, pero ésta le dijo que era una tonta porque soñaba esas cosas, y hasta la riñó. Sin embargo, la tía de Niña Caridad pensó que en todo aquello podía haber algo digno de ser conocido; así es que a la noche siguiente, cuando toda la gente en la hacienda dormía, se levantó de la cama y fue a observar lo que ocurría en la buhardilla. Allí vio exactamente lo mismo que le había contado la doncella.
La señora no pudo, de igual modo que la doncella, pegar los ojos aguijoneada por el deseo de contar lo que había visto. Despertó a su marido, al tío de Niña Caridad, antes de que apuntara el día; pero cuando él oyó el relato se echó a reír, considerándolo una locura. No obstante, aquella noche el dueño quiso ver por sí mismo lo que pasaba en la buhardilla; así que cuando todos dormían saltó de la cama y se puso a observar por la rendija de la puerta. Y de nuevo ocurrió la misma escena que habían presenciado la dueña y la doncella. Como les había sucedido a las dos mujeres, tampoco pudo el dueño pegar los ojos pensando en el extraño espectáculo que había presenciado. Recordó haber oído contar a su abuelo que próximo a sus praderas había un sendero que conducía al país de las hadas, y dio en la conclusión de que lo que pasaba en la buhardilla era cosa de aquéllas y que el perro debía ser personaje de gran importancia. Aunque los años le habían vuelto realista y escéptico como a muchos otros adultos, decidió secuestrar al chucho y llevárselo consigo a la mansión; sobre todo por intrigarse acerca de qué prodigio vendrían a buscar las hadas en la hacienda. Y, después de consultarlo con la almohada, tras varias deliberaciones, le dijo a su señora esposa en la cama:
-Seguro que vienen a por una de nuestras hijas... ¡son tan hermosas y van tan bien vestidas!
Y, ¿cómo no?, ella estuvo de acuerdo en que iban a por uno de sus queridos retoños: mamá y papá las trataban a cuerpo de reinas, eran su ojito derecho y su ojito izquierdo, y ¿quién sabía cuánto podrían ganar los señores a cambio de perder al menos una hija?
-Seguro que vienen a por una de nuestras hijas... ¡son tan hermosas y van tan bien vestidas!
Y, ¿cómo no?, ella estuvo de acuerdo en que iban a por uno de sus queridos retoños: mamá y papá las trataban a cuerpo de reinas, eran su ojito derecho y su ojito izquierdo, y ¿quién sabía cuánto podrían ganar los señores a cambio de perder al menos una hija?
Con esta idea fija en su mente, lo primero que hizo el amo aquella mañana fue preparar un buen almuerzo de carnero asado para el perro y llevárselo al viejo establo en ruinas; pero el perro no quiso ni probarlo; al contrario, se puso a ladrar amenazador y lo hubiera mordido de no haberse marchado precipitadamente con el asado.
"Las hadas pueden ser muy caprichosas y excéntricas", pensó el hacendado, pero llamó a su esposa y dos hijas en tête-à-tête aquella noche, pues los padres no sabían cuál de sus dos retoños iba a gozar de tan augusta compañía antes de caer la noche. Cuando las altivas primitas de Niña Caridad lo oyeron, se pusieron sus mejores galas de satén y encajes, y se pavonearon esponjándose por toda la mansión, desde la cocina hasta su habitación, durante todo el día, esperando la llamada de tan distinguidos personajes, mientras la huerfanita lavaba y frotaba los cacharros. Los cuatro miembros de la familia estaban de muy mal humor aquella noche, pues nadie había venido a visitarles. Pero...
"Las hadas pueden ser muy caprichosas y excéntricas", pensó el hacendado, pero llamó a su esposa y dos hijas en tête-à-tête aquella noche, pues los padres no sabían cuál de sus dos retoños iba a gozar de tan augusta compañía antes de caer la noche. Cuando las altivas primitas de Niña Caridad lo oyeron, se pusieron sus mejores galas de satén y encajes, y se pavonearon esponjándose por toda la mansión, desde la cocina hasta su habitación, durante todo el día, esperando la llamada de tan distinguidos personajes, mientras la huerfanita lavaba y frotaba los cacharros. Los cuatro miembros de la familia estaban de muy mal humor aquella noche, pues nadie había venido a visitarles. Pero...
En el momento en que la familia se sentaba a la mesa para cenar aquella noche, el perro se puso a ladrar al tiempo que se oía el aldabonazo de la pordiosera a la puerta. Niña Caridad fue a abrir, y la anciana dijo entonces:
-Éste es el día de luz más corto del año, el solsticio de invierno, y me marcho ahora a casa para celebrar con una fiesta la vuelta de mis viajes. Veo que has tenido buen cuidado de mi perro, y ahora, si quieres venir conmigo a mi casa, él y yo haremos todo lo que podamos para agasajarte. Acepta nuestra compañía.
Mientras hablaba la vieja se oyó el sonido lejano de flautas y trompetas, y brilló de repente un resplandor de luces deslumbradoras; y en carrozas abiertas, cubiertas de telas recamadas de oro y arrastradas por caballos de blancura inmaculada, aparecieron las damas y caballeros del cortejo, vestidos todos con tanta esplendidez que deslumbraban con el brillo del oro y de las piedras preciosas. La primera y más hermosas de las carrozas iba vacía. La anciana condujo a Niña Caridad de la mano hasta el carruaje, pero el perro saltó dentro antes que ellas. No bien acabaron de entrar la vieja y el perro, operóse en ellos una gran transformación: la anciana se convirtió en una joven princesa bellísima, y el perro feo, que estaba a su lado, en un hermoso príncipe de sedosos cabellos castaños y vestido de seda púrpura bordada con hilo de plata.
-Somos -dijeron ellos mientras corría la carroza, y la niña permanecía estupefacta- príncipes del País de las Hadas y entre los dos había una apuesta sobre si existían aún corazones buenos en estos tiempos de falsedad y avaricia. Una decía que sí, y el otro, que no; y yo he perdido -dijo el príncipe- y debo pagar las fiestas y los regalos.
Niña Caridad nunca oyó más aquella historia. Algunos sirvientes de la hacienda, que les estuvieron buscando aquella noche de Luna, dijeron que los carruajes habían seguido tal dirección, otros habían indicado otra ruta... y, hasta ahora, no pueden ponerse de acuerdo sobre la dirección en que se marchó la huerfanita. La nieve cayó en gran cantidad aquella larga noche y borró las huellas de carrozas y caballos. Pero Niña Caridad fue con tan noble compañía hasta un país tal como no había visto nunca. Se la llevaron al palacio real donde durante siete días no se hizo más que bailar y divertirse. Le dieron vestidos de terciopelo de color verde claro y la hicieron dormir en una cama incrustada de marfil. Cuando se terminaron los festejos, le regalaron montones de oro tan grandes que no podía llevarlos, pero le dieron también una carroza arrastrada por seis caballos blancos, para que se pudiera marchar a su casa; y a la séptima noche, cuando la familia creía que la niña ya no volvería más, y se disponía a sentarse a la mesa, oyeron la bocina del cochero de su carroza y la vieron descender, con todo su oro y sus joyas, al pie de la puerta trasera de la casa por donde ella había hecho entrar a la vieja mendiga. La carroza encantada se marchó otra vez, y nunca más se la volvió a ver por allí. Pero Niña Caridad no tuvo que limpiar ni fregar ya más, y con el tiempo llegó a ser una gran señora muy rica.
Aquí calló la voz del cojín, y una joven de tez clara, vestida con una túnica de terciopelo verde claro, se levantó de entre la compañía y dijo:
-Esta es mi historia. Niña Caridad era yo.
Listen to the story of Childe Charity.
Aquí calló la voz del cojín, y una joven de tez clara, vestida con una túnica de terciopelo verde claro, se levantó de entre la compañía y dijo:
-Esta es mi historia. Niña Caridad era yo.
Listen to the story of Childe Charity.
The Story of Childe Charity
Once upon a time, there lived in the west country a little girl who had neither father nor mother; they both died when she was very young, and left their daughter to the care of her uncle, who was the richest farmer in all that country. He had houses and lands, flocks and herds, many servants to work about his house and fields, a wife who had brought him a great dowry, and two fair daughters. All their neighbours, being poor, looked up to the family—insomuch that they imagined themselves great people. The father and mother were as proud as peacocks; the daughters thought themselves the greatest beauties in the world, and not one of the family would speak civilly to anybody they thought low.
"Now it happened that though she was their near relation, they had this opinion of the orphan girl, partly because she had no fortune, and partly because of her humble, kindly disposition. It was said that the more needy and despised any creature was, the more ready was she to befriend it: on which account the people of the west country called her Childe Charity, and if she had any other name, I never heard it. Childe Charity was thought very mean in that proud house. Her uncle would not own her for his niece; her cousins would not keep her company; and her aunt sent her to work in the dairy, and to sleep in the back garret, where they kept all sorts of lumber and dry herbs for the winter. All the servants at the estate learned the same tune, and Childe Charity had more work than rest among them. All the day she scoured pails, scrubbed dishes, and washed crockery ware; but every night she slept in the back garret as sound as a princess could in her palace chamber.
"Her uncle's house was a large and white mansion, and stood among green meadows by a river's side. In front it had a porch covered with a wisteria vine; behind, it had a farmyard and high granaries. Within, there were two parlours for the rich, and two kitchens for the poor, which the neighbours thought wonderfully grand; and one day in the harvest season, when this rich farmer's corn had been all cut down and housed, he condescended so far as to invite the whole shire to a harvest supper. The west country people came in their holiday clothes and best behaviour. Such heaps of cakes and cheeses, such baskets of apples and barrels of ale, had never been at feast before; and they were making merry in kitchen and parlour, when a poor old woman came to the backdoor, begging for broken victuals and a night's lodging. Her clothes were coarse and ragged; her hair was scanty and grey; her back was bent; her teeth were gone. She had squinting eyes, a clubbed foot, and crooked fingers. In short, she was the poorest and ugliest old crone that ever came begging. The first who saw her was the kitchen-maid, and she ordered her to be gone for an ugly wicked witch. The next was the herd-boy, and he threw her a bone over his shoulder; but Childe Charity, hearing the noise, came out from her seat at the foot of the lowest table, and asked the old woman to take her share of the supper, and sleep that night in her bed in the back garret. The old crone sat down without a word of thanks. All the company laughed at Childe Charity for giving her bed and her supper to a beggar, who may or may not be a wicked witch. Her proud cousins said it was just like her mean spirit, but Childe Charity did not mind them. She scraped the pots for her supper that night and slept on a sack among the lumber, while the old woman rested in her warm bed; and next morning, before the little girl awoke, she was up and gone, without so much as saying thank you or good-morning.
"That day all the servants were sick after the feast, and mostly cross too—so you may judge how civil they were; when, at supper time, who should come to the backdoor but the same old crone, again asking for broken victuals and a night's lodging. No one would listen to her or give her a morsel, till Childe Charity rose from her seat at the foot of the lowest table, and kindly asked her to take her supper, and sleep in her bed in the back garret. Again the old woman sat down without a word. Childe Charity scraped the pots for her supper, and slept on the sack. In the morning the old beggar woman was gone; but for six nights after, as sure as the supper was spread, there was she at the backdoor, and the little girl regularly asked her in.
"Childe Charity's aunt said she would let her get enough of beggars. Her cousins made continual game of what they called her genteel visitor. Sometimes the old woman said, 'Child, why don't you make this bed softer? and why are your blankets so thin?' but she never gave her a word of thanks nor a civil good-morning. At last, on the ninth night from her first coming, when Childe Charity was getting used to scraping the pots and sleeping on the sack, her accustomed knock came to the door, and there she stood with an ugly ashy-coloured dog, so stupid-looking and clumsy that no herd-boy would keep him.
" 'Good-evening, my little girl,' she said when Childe Charity opened the door. 'I will not have your supper and bed tonight—I am going on a long journey to see a friend; but here is a dog of mine, whom nobody in all the west country will keep for me. He is a little cross, and not very handsome; but I leave him to your care till the shortest day in all the year. Then you and I will count for his keeping.'
"When the old crone had said the last word, she set off with such speed that Childe Charity lost sight of her in a minute. The ugly dog began to fawn upon her, but he snarled at everybody else. The servants said he was a disgrace to the house. The proud cousins wanted him drowned, and it was with great trouble that Childe Charity got leave to keep him in an old ruined cow-house. Ugly and cross as the dog was, he fawned on her, and the old woman had left him to her care. So the little girl gave him part of all her meals, and when the hard frost came, took him privately to her own back garret, because the cow-house was damp and cold in the long nights. The dog lay quietly on some straw in a corner. Childe Charity slept soundly, but every morning the servants would say to her:
" 'What great light and fine talking was that in your back garret?'
" 'There was no light but the moon shining in through the shutterless window, and no talk that I heard,' said Childe Charity, and she thought they must have been dreaming; but night after night, when any of them awoke in the dark and silent hour that comes before the morning, they saw a light brighter and clearer than the Christmas fire, and heard voices like those of lords and ladies in the back garret.
"Partly from fear, and partly from laziness, none of the servants would rise to see what might be there; till at length, when the winter nights were at the longest, the little parlour-maid, who did least work and got most favour, because she gathered news for her mistress, crept out of bed when all the rest were sleeping, and set herself to watch at a crevice of the door. She saw the dog lying quietly in the corner, Childe Charity sleeping soundly in her bed, and the moon shining through the shutterless window; but an hour before daybreak there came a glare of lights, and a sound of far-off bugles. The window opened, and in marched a troop of little men clothed in crimson and gold, and bearing every man a torch, till the room looked bright as day. They marched up with great reverence to the dog, where he lay on the straw, and the most richly clothed among them said:
" 'Royal prince, we have prepared the banquet hall. What will your highness please that we do next?'
" 'Ye have done well,' said the dog. 'Now prepare the feast, and see that all things be in our first fashion: for the princess and I mean to bring a stranger who never feasted in our halls before.'
" 'Your highness's command shall be obeyed,' said the little man, making another reverence; and he and his company passed out of the window. By and by there was another glare of lights, and a sound like far-off flutes. The window opened, and there came in a company of little ladies clad in rose-coloured velvet, and carrying each a crystal lamp. They also walked with great reverence up to the dog, and the gayest among them said:
" 'Royal prince, we have prepared the tapestry. What will your highness please that we do next?'
" 'Ye have done well,' said the dog. 'Now prepare the robes, and let all things be in our first fashion: for the princess and I will bring with us a stranger who never feasted in our halls before.'
" 'Your highness's commands shall be obeyed,' said the little lady, making a low courtesy; and she and her company passed out through the window, which closed quietly behind them. The dog stretched himself out upon the straw, the little girl turned in her sleep, and the moon shone in on the back garret. The parlour-maid was so much amazed, and so eager to tell this great story to her mistress, that she could not close her eyes that night, and was up before sunrise; but when she told it, her mistress called her a silly wench to have such foolish dreams, and scolded her so that the parlour-maid durst not mention what she had seen to the servants. Nevertheless Childe Charity's aunt thought there might be something in it worth knowing; so next night, when all the house was asleep, she crept out of bed, and set herself to watch at the back garret door. There she saw exactly what the maid told her—the little men with the torches, and the little ladies with the crystal lamps, come in making great reverence to the dog, and the same words pass, only he said to the one, 'Now prepare the presents,' and to the other, 'Prepare the jewels'; and when they were gone the dog stretched himself on the straw, Childe Charity turned in her sleep, and the moon shone in on the back garret.
"The mistress could not close her eyes any more than the maid from eagerness to tell the story. She woke up Childe Charity's rich uncle before sunrise; but when he heard it, he laughed at her for a foolish woman, and advised her not to repeat the like before the neighbours, lest they should think she had lost her senses. The mistress could say no more, and the day passed; but that night the master thought he would like to see what went on in the back garret: so when all the house were asleep he slipped out of bed, and set himself to watch at the crevice in the door. The same thing happened again that the maid and the mistress saw: the little men in crimson with their torches, and the little ladies in rose-coloured velvet with their lamps, came in at the window, and made an humble reverence to the ugly dog, the one saying, 'Royal prince, we have prepared the presents,' and the other, 'Royal prince, we have prepared the jewels'; and the dog said to them all, 'Ye have done well. Tomorrow come and meet me and the princess with horses and chariots, and let all things be in our first fashion: for we will bring a stranger from this house who has never travelled with us, nor feasted in our halls before.'
"The little men and the little ladies said, 'Your highness's commands shall be obeyed.' When they had gone out through the window the ugly dog stretched himself out on the straw, Childe Charity turned in her sleep, and the moon shone in on the back garret.
"The master could not close his eyes any more than the maid or the mistress, for thinking of this strange sight. He remembered to have heard his grandfather say, that somewhere near his meadows there lay a path leading to the fairies' country, and the haymakers used to see it shining through the grey summer morning as the fairy bands went home. Nobody had heard or seen the like for many years; but the master concluded that the doings in his back garret must be a fairy business, and the ugly dog a person of great account. His chief wonder was, however, what visitor the fairies intended to take from his house; and after thinking the matter over in bed, the master and his lady wife were sure it must be one of their daughters—they were so handsome, and had such fine clothes.
"Accordingly, Childe Charity's uncle made it his first business that morning to get ready a breakfast of roast mutton for the ugly dog, and carry it to him in the old cow-house; but not a morsel would the dog taste. On the contrary, he snarled at the master, and would have bitten him if he had not run away with his mutton.
" 'The fairies have strange ways,' said the master to himself; but he called his wife and daughters privately, bidding them dress themselves in their best, for he could not say which of them might be called into great company before nightfall. Childe Charity's proud cousins, hearing this, put on the richest of their silks and laces, and strutted like peacocks from kitchen to parlour all day, waiting for the call their father and mother spoke of, while the little girl scoured and scrubbed in the dairy. They were in very bad humour when night fell, and nobody had come; but just as the family were sitting down to supper the ugly dog began to bark, and the old woman's knock was heard at the backdoor. Childe Charity opened it, and was going to offer her bed and supper as usual, when the old woman said:
" 'This is the shortest day in all the year, the winter solstice, and I am going home to hold a feast after my travels. I see you have taken good care of my dog, and now if you will come with me to my house, he and I will do our best to entertain you. Here is our company.'
"As the old woman spoke there was a sound of far-off flutes and bugles, then a glare of lights; and a great company, clad so grandly that they shone with gold and jewels, came in open chariots, covered with gilding and drawn by snow-white horses. The first and finest of the chariots was empty. The old crone led Childe Charity to it by the hand, and the ugly dog jumped in before her. The proud cousins, in all their finery, had by this time come to the door, but nobody wanted them; and no sooner was the old woman and her dog within the chariot than a marvellous change passed over them, for the ugly old crone turned at once to a beautiful young princess, with long yellow curls and a robe of green and gold, while the ugly dog at her side started up a fair young prince, with nut-brown hair and a robe of purple and silver brocade.
" 'We are,' said they, as the chariots drove on, and the little girl sat astonished, 'a prince and princess of Fairyland, and there was a wager between us whether or not there were good people still to be found in these false and greedy times. One of us said yes, and the other said no; and I have lost,' said the prince, 'and must pay the feast and presents.'
"Childe Charity never heard any more of that story. Some of the farmer's household, who were looking after them through the moonlight night, said the chariots had gone one way across the meadows, some said they had gone another, and till this day they cannot agree upon the direction. But Childe Charity went with that noble company into a country such as she had never seen—for primroses covered all the ground, and the light was always like that of a summer evening. They took her to a royal palace, where there was nothing but feasting and dancing for seven days. She had robes of pale green velvet to wear, and slept in a chamber inlaid with ivory. When the feast was done, the prince and princess gave her such heaps of gold and jewels that she could not carry them, but they gave her a chariot to go home in, drawn by six white horses; and on the seventh night, which happened to be Christmas time, when the family had settled in their own minds that she would never come back, and were sitting down to supper, they heard the sound of her coachman's bugle, and saw her alight with all the jewels and gold at the very backdoor where she had brought in the ugly old crone. The fairy chariot drove away, and never came back to that farmhouse after. But Childe Charity scrubbed and scoured no more, for she grew a great lady, even in the eyes of her proud cousins.
Here the voice out of the cushion ceased, and one, with a fair face and a robe of pale green velvet, rose from among the company, and said:
"That's my story."
By Frances Browne.
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