domingo, 6 de agosto de 2017

SUECOS EN LA LITERATURA CLÁSICA ESPAÑOLA

En "La buena fama", de Juan Valera, el personaje de la falsa novia/la otra con que el enamorado pudiera casarse, aunque no aparece en persona y sólo es mencionada ("personaje fantasma"), es descrita (para contrastar con la morena y humilde protagonista mediterránea) de la siguiente manera, en el monólogo interior de dicho futuro esposo:

El rey Erico (sic!) de Suecia está deseando que le pida yo la mano de su hija mayor, princesa rubia, fina y estimable como el oro. Mi madre lo tiene ya todo concertado, y yo lo he ido retardando hasta hoy. No lo retardaré más. Enviaré a escape a mis embajadores para que celebren la boda por poderes y me traigan a la futura.

La futura no sólo nos es presentada como princesa de sangre real, sino encima como rubia, en asociación con el oro y el poder (el príncipe/futuro esposo mismo también tiene ese color de pelo, a pesar de serlo de un reino muy similar a las Españas habsbúrgicas: "Las calzas ceñidas, de paño verde obscuro [sic!], dejaban ver la forma de las piernas, firmes, enjutas y bien torneadas; sobre el jubón o coletín de gamuza relucía la malla de acero bruñido, y del cinturón, de adobado becerro montaraz, pendía en medio la escarcela, al lado derecho una daga y al otro lado la espada. Sobre el puño apoyaba el galancete la mano izquierda, calzado el guante y sosteniendo donosísima caperuza, cuyo copete era una gran pluma de águila. Su cabeza, bien plantada y descubierta entonces, aparecía coronada por los bucles de oro de la abundante y larga cabellera; eran sus ojos azules como el cielo; la frente, despejada; ligero bozo apenas sombreaba, o más bien doraba, el labio superior con una sospecha de bigote, y la nariz recta, la barba firme y la boca desdeñosa e imperativa se contraponían chistosamente a lo adamado del resto de la persona".), sino también para más inri como escandinava; encima, compatriota de aquel cuya victoria en Breitenfeld puso punto y final al Siglo de Oro de las Españas.
Hubo muchos reyes suecos llamados Éric/Erik, entre ellos san Érico, santo patrón del reino -cuyo rostro aparece en el escudo de Estocolmo-, o Érico el Ceceoso y Cojo (Erik läspe och halte). Durante la época de los vikingos y el medievo, no se empleaba la numeración romana. El último fue Éric XIV, primogénito de Gustavo Vasa, que murió sin descendencia, envenenado por sus ambiciosos hermanos menores Juan y Carlos (que luego se enfrentarían el uno al otro).

Pero ¿porqué la futura es en este cuento del Romanticismo la princesa heredera de Suecia y de ningún otro reino escandinavo? Tal vez por el ambiente estilo Siglo de Oro del cuento decimonónico y el impacto de las victorias de Gustavo Adolfo (y de la abdicación de su única hija), que se dejaron incluso sentir hasta en la península ibérica.
Suecia no significaba nada para la alta cultura española hasta los años 1631 y 1632: después se publicaron relaciones en castellano sobre las campañas de Gustavo Adolfo (en que este aparecía como el malvado enemigo, hijo de usurpador, hereje, y perseguidor de católicos: merecedor de su violenta muerte en Lützen como castigo), pero la literatura creativa --ya prosa, poesía o teatro-- del Siglo de Oro también muestra a sus primeros personajes suecos en lengua castellana, por lo general demonizados.
En la colección de novelas amorosas La quinta de Laura, en el relato "La inclinación española", se narra el conflicto dinástico armado --tras la muerte de Éric XIV antes mencionada-- por el trono de Suecia entre el destronado Segismundo (de allí el nombre del héroe de La vida es sueño), aún rey de Polonia --desterrado de Suecia en su infancia-- y su tío paterno Carlos, entonces rey de Suecia, que había usurpado el trono apoyándose en argumentos religiosos (Segismundo, retoño de Juan III y Catalina de Jagellón, era de familia católica y medio polaco). A pesar de que a Carlos IX se le trata de "rey de Suecia" en la novela, es presentado como hereje, usurpador y caudillo del ejército enemigo, instando al lector a tomar, como los protagonistas polacos y españoles, el partido del legítimo heredero injustamente destronado. Pero lo más contundente es que se trata de una novela en clave (roman à clef), en que el personaje llamado Carlos es un joven oficial castellano (¡bautizado en honor a Carlos V!), mientras el "rey de Suecia" enemigo, el hereje usurpador, atiende por Floriseo, y, en una escena de obvio cumplimiento de deseos, es hecho prisionero de los buenos polacos (ya que ni a Carlos IX ni a su hijo mayor Gustavo Adolfo les sucedió este percance). El príncipe heredero sueco no se llama Gustavo Adolfo, sino Felisardo, y es el falso héroe que, a la par que su padre usurpa el trono de Suecia, Felisardo se hace con la identidad de Carlos y con su prometida la infanta polaca, y goza de honras ajenas (de tal palo tal astilla):
Continuóse la guerra, y por no ser largo en referirla por menudo, digo que la última
batalla que se dio, que fue la campal, habiendo peleado los reyes por sus personas, vio el de
Polonia hacer hechos portentosos Carlos. Hallóse el Rey sin caballo, que se le habían muerto, y él apeándose del suyo se le dio, y a fuerza de armas cobró otro, con que se metió por lo más peligroso de la batalla, hiriendo y matando a cuantos topaba hasta llegar a encontrarse con el estandarte real del rey de Suecia, que iba cerca de él; allí, ayudado de solo su valor, se entró por lo peligroso de las armas, y pudo prender al rey Floriseo de Suecia, encomendándole a cuatro soldados que eran de su compañía, y él yendo delante haciendo con su espada lugar hasta que le dejó en puesto seguro en una tienda de su maestre de campo. La batalla tuvo fin con la muerte del rey de Dinamarca, con que el ejército se desbarató y puso en huida, siguiendo el alcance lo que duró el día la gente del Polaco. Con esto se retiraron los de Polonia, y el maestre de campo, a quien se entregó el rey de Suecia preso, quiso ganar las gracias con lo que Carlos había peleado a costa de su sangre; y así, tomando al Rey en su compañía, le llevó a la tienda del de Polonia y se le presentó, diciendo que él por su persona le había preso.
Llegó a besar la mano al Rey, el cual le echó los brazos al cuello, diciendo:
—Bien sea venido el nuevo Aquiles de mi ejército; llegad, Carlos, que así me dicen os
llamáis, que quiero honraros con el cargo que vuestro maestre de campo ha perdido por
ambicioso, pues deseaba quitaros la gloria que vos merecisteis a costa de vuestra sangre, por

haber preso al rey de Suecia; este os doy con cuatro mil escudos de renta.
No permitió el Rey que el de Suecia se alojase fuera de su tienda, y así le tenía en su
compañía, siendo este agasajo algún consuelo para la pena de su prisión. En dos sillas estaban sentados los reyes cuando acertó a venir a la tienda Felisardo, el cual, mientras duró la batalla, ahorrándose de peligros, se había retirado fuera de ella, y desde el lugar que escogió para seguro de su persona vio toda la refriega, y ahora venía entre la tropa de la gente a ver al Rey; pues como entrase en la tienda acertó a poner en él los ojos su padre el de Suecia, el cual, sin poderse contener, se levantó con los brazos abiertos, y se fue para su hijo, diciendo:
—Felisardo mío, en buen hora te vean aquí mis ojos, que tanto han sentido tu ausencia, y
el no saber dónde estabas.
No pudo Felisardo huir el cuerpo a este impensado suceso, y así toda su máquina dio en
tierra, con pedirle al Rey su padre la mano y besársela. Novedad se le hizo al Rey ver el favor
que el de Suecia hacía al que tenía por Carlos, caballero de su corte; y así le preguntó que de
dónde conocía a Carlos.
—A Felisardo dirá vuestra alteza —dijo el sueco—: conózcole de que es el heredero de
mis estados y príncipe de Suecia.
Volvió el polaco con esto al príncipe, y díjole:
—¿Vos no sois Carlos el que yo tuve recluso en una cueva?
—No, Señor, dijo Felisardo, si bien es verdad que en esa cueva me retiré temiendo ser
conocido en vuestra corte, por las diferencias que entre vuestra alteza y mi padre había.
Cenaron los dos reyes y el príncipe Felisardo juntos...
Después vi que el venir a la guerra lo hizo de mala gana, antes procuraba excusarlo
con pedirme el oficio de alcaide de mi alcázar. Aquí sé cuan mal ha probado, pues en esta
batalla última me han informado que infame y encogidamente se retiró de pelear, cuando
todos hicieron su deber en mi servicio. Este joven que he tenido por Carlos ha parecido ser
Felisardo, príncipe de Suecia; él me ha dicho que salió del encerramiento de Carlos, y por no
ser conocido se valió de la astucia de ser tenido por él. A mí bien me pudo engañar, que nunca vi a Carlos, más a ti no puede ser. Yo deseo salir de esta confusión, y para eso te he enviado a llamar. Pues estamos solos, dime la verdad de lo que en esto sabes con claridad, porque de no lo hacer, no tienes segura tu cabeza.
Llevóse (el rey polaco) al rey de Suecia y a su hijo Felisardo consigo, teniéndolos en su
corte en forma de presos, sin salir de un cuarto de su palacio, que era no poca pena para
Felisardo, porque estaba muy deseoso de galantear a la hermosa Sol, con quien deseaba casar, y así le había dado de esto parte al Rey su padre.
En medio de estas felicidades fue el cielo servido de querer llevarse al rey de Polonia.
Dióle una enfermedad en tiempo que los reyes de Dinamarca y Suecia trataban de medios de
paz. Esta se hacía con ofrecerle feudo cada año, y así se concertó. Tenía el enfermo Casimiro
noticia de cuan gran soldado era el rey de Dinamarca, y también la tenía del encogido ánimo
del príncipe de Suecia, y así escogió al primero para yerno suyo, casándole con la segunda
hija; esto dispuso hacer, aunque no lo publicó hasta que vio que su mal se aumentaba,

manifestando los médicos que estaba muy de peligro.
A todo esto no le replicó vasallo, antes todos con mucho gusto se holgaron tener a Carlos
por su rey, el cual, besando la mano a Casimiro, dio la mano a Sol, desposándolos el
arzobispo de Cracovia, que se halló presente: lo mismo hizo el de Dinamarca con Claudomira, y Felisardo con Clarista, que fueron llamados allí para este efecto, estando de ello muy gustoso el rey de Suecia. Apretóse el mal del polaco, con que murió dentro de tres días; hiciéronsele suntuosas exequias, y acabadas, fueron luego jurados por reyes de la Polonia Carlos y Sol, con que los lutos se convirtieron en fiestas; los demás señores se fueron a sus retiros con sus esposas, donde vivieron con mucho contento, y Carlos mucho más, que fue muy valeroso rey.
La protestación de la fe, de Calderón, es una alegoría propagandística que se centra en torno a la abdicación de Cristina Vasa, presentada como una villana redimida y dispuesta a abrazar la buena causa, cuyo difunto padre vuelve a ser demonizado. Nótese el siguiente diálogo entre la Herejía (el Protestantismo) y la Sabiduría (el Catolicismo) en torno a Cristina, que contiene una maldición encubierta a Gustavo Adolfo, una maldición que podría caer sobre su hija si ésta no se convierte:

HEREJÍA
En su espíritu no cabe
no mandar; tan bien maneja450
la espada como la pluma.
SABIDURÍA
Huélgome de que le tenga
porque cosas grandes, no
sin espíritu se intentan.
HEREJÍA
Ella es sabia y es altiva.455
SABIDURÍA
Ahí están mis conveniencias.
HEREJÍA
¿Cómo?
SABIDURÍA
En buscarme, si es sabia.
HEREJÍA
¿Si altiva?
SABIDURÍA
En que se resuelva.
HEREJÍA
Vive con esa esperanza
mientras yo vivo con esta460
posesión; y pues la tengo
en mi poder, iré a hacerla
acuerdos de que homicida
fuiste de su padre.
SABIDURÍA
Esa
razón milita por mí.465
HEREJÍA
¿Por qué?
SABIDURÍA
Porque verá en ella…
HEREJÍA
¿Qué?
SABIDURÍA
Que no pelea dichoso…
HEREJÍA
¿Quién?
SABIDURÍA
Quien contra Dios pelea.

Por otro lado, Francisco de Quevedo siempre admiraba a los grandes caudillos militares, sin importar su nacionalidad o religión, y no es ninguna sorpresa que de él (que también escribió poemas honoríficos sobre traidores a la patria como el Duque de Osuna o Alberto de Wolistán -Albrecht von Wallenstein-) provenga uno de los escasos elogios que dedican las Españas a Gustavo Adolfo como guerrero y caudillo de renombre, lamentando su heroica muerte en Lützen en forma de epitafio:

- CLXIII b -


Lamentable inscripción para el túmulo del Rey de Suecia Gustavo Adolfo

   Rayo ardiente del mar helado y frío,
y fulminante aborto, tendí el vuelo;
incendio primogénito del yelo,
logré las amenazas de mi brío.

   Fatigué de Alemania el grande río; 5
crecile, y calenté con sangre el suelo;
azote permitido fui del cielo
y terror del augusto señorío.

   Y bala providente y vengadora,
burlado de mi arnés, defensa vana, 10
me trujo negro sueño y postrer hora.

   Y, despojo a venganza soberana
alma y cuerpo, me llora quien me llora:
el que los pierde, ¿qué victorias gana?

En Las tres coronas en el aire, otra obra de Quevedo censurada durante décadas e incluso siglos, ésta en prosa, el autor de las gafitas imagina a Oliver Cromwell, Giulio Mazarini y Armand du Plessis, el cardenal Richelieu, conversando en la otra vida (¡imagínate la idea para un fanfic!). Habla en este fragmento Richelieu:

Saqué del Septentrión a Gustavo Adolfo, que como caudaloso torrente inundó en pocos meses el Imperio, desde la isla de Reiguen (sic!) hasta la Morela, dejando con sus victorias llenas las provincias de trofeos y bañadas las campañas con sangre de católicos vertida, hasta que en la de Lutzen (sic!), un golpe fatal derramó la suya, que como hervía en sus venas con tanta violencia no podía ser de mucha duración.




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